Diego S. Garrocho: «Hoy la moderación es un gesto de valentía»
El profesor y articulista ha sido distinguido con el premio de Periodismo David Gistau 2021
![Diego S. Garrocho, ganador del II premio de Periodismo David Gistau](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2021/11/11/diego-garrocho-kr2D--1248x698@abc.jpg)
Diego S. Garrocho (Madrid, 1984) dice que nunca había ganado nada, «ni a las chapas». Lo de conjugar en pasado es porque ayer le sorprendió la noticia de que había sido distinguido con el II premio de Periodismo David Gistau, creado por Vocento y Unidad ... Editorial y patrocinado por Fundación ACS, Mapfre, Santander y Telefónica. El ahora colaborador de ABC Cultural ha sido galardonado por su artículo ‘Carta a un joven posmoderno’, publicado en ‘El Español’, en el que cargaba contra el relativismo y la deconstrucción que durante décadas los académicos han inculcado en sus alumnos, con resultados más bien desastrosos, como poco.
—¿Qué hace un filósofo escribiendo en un periódico?
—En la tradición española los filósofos siempre han tomado posición pública en los periódicos, aunque en mi caso sí que es un accidente: lo hago por vocación... Creo que hay una diferencia entre quien es un estudioso de la tradición filosófica y quien aspira, con toda la humildad del mundo, a intentar resolver algunos problemas con los que nos tropezamos cotidianamente. Intervenir en prensa es una bonita forma de ejercer una responsabilidad pública.
—Ortega publicó ‘La rebelión de las masas’ por artículos en el periódico ‘El Sol’. ¿La batalla de las ideas se da más en la prensa que en la academia?
—Yo creo que hay muy buenas ideas en los dos dominios... En el caso de España no solo hay filósofos que escriben columnas, sino que creo que el periodismo tiene muy buen nivel intelectual. La ambición intelectual de los periodistas en España es muy amplia. A veces encuentro mucho más vigor, mucha más energía, y mucha más agilidad en el ámbito de las ideas en la prensa que en publicaciones de índole más académico.
—«Te han roto, amigo, y lo han hecho por el eje. Como dijera Kipling, nuestros padres nos mintieron. Lo peor de todo es que nosotros hemos decidido engañarte también a ti», escribe al final del artículo premiado. ¿Cuál es la gran mentira?
—La gran mentira es afirmar que podemos vivir una experiencia de vida sin sentido, que todo es construido, que los valores pueden ser líquidos, frágiles, que podemos atomizar cualquier construcción cultural a cambio de nada. Diariamente convivo con tardoadolescentes o gente muy joven, que va de los 17 a los 21 años, y conozco de primera mano su sufrimiento. Está en las estadísticas de suicidios, de salud mental, y creo que en eso la pulsión deconstructiva o destructora que se da en determinados órdenes teóricos está pasando una factura vital que no merece la pena. Ese artículo es casi una confesión en el que hablo de algunos males de los cuales yo he participado y les digo a los jóvenes: rebelaos, porque somos culpables de parte de lo que os pasa.
—Hoy se critica mucho a la juventud por irresponsable, pero usted sostiene que a muchos se les ha hurtado su condición de adultos...
—Hay un pacto de élites generacionales que no quieren pasar el balón a los más jóvenes. A España le está costando muchísimo que las personas que capitanearon el país en distintos órdenes (político, cultural, académico) den paso a la siguiente generación. Lo veo en la universidad: cómo un profesor es jóven prácticamente hasta los 45 años... Es un absurdo. De una manera muy frívola uno podría pensar que es un piropo que le llamen joven a esa edad, pero en el fondo están desactivando su exigencia a reivindicar lo que le pertenece: un salario y una estabilidad digna, unas condiciones de vida que se correspondan con la plenitud de ciudadanía que se le presupone a alguien de esa edad.
—Viene de dar una clase de Maquiavelo en la universidad. ¿Vivimos en un mundo maquiavélico? ¿Estamos peor que entonces?
—No estamos a la altura de aquel mal tan perfecto. No creo que vivamos en el peor de los mundos posibles, ni tengo una sensación demasiado turboapocalíptica, sí pienso que nuestra obligación es comparar nuestra realidad inmediata con el ideal posible. Y estamos muy lejos de ese ideal, aunque yo guardo una cierta esperanza.
—Una pregunta sencilla: ¿qué es la verdad?
—La pregunta por la verdad nos puede sonar a demasiado clásica y ambiciosa, pero los riesgos de la desinformación y de la posverdad han vuelto a poner en el centro una definición practicable de la verdad, que no agota el debate, pero que nos permite entendernos y nos permite distinguir lo que es una intoxicación informativa de lo que es algo con una aspiración a decirse verdadero. En este sentido podríamos recuperar una definición de Hannah Arendt, que planteaba la verdad no tanto como el encaje entre lo que se dice y la realidad, sino entre lo que uno dice y lo que uno piensa. Porque lo que sí sabemos es que, en ocasiones, sea lo que sea la verdad, mentimos deliberadamente.
—¿Hasta qué punto el ruido de las redes sociales ha contaminado el debate público?
—Uno de los rasgos contemporáneos de la opinión es que se celebra demasiado el ingenio. Lo que es ingenioso funciona muy bien en Twitter, y hay una forma de ingenio que funciona especialmente bien: el ingenio cruel. Hay que hacer una apuesta decidida por algo que yo creo que es un gesto de valentía: la moderación. Y eso es muy difícil, al contrario de lo que piensan algunos, que asumen que es un no mojarse. Yo me mojo, con muchas de las cosas que he escrito no he hecho amigos, pero lo que intento es no empujar más allá de lo imprescindible. No convertir el grito en un instrumento de comunicación. Me gustan los futbolistas que juegan entre líneas, los opinadores que no sabes muy bien en qué posición juegan.
—Como profesor de ética, ¿qué opina de ese moralismo que hoy amenaza con inundarlo todo?
—Es la traducción secularizada de una religión que se perdió. Es tan difícil vivir una vida sin sentido que lo que hemos hecho es sustituir unos ídolos por otros, no sé si peores. Y se ha generado una urgencia de querer moralizarlo todo, aunque hay espacios que naturalmente no pueden ser morales. Estamos tan carentes de épica que queremos convertir cualquier signo mínimo ordinario en una gran decisión política, en una gesta sin igual. Deberíamos atemperarnos un poco y entender que existen las grandes causas, pero que no todo es una gran causa. Que no todo exige una interpretación moral. Esa banalización de la moral lo que hace es que las cosas que verdaderamente son morales se conviertan en indiferentes.
—¿Tenemos la piel demasiado fina?
—No creo que antes fueran más tolerantes, pero ahora todo se exhibe de forma pública. No sé cómo teníamos la piel de fina antes, porque no vivía, pero sé cómo vivimos ahora. Y creo que nos convendría endurecer esa piel, entender que no somos necesariamente nuestras ideas, que en un marco de democracia institucional debemos poder pugnar y desafiar determinadas ideas, pero al mismo tiempo creo que deberíamos ser mejores custodios de la diferencia de otros. Y tolerar que haya gente que piensa exactamente lo contrario de lo que pensamos nosotros sin que sean malas personas. Deberíamos recuperar la presunción de buena fe: entender que hay personas que pueden pensar exactamente lo contrario que nosotros pero que lo hacen desde una extraordinaria buena fe.
—En Estados Unidos hay una cierta crisis en la universidad precisamente por querer convertirla en un ‘espacio seguro’ sin opiniones ‘dañinas’.
—Yo solo puedo concebir un aula universitaria como un lugar de desafío para las certezas propias y ajenas, como un lugar de riesgo. De la misma manera que los alumnos de química tienen permiso para manipular determinados productos, en mis clases de filosofía política me gusta que cualquier idea pueda pronunciarse, siempre que se haga con respeto. La filosofía requiere una cierta fricción, atrevernos a pensar: el no ser conservadores en el ámbito de la opinión, sino inaugurar nuevos escenarios opinativos. Y eso entraña riesgos.
—Por cierto, ¿diría que la política de hoy es posmoderna?
—Las ideas operan en un mercado semejante al de cualquier bien, y la clase política lo que hace es mercadear con esas ideas. Estamos viendo la politización de la salud mental, la politización de elementos morales que se utilizan como gasolina política… Es un equilibrio difícil, poque yo entiendo que la política es una disciplina que guarda compromisos morales, pero creo que también debe protegerse de ese uso tan polémico de la moral. Ya Platón hablaba de eso... A fin de cuentas no hay tanta originalidad en el mundo en el que vivimos.
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