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Alberto Redondo, Zoólogo de la UCO y documentalista

«Somos más animales de lo que pensamos»

Apenas levantaba un palmo del suelo y ya quería ser Rodríguez de la Fuente

«Somos más animales de lo que pensamos» valerio merino

A unos kilómetros de donde vive usted, en las cumbres de Sierra Nevada, existe una especie de hormigas que se dedican a esclavizar a sus congéneres. Asaltan otros hormigueros y someten a sus moradoras a trabajos forzados. Este tipo de himenópteros se orientan por el sol y no se guían por feromonas de ninguna clase. De tal forma que una exploradora localiza el hormiguero, regresa a por una hormiga de su mismo grupo, la arrastra con su mandíbula y ésta a su vez realiza una operación similar hasta trasladar a todos los individuos. Las sorprendentes hormigas fueron descubiertas en los años ochenta por un investigador granadino y fue el etólogo que observan en la imagen el primero en grabar su fascinante comportamiento. No fue un trabajo fácil. Le llevó un mes poder captar el asalto a un hormiguero. Horas y horas de paciente observación en medio de un incesante viento y procurando que su propia sombra no eclipsara el radar solar que las encamina a su objetivo.

-¿Qué hay en el reino animal que no haya en la especie humana?

-Todo lo de la especie humana y muchas cosas más que ni imaginamos. Somos más animales de lo que pensamos. Como es el caso de estas hormigas, que tienen un comportamiento mafioso. Si no te dejas esclavizar te matan.

-Según se ve, los atributos del ser humano ya están en la naturaleza.

-Muchos sí.

-¿Qué hemos inventado nosotros?

-La posibilidad de conservar la naturaleza, pero también de destruirla. Estamos en un punto crucial, por eso es importante trabajos como el nuestro: para que los jóvenes se den cuenta.

Alberto Redondo (Córdoba, 1968) se contagió del virus del entorno natural muy pronto. Fue su abuelo, periodista y fotógrafo, quien le inoculó la pasión por el universo de los seres vivos. Luego llegó Rodríguez de la Fuente e hizo el resto. Desde entonces no ha parado de soñar con dirigir sus propios documentales hasta que ha logrado poner en pie una trayectoria profesional realmente meritoria. «Mi abuelo tiene mucha culpa de mi vocación», subraya. «Tenía una colección espectacular de mariposas y siempre me llevaba al campo. Mi casa era un zoológico: buitres, zorros, cernícalos. Mis padres estaban encantados. Incluso un día en que me encontré un lagarto atropellado y lo dejé en el frigorífico antes de irme al instituto. Entonces, mi madre me dijo: “Hombre, Alberto, avísame antes”».

Desde que tenía cuatro años ya sabía que su futuro pasaba por la biología. Y así fue. Un día, su abuelo le dejó un tomavistas, se escondió en un matorral y esperó a que apareciera un pajarillo. Fue en ese momento cuando grabó las primeras secuencias de su vida y semanas después, al revelarlas y ver un puntito perdido en una rama, comprendió que la carrera de documentalista era mucho más compleja de lo que intuía. Empezó a elaborar sus guiones y ofrecerlos a productoras, pero por ese camino fracasó decenas de veces. Hasta que un especialista en Nueva Zelanda le sugirió que produjera sus propias películas. «He hecho miles de tutoriales de cámara y edición de vídeo por internet. Ahí está todo», revela Redondo. Con un tesón a prueba de bombas, logró levantar una carrera de documentalista que encontró en la Bienal de Cine Científico de Ronda un espaldarazo crucial. Hoy es autor de una treintena de películas y esta misma semana acaba de presentar su última serie, «Ver la ciencia».

-Zoólogo, profesor, cámara, guionista, productor, editor de vídeo. ¿Genio o profesional sin recursos?

-Entiendo que es un poco raro. Lo normal es tener un equipo grande, pero no lo hago por protagonismo, de verdad. Es que disfruto de cada paso.

-Es usted un poco lobo solitario.

-En parte, sí. Los alumnos me dicen que quieren venir conmigo a grabar y les cuento lo que supone rodar un buitre en Monfragüe: nos levantamos a las cinco, nos colocamos en una mata, sale el sol, las hormigas te suben por la piel y allí estás horas sin hablar y sin moverte. He llegado a estar quieto durante 15 horas bajo el sol y orinando en una bolsa. ¿Os merece la pena?

-¿Mientras más conoce a los hombres más ama a los animales?

-No crea. Mientras más me fascina la naturaleza más me gustan las personas. Todo representa un equilibrio.

-Hobbes decía que el hombre es un lobo para el hombre. ¿Y usted qué dice?

-Soy optimista. Si no lo fuera no me metería en esto. El hombre va a tener más conciencia ambiental, habrá menos guerras y confío en que los hijos de mis hijos vivan mejor que yo.

-¿En qué liga juega la ciencia de Córdoba?

-En división de honor.

-No lo dirá para quedar bien con el rector, ¿no?

-No, no. Hay cosas espectaculares sin salir del campus de Rabanales. Habrá otras universidades con más medios y Córdoba estará en mitad del ranking nacional, pero aquí hay mucha calidad.

-¿Un científico es un señor con mucha curiosidad y poca ayuda pública?

-Las dos cosas son ciertas. Sin curiosidad es imposible investigar y las ayudas públicas están en un momento terrible. Se están parando muchos proyectos de investigación.

-¿La investigación es lo primero que salta por la borda en la crisis?

-No sé si lo primero. Seguramente hay otras cosas que salten antes. Es posible. Pero es verdad que es algo que no se considera primordial. Y es un error. Si no se cuida la investigación, descuidamos el futuro.

-En materia de ciencia, ¿lo que no se divulga no existe?

-Lo que no se divulga no llega. La investigación alcanza a un círculo muy cerrado. Y eso es un error total: la gente lo paga y ¿luego no se lo cuentas?

-Díganos tres virtudes del buen investigador.

-La curiosidad, la capacidad de trabajo y la labor en equipo.

Es profesor de Zoología en la Universidad. La docencia es su principal actividad profesional y la divulgación científica a través de documentales su vocación irrefrenable, para la cual saca tiempo de donde no lo hay. Cuando está montando sus vídeos, su jornada comienza a las once de la noche, después de que los niños se hayan metido en la cama. Es cuando Redondo se cuela en su estudio y trabaja hasta las tres o las cuatro de la madrugada. Por la mañana suena el despertador a las ocho para volver a la UCO y dar clase. «Yo soy un poco mochuelo», sostiene.

-¿El planeta es una nave a la deriva?

-Del todo no. A la deriva es cuando no hay medios para dirigirla. Aquí hay timón y timonel. Pero se dan bandazos.

-¿Qué nos salvará?

-En nuestras manos está coger el timón del planeta.

-Después de miles de horas observando la naturaleza, ¿sabe ya para qué vivimos?

-Vivimos para tener equilibrio, para ser felices. Unos lo encuentran en la trascendencia, otros en su familia.

-¿Y usted dónde?

-En estar en equilibrio conmigo, con los demás y con el entorno.

-¿Qué busca en la naturaleza?

-Paz, belleza y armonía.

-Dice usted que su meta es «transmitir un amor profundo por el entorno». ¿Es un «rara avis» en medio de un mundo depredador?

-Hay mucha gente que piensa lo mismo. Distinto es que globalmente no demostramos amor por la naturaleza.

-¿Por qué somos tan depredadores con el medio?

-Puede tener que ver con nuestra propia historia de supervivencia. La especie humana no lo ha tenido fácil. Para llegar hasta aquí, hemos tenido que superar muchos retos.

Redondo es un buen conversador. Un hombre vitalista interesado por las cuestiones esenciales del ser humano y su interrelación con el medio en que vive. «En el ser humano», argumenta, «el concepto del bien y del mal está asentado sobre principios morales. Los animales, en cambio, toman decisiones en función de su necesidad, no de una reflexión consciente. Aquellos genes que se perpetúan son los que están bien».

-O sea, se mueven en un concepto de eficiencia, no de moral.

-En efecto. No tiene nada que ver.

-¿Qué animal le ha fascinado?

-El caballo. Te das cuenta de la sensibilidad extrema y la capacidad de seguir sirviéndonos pese al daño que le hemos hecho siempre.

-¿Qué le queda por hacer?

-Mil cosas. Yo lo que quiero es alargar los días. Y tocar el concierto número tres de Rashmaninov.

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