Muere el moralista Isaac Montero
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Con la muerte de Isaac Montero (Madrid, 1936) la narrativa española pierde al escritor que ha mantenido, como clave de su obra, la denuncia constante y eficaz de la doble moral de nuestra sociedad. Antes de la democracia y una vez conseguida ésta. Su desaparición de entre nosotros debería valer para que, de una vez por todas, se impusiera esta imagen frente al tópico que han venido manteniendo algunos perezosos críticos al considerar a Montero como el defensor de la novela social-realista. Ésta fue una fama tan inmerecida como injusta que se ganó Montero por haber mantenido unas tesis opuestas a las de Juan Benet en las páginas de «Cuadernos para el Diálogo».
Paradójicamente, la novelística de Montero había caminado por otros derroteros estéticos desde sus comienzos y lo seguiría haciendo en el futuro. Su primera novela podría definirse como una novela psicológica y no precisamente adscrita a los cánones que imponía Carlos Barral a mediados de los sesenta. «Alrededor de un día de abril», eso sí, le costó a Isaac un procesamiento. Era Manuel Fraga ministro de Información y Turismo. Tampoco en «Documentos secretos» el autor se atuvo a las fórmulas practicadas por los López Salinas, López Pacheco o Ferres.
«Pájaro en una tormenta» es una cala profunda en el mundo de la transición política y en la propia casa del policía. Esta novela y «Ladrón de lunas» (premio Nacional de la Crítica) han sido los dos títulos mejor valorados por los especialistas. También los más queridos por quien firma esta nota de urgencia.
Y habiendo llegado a este punto, ¿puedo hacer un reproche al sistema literario y editorial en el que estamos, a su dureza de trato con nuestros creadores en general y con Isaac Montero en particular? Ha habido excepciones que salvan el conjunto. Por ejemplo, Mario Muchnik, su último y fiel editor. Por otra parte, Montero tuvo la gran suerte de haber contado a lo largo de casi toda su vida con el apoyo crítico de su mujer, la gran traductora que fue Esther Benítez. Tanto a ella como el propio Isaac les habría gustado saber que, al menos en esta despedida, alguien dejara claro que habiendo sido un gran defensor del realismo no lo fue precisamente del social-realismo como se han empeñado tantos.
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