Críticas en breve
El principio que rige el último espectáculo de la compañía Ron Lalá es el final, el final del mundo, un apocalipsis profetizado al comienzo de la función y hacia el que avanzan en una implacable cuenta atrás que hilvana descacharrantes cuadros en los que gesto, verbo y música se enhebran en un todo dinámico, muy fluido, concebido al detalle y, sobre todo, muy divertido. Si vamos a morir, mejor que sea de risa. Desarrollan a todo ritmo la línea que tanto éxito les dio en «Mi misterio del interior» y la mejoran estructuralmente, añadiendo además quilates a un humor que exprime el jugo de las palabras en busca siempre del doble sentido, el latido surreal, la coña marinera, y que en lo musical aborda el tango, las bulerías, el rock o lo que se les ponga por delante con idéntica eficacia devastadora. Yayo Cáceres dirige este invento en que que Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Miguel Magdalena, Daniel Rovalher y Álvaro Tato abordan números memorables, desde el inicio del espectáculo, en el que un tipo solicita la destrucción del mundo como quien encarga una pizza, a otros como el de los cactus que anhelan la desertización de la Tierra, el servicio de taxi hasta la propia muerte, el cantar de gesta informático o la apoteosis final de flamenco galáctico. Una apuesta que no es ecologista ni antiecologista, sino todo lo contrario.
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