'Romeo Muerto': lección de dibujo de Santiago Sequeiros
El autor tocó fondo tras dos décadas de adicción al alcohol: ahora regresa con 'Romeo muerto', un oscuro cómic de ficción donde vuelca sus demonios

Santiago Sequeiros llegó al cómic a finales de los ochenta en la revista 'Imagen', de Sevilla, pero no fue hasta la publicación de 'Ambigú', en la revista 'Totem' y como álbum de 'Camaleón', cuando me enganché a su dibujo.
La portada, totalmente negra, ... con una pequeña cruz dorada en la que un insecto estaba clavado con alfileres, poseía unas resonancias buñuelianas a las que yo no era capaz de resistirme.
En sus páginas descubrí por primera vez a un artista más allá de las convenciones estilísticas del cómic de la época; un autor que había deglutido a la perfección todas sus influencias, de Muñoz a Miller, de Mazzucchelli a Burns, y un largo etcétera de los mejores dibujantes de cómic, para conseguir un estilo tan personal como efectivo.
Pero aunque las cuestiones estilísticas están en el corazón de aquello sobre lo que quiero hablar, el verdadero valor de 'Romeo Muerto' se encuentra en otra parte.
La gente acostumbra a decir que 'Las meninas' son de Velázquez, 'Dark Night' de Frank Miller, o 'Romeo Muerto' de Santiago Sequeiros; cuando sería más exacto decir que 'Romeo Muerto' es Santiago Sequeiros. Concretamente, la plasmación en forma de novela gráfica de cuatro lustros de la vida del autor.
'La mala pena' es la ciudad donde transcurre la historia de Romeo Muerto, un escenario donde el autor ya ha ambientado otros trabajos como Ambigú o Nostromo Quebranto. 'La mala pena' es Santiago Sequeiros, es la expresión gráfica de todo su universo; es, un modo tan personal como tortuoso de conocer y conocerse.

Las páginas están cargadas de alegorías. De personajes que funcionan como símbolos que, en su conjunto, recrean una suerte de relato que representa a la perfección el mundo interior del autor.
En cierto modo, nos encontramos ante una obra surrealista que se mueve en el ámbito de lo onírico; concretamente, en el mundo de la pesadilla. Pero en el trabajo de Sequeiros no hay ningún automatismo. No es una mano libre y fluida que dibuja sin pensar para dar vía libre al inconsciente. En el caso de Sequeiros, todo está construido, tortuosamente construido.
Todo funciona como un reloj suizo, en que cada detalle es un engranaje; y hay que decir que, como mecanismo, 'Romeo Muerto' funciona a la perfección; quizá, porque pocos autores trasmiten tanto con su dibujo.
El dibujo de Sequeiros posee resonancias atávicas. Al leer 'Romeo Muerto', me ha venido a la memoria la pintura paleolítica y me ha hecho reflexionar sobre el dibujo como herramienta del conocimiento. Para la especie humana, el dibujo ha sido el aliado más antiguo, su más complejo y depurado medio de expresión, y el camino de mayor recorrido a la hora de hacer inteligible el mundo, sea el interior o el que nos rodea.
Al lado del dibujo, con obras datadas hasta en 45.000 años, los seis mil años de la escritura cuneiforme o los quinientos del pensamiento científico, se me antojan ridículos.
Sequeiros usa el dibujo como herramienta, piensa dibujando, y también como medio de transmisión de dicho pensamiento, que llega al lector de una forma única e intensa. Esa es la razón por la que siempre me ha gustado tanto el trabajo de Santiago Sequeiros, por su capacidad para llegar a las tripas del lector; algo a lo que nos tiene acostumbrados, incluso cuando no realiza tebeos.

Disfruto mucho de sus magníficas ilustraciones para prensa que acompañan a algunas de las plumas conocidas del periodismo patrio. Rara vez recuerdo los textos; siempre pienso que Santiago con sus trazos ha «escrito» mejor la noticia; y por si eso fuera poco, sus dibujos resuenan en mi memoria mucho más allá del fugaz instante en el que el tema está de actualidad.
'Romeo Muerto' es exactamente esto. Veinte años de (auto)conocimiento descarnado. La vida interior de Santiago Sequeiros traducida a trazos, plasmada en una sucesión de metáforas, símbolos y alegorías tan únicas y personales como irrepetibles. El resultado atrapa al lector desde el primer instante.
Quizá sea uno de los cómics más sinceros y a la vez opacos que he leído en mi vida. Tras tres lecturas, tengo la sensación de que no he hecho otra cosa que arañar la superficie.
Llega al lector en un formato nada común, un auténtico King size de 38 x 28 cm; y aún así, me parece pequeño dado todo lo que contiene. Me fascina pasearme por sus páginas como un turista embobado que visita una ciudad por primera vez. En 'La mala pena' todo me llama la atención.
Tomemos por ejemplo la primera doble página de este cómic, en la que se muestra una vista de las calles de 'La mala pena'. Santiago muestra el edificio de un sex shop llamado 'El seno picudo supermarket', del que se ofrece mucha información visual. Cada ventana del edificio en una invitación voyeur. Tras cada una de ellas se muestra un personaje, y se deja entrever un fragmento de una posible historia. Recorrerlas es un auténtico placer lector. Siempre me asombra comprobar la capacidad de Santiago para contar tanto solo con unos pocos trazos. Para sugerir mundos enteros solo con un fragmento de información gráfica.
A pie de calle, el flujo de información no se detiene. Un letrero luminoso reza: 'Nude Show 25 $', acompañado de imágenes que muestran detalles del cuerpo de las bailarinas. Junto a esta entrada, un portero que, con solo mirarlo, se imagina todo lo que ha visto y vivido en el sórdido local. En la otra fachada del mismo edificio, una la sala de proyección; y por supuesto, varios carteles con su respectivas imágenes que anuncian la película porno que emite: «Espinas de amor». Finalmente, un puesto de 'Hot Dogs' que también pertenece a este particular complejo, y que promociona la comida con una imagen de una gran boca femenina que devora el producto simulando esta felación.
Lo increíble es que, nada de todo esto tiene que ver con la acción principal de la página, que no es otra que la retrasmisión televisiva de una procesión de Semana Santa que recorre las calles de la ciudad de 'La mala pena', y que pasa por delante del citado edificio mientras una lluvia de orujo cae de manera incesante en esta ciudad podrida y de pesadilla.
Así es Romeo muerto, una historia con más historias en su interior, de las que Santiago Sequeiros solamente nos narra retazos. Quiero pensar en la edición de Romeo Muerto (el álbum físico en sí, quiero decir),es algo parecido a un mapa de 'La mala pena'; en el que es el tamaño de las planchas originales en las que dibuja Santiago, y el tamaño final de la impresión marcan el número de detalles, de información que contiene su interior.
El mundo de Santiago es tan coherente, tan nítido, y está tan bien definido que, si el tamaño fuese aún mayor, creo que incluiría todavía más detalles; y si se pudiese llegar al imposible mapa borgiano de escala 1:1; literalmente caminaríamos por el interior de de «La mala pena».
Creo que quién expresó mejor lo que quiero decir fue Federico Fellini al referirse a Roland Topor como «el último de los grandes ilustradores capaces de imaginar un universo propio hasta el más mínimo detalle». Así que, como no soy capaz de mejorar esa perfecta descripción, solo puedo añadir que eso es así, porque no pudo conocer el trabajo de Santiago.
También creo que, las orondas y sexuadas figuras femeninas que aparecen en las páginas de 'Romeo Muerto', esa especie de venus paleolíticas contemporáneas, oscuras y fetichistas, habrían sido muy del gusto del director de Rímini; y habría tenido al autor de Romeo Muerto como uno de esos artistas cuyos trabajos releía una y otra vez.
Huelga decir que en la obra de Sequeiros hay ecos a Topor, una de las influencias confesas de Sequeiros. Me gusta un bar de una de las calles de 'La mala pena' llamado «las pausas pánicas»; que quiero pensar, es un homenaje nada velado al movimiento de vanguardia fundado por el francés junto a Arrabal y Jodorowski.
También hay una página que muestra la curiosa decoración Kitsch de una estancia de un prostíbulo, en la que dibuja diversas hornacinas con forma de boca gigante que se repite hasta el infinito, como si un dibujo de Escher se tratara; y que me recuerdan a las grandes y voraces bocas abiertas que dibujaba Topor.
Porque la mayor herencia de Topor en Romeo Muerto radica en que en el cómic de Sequeiros todo parece masticable y desmenbrable; y lo es hasta la nausea, porque en 'Romeo Muerto' todo se pudre y muere.
Topor y Sequeiros se acercan a la figura humana martirizándola. Para ellos, la anatomía es pura «carne» que se puede estrujar, retorcer, lacerar, romper, violar e incluso devorar. Su trabajo es quizá la manifestación más pura del eros y el tánatos de la psicología freudiana que los surrealistas llevan al ámbito de la pintura; y que en mi particular opinión, Topor y Sequeiros tratan mejor que nadie.
¿Por qué? Una vez más, por esa magia que posee el dibujo y que ellos han sabido utilizar magistralmente. Ese trazo único e irrepetible que expresa la idea de la manera exacta. Ese equilibrio en el que, basta cambiar una sola pincelada para que la ilusión de la representación se rompa, y aquello que se quiere contar, simplemente, no funcione. Es, aunque en su versión expresiva más sórdida, el mismo concepto que da sentido a las delicadas pinturas orientales, en las que el papel en blanco es un universo, y cada signo gráfico que se traza sobre él cuenta y tiene su lugar.
Santiago Sequeiros ha tenido en Romeo Muerto un fiel compañero de viaje. Su amor por los tebeos le ha acompañado en su particular y duro periplo vital, en su particular viaje iniciático. Romeo Muerto le acompañaba allí donde le llevó el alcohol, y le sigue acompañando en la década que lleva sobrio. Estaba con el chico que fue, y con el hombre que es.
Santiago Sequeiros dibuja 'Romeo Muerto' una y otra vez. Tapa la tinta negra con acrílico blanco y vuelve a trazar en negro. Y cuando el papel no da más de sí, escanea el original, y corrige, dibuja y limpia la imagen una y otra vez. No es obsesión, es un proceso necesario. Largo, porque así es el camino que le ha traído hasta donde está.
La historia no es exactamente la misma que en el origen del proyecto, porque Santiago no es la misma persona. Los símbolos gráficos y alegorías son otros (o evolucionan respecto al diseño inicial), porque Santiago se conoce mejor y su universo se enriquece. Y finalmente, el dibujo no es el mismo con el que se originó el proyecto; porque cada trazo cuenta y ha de transmitir con exactitud lo que tiene que transmitir; y en este proyecto, quizá esto sea así más que en ningún otro cómic que haya leído nunca.
Hay una última cosa que me fascina de Romeo Muerto, las viñetas en negro. La historia se inicia con un gran cuadrado cuya negrura solo se rompe por unas pequeñas huellas blanquecinas que arañan su superficie, y un texto que reza así: «…la noche no dura tanto como se quiere.. No dura nada…».
Muchos otros cuadrados negros salpican todo el relato. Me gusta pensar – aunque seguramente no acierte al hacerlo así- que son la expresión gráfica de un Santiago Sequeiros deconstruido en su sentido más psicoanalítico y literal. Si Santiago es 'Romeo Muerto', y las diversas páginas que la componen este cómic son una expresión gráfica alegórica de su personal mundo interior; cada cuadrado negro es una pieza aún por colocar; un aspecto aún por ajustar y reconstruir en esta obra; o si se prefiere, un espacio de negrura que el conocimiento aún no ha podido disipar.
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