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Benito Pérez Galdós

Pérez Reverte: «El optimismo español no resiste una lectura lúcida de nuestra historia»

El autor de «Cabo Trafalgar» afirma que no se puede comprender el XIX español sin Galdós y destaca que fue un patriota lúcido

Arturo Pérez-Reverte Vanessa Gómez
Jesús García Calero

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Arturo Pérez-Reverte no es galdosiano pero mira la historia desde mil prismas, también desde el de don Benito Pérez Galdós. Visitó «Cabo Trafalgar», donde nacieron los Episodios Nacionales, y ha tejido una «Historia de España» en la prensa, como si fuera un folletín de aquellos tiempos del escritor canario, un libro que además convive hoy en librerías con otra historia nuestra: la del Cid, retratado en «Sidi».

—¿Es el suyo el retrato de España?

—Galdós no completa España. Para entender la España del XIXy la que entra en el XX hay que completarla con Baroja y Valle Inclán. Son tres autores fundamentales y necesarios, que se complementan.

—¿Qué aporta Galdós entonces?

—Primero nos acerca a la épica y al desastre, nos pasea por esa España con sentido patriótico y lucidez. No se deja marear por las banderas. Es un patriota lúcido, no un patriota obcecado. Y sus «Episodios Nacionales» tiene una percepción que permite entender el XIX. Te lleva a otros libros, te estimula a leer más sobre los episodios que te está contando.

—¿Cómo lo juzga como escritor?

—No es un estilista extraordinario. Algunas obras son incluso aburridas para una lectura actual. Pero es cierto que, incluso en lo que ha quedado anticuado, siguen latiendo claves fundamentales sobre lo español, sobre la tragedia, la épica y el estrago de España. Es imposible acercarse al XIX sin pasar por Galdós. Es la puerta. Repito que no se deja cegar por las banderas ni por la patria, sino que aplica un ojo crítico.

—¿Pero su influencia sigue vigente?

—Aunque solo fuera por el retrato social que hace de la España de finales del XIX ya vale la pena. No puedes entender la España burguesa, la de la Restauración, la que entra en el XX no la puedes entender si no entiendes como soñaba, hablaba, comía, dormía, amaba, tertuliaba esa gente. Es como un notario, levanta acta de esa España burguesa que empieza a ser y no pudo ser. La industrial, progresista, donde el dinero hubiera llegado a quienes no lo tienen, puede se ve en sus obras. Acercarte a él es estar escuchando esa España.

—¿Es pesimista esa visión?

—A mí esa me viene más del Siglo de Oro, de Quevedo, que de Galdós. Pero no es él el culpable. Bobos como Roca Barea atribuye injustamente a los noventayochistas la crítica pesimista de lo español, olvidando que cuando lees a Mateo Alemán, a Cervantes mismo, a Duque de Estrada, ya está todo ahí. Ellos vuelven a llamar la atención sobre algo que ya se había advertido. Tenemos tendencia a atribuir nuestros males a una conspiración exterior. ¿Envidia contra el imperio? Creo que el mal es nuestro y ya estaba en los textos que digo.

—¿Qué personajes le fascinan más?

—Nos enseña a la castañera y a la portera, al gato del portal y al burgués que sube y baja. Pero también al mundo que hay detrás. La galería de personajes de Galdós es inigualable, no conozco una igual en toda la literatura. Solamente Clarín en «La Regenta» se acerca tanto a la perfección del retrato galdosiano. A mí me han marcado sobre todo «Misericordia» y «Fortunata y Jacinta». Las hay mejores, pero esas son mis novelas. Y «Doña Perfecta»

—¿Su visión se oscurece con los años?

—Empieza con el alarde patriótico de Trafalgar y acaba oscureciéndose porque nadie que vea la Historia de España puede terminar siendo optimista. Te lleva forzosamente al pesimismo. El optimismo español no resiste una lectura lúcida de nuestra historia.

—¿Lo comparte con Galdós?

—Yo era más patriota en el buen sentido de la palabra hace 30 años que ahora. Era más inocente. Después de treinta años de leer y documentarme y de leer historia comprendes que España tiene una enfermedad histórica. Galdós con los años se hace consciente de que lo Español es una enfermedad histórica, de que no es fruto de un Rey, un mal gobierno una invasión francesa, una ilustración frustrada. Se da cuenta de que hay un mal que viene de mucho más atrás, una enfermedad que solo tiene cura con la cultura. Galdós sabe que no vamos a ser cultos nunca. Es mi visión.

—Su final es oscuro.

—No me interesa más que su obra. Ni su final ni sus amores con la Pardo Bazán. Cometemos cada vez más el error de juzgar la obra con la vida del autor. Lo hacemos con tanta naturalidad que no nos damos cuenta de que perturbamos la obra. Metemos al autor tanto en la obra que la perturba. Lo clave no es que el autor sea mejor o peor, sino que explica. Su lectura y su proceso de desencanto y lucidez es lo que me fascina. Y es que ser lúcido en España es muy triste.

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