Los arqueros de Granada que tensaban sus armas con tendones hace 7.000 años
Investigadores identifican entre los objetos prehistóricos recuperados de la Cueva de los Murciélagos astiles de flecha de madera y caña y cuerdas de arco hechas con fibras de jabalí, corzo y cabra, las más antiguas de Europa
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La Cueva de Los Murciélagos, colgada de un estrecho barranco del pueblo granadino de Albuñol, fue explotada en el siglo XIX para extraer guano de murciélago y usarlo como fertilizante. Después, se convirtió en una suerte de cuadra natural para resguardar el ganado, hasta que ... apareció una veta de galena y los mineros llegaron con sus picos y palas. Fue entonces, al retirar los bloques para acceder al mineral, cuando la cueva descubrió su auténtico tesoro: una galería interior con cadáveres parcialmente momificados y restos arqueológicos extraordinarios que en la época no supieron preservar de forma adecuada, por lo que mucho de lo que allí había acabó destrozado, quemado como si fuera rastrojo o en las casas de los trabajadores como suvenir.
Parte de los restos que sí se recuperaron fueron llevados al Museo Arqueológico Nacional (MAN) en Madrid, donde aún se exhiben. Sin embargo, no ha sido hasta ahora que un equipo liderado por investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) con la participación, entre otros, de la Universidad de Alcalá de Henares, la de Córdoba y la de las Palmas de Gran Canarias, ha logrado identificar y datar con precisión la equipación de tiro con arco de una población del Neolítico que usó la cueva como lugar de enterramiento hace unos 7.000 años. Entre los hallazgos se encuentran tres flechas de caña y madera, una de ellas conservada con sus plumas de ave originales, y dos cuerdas de arco hechas de tendones de animales. Estas cuerdas son las más antiguas encontradas hasta ahora en Europa. Del arco en sí mismo no queda nada.
Armamento neolítico
«La identificación de estas cuerdas marca un paso crucial en el estudio del armamento neolítico. No solo hemos podido confirmar el uso de tendones de animales para fabricarlas, también identificar la especie de animal del que proceden», explica Ingrid Bertin, investigadora de la UAB y primera autora del artículo publicado este jueves en la revista 'Scientific Report'. Los tendones, igualmente utilizados para fijar las plumas y los distintos elementos de las flechas, procedían de cabras, cerdos y corzos. Fueron torsionados entre sí para crear cuerdas de longitud suficiente, fuertes y flexibles.
De unos 23 centímetros la más entera, «las flechas son muy especiales, una rareza. Son las más antiguas con plumas adheridas que jamás se hayan encontrado. Suponíamos que los astiles llevaban plumas en uno de sus extremos por aerodinámica, pero hasta ahora no se había documentado», explica Raquel Piqué, también investigadora de la UAB y coautora del estudio.
Para los astiles se recurrió a la caña local y a las maderas de sauce y olivo. «Esta integración ofrece una sección frontal dura y densa, complementada por una parte trasera ligera, lo que mejora las propiedades balísticas de las flechas, cuyas puntas son de madera sin proyectiles de piedra o hueso». afirma Bertin. Los astiles fueron recubiertos con brea de abedul, una sustancia que no se había identificado antes en la prehistoria en el sur de la península ibérica. La resina se obtenía mediante un tratamiento térmico controlado de la corteza de este árbol, utilizado no solo por sus propiedades protectoras, sino también, probablemente, decorativas.

Para Piqué, el estudio supone «un nivel de análisis inédito. La Cueva de los Murciélagos nos ilustra aquello que nunca se conserva en los yacimientos arqueológicos, los elementos orgánicos, y nos da una información que no podíamos intuir. De una punta de piedra lítica sabemos que hay un astil, pero no sabemos cómo es», subraya la investigadora.
Estos elementos orgánicos, que generalmente desaparecen con el paso del tiempo, han llegado hasta nuestros días gracias a las condiciones de sequedad de la gruta, «un milagro de la conservación», según Piqué. Fueron identificados con diferentes técnicas, como el análisis de lípidos y la espectrometría de masas, una herramienta que permite determinar la distribución de las moléculas de una sustancia en función de su masa.
Caza y violencia
Estos pobladores neolíticos utilizaron sus armas para cazar presas como corzos o jabalíes, especies habituales en la zona. Quizás también para ataque o defensa personal, aunque no se han hallado evidencias de ese tipo de violencia en la cueva. «Las armas también pueden tener un valor simbólico de posición social, ya que fueron depositadas junto a los cuerpos en el lugar de enterramiento. Cuando los mineros aparecieron allí, los restos humanos todavía estaban momificados, con su indumentaria y objetos asociados, pero, por desgracia, no han llegado hasta nuestros días. Esta cueva con un potencial impresionante se encontró en un momento inoportuno», lamenta la investigadora.
Los enterrados en La Cueva de los Murciélagos formaban parte de las primeras sociedades agrícolas y ganaderas que habitaron la península. Comunidades de varias familias probablemente sedentarias que cultivaban cereales y tenían animales domésticos. «Los hallazgos nos hablan de una población con conocimientos tecnológicos complejos, capaz de explotar los recursos del entorno con técnicas que requieren una inversión de trabajo importante, planificación, organización, saber cómo transformar las propiedades de los materiales... La técnica de caña y madera que tenemos en los astiles no estaba documentada en Europa», apunta Piqué.
MÁS INFORMACIÓN
No son los únicos elementos orgánicos prehistóricos que han sobrevivido en la cueva granadina. Allí también se encontraron los cestos más antiguos del sur de Europa, de hace 9.500 años, y unas sandalias de esparto que tienen entre 7.200 y 6.200 años, el calzado más antiguo del continente. Por eso, no sería raro que aún queden tesoros de la gruta por desvelar.
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