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¿Por qué tenemos pesadillas?

ciencia cotidiana

En contra de lo que se ha defendido durante mucho tiempo, las pesadillas podrían ser un escape emocional en el que aprendemos a enfrentarnos con nuestros traumas y nuestras fobias

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Las pesadillas son algo común, pero no por ello menos misterioso archivo
Pedro Gargantilla

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Las pesadillas trascienden la realidad y nos sumergen en el oscuro abismo de lo desconocido. Son como pasajes lúgubres que nos conducen a dimensiones paralelas plagadas de miedos arraigados y visiones perturbadoras.

Y es que durante el sueño la mente se convierte en un teatro surrealista donde los miedos más profundos encuentran su resonancia. En las pesadillas el control se desvanece y cede el escenario a criaturas siniestras, situaciones angustiantes o sucesos incomprensibles. El sudor frío y los latidos acelerados del corazón son el sello característico de estas vivencias oníricas.

Las pesadillas no discriminan por edad ni género; todos somos susceptibles a su influencia. Frecuentemente, reflejan preocupaciones profundas, ansiedades o conflictos no resueltos en la vigilia, manifestándose en secuencias aterradoras o escenarios catastróficos. Ahora bien, ¿cuáles son las pesadillas más repetidas? Y, quizás lo más importante, ¿por qué se producen?

Súcubos e íncubos

Se calcula que el 90% de la población se ha despertado alguna vez con sudores fríos, taquicardia y temblando de miedo. Según los expertos una de las pesadillas que más se repiten es aquella en la que una persona se imagina precipitándose al vacío, le sigue la caída de dientes –la cual la sufren una de cada cinco personas a lo largo de su vida-, aquella en la que se nos olvida algo importante o la pesadilla en la que sufrimos un ataque violento.

Durante la Edad Media una de las pesadillas más repetidas eran los íncubos y los súcubos. Según el folklore los súcubos atacaban a sus víctimas para absorber la sangre y la energía vital del hombre, mientras que los íncubos atacaban sexualmente a su víctima hasta hacerla perder la virginidad.

Un efecto beneficioso para nuestro cerebro

Las pesadillas suelen ser más frecuentes en el primer tercio de la noche y pueden ser producidas por multitud de factores, entre los que se encuentran el estrés y la ansiedad. También pueden ser provocadas por psicofármacos, medicación que se utiliza para el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson o el Alzheimer, fármacos antihipertensivos o drogas recreativas.

Según la Asociación Estadounidense del Sueño las pesadillas, en contra de lo que se venía pensando, podrían tener un efecto positivo para nuestro cerebro, ya que le ayudarían a procesar algunas experiencias intensas vividas a lo largo del día.

Y es que cuando nuestro cerebro está en la etapa REM del sueño, tanto la amígdala cerebral –la encargada de procesar las emociones- como el hipocampo –el responsable de almacenar los recuerdos- están muy activos. De alguna forma se podría decir que mientras dormimos organizamos y almacenamos nuestras vivencias, un fenómeno que se podría resumir en: «dormir para olvidar, dormir para recordar». Y es que, de alguna forma, el sueño nos ayuda a fortalecer los recuerdos emocionales y a atenuar aquellas reacciones hostiles.

Algunos expertos señalan que las pesadillas vendrían a ser una simulación, una especie de entrenamiento virtual, en el que, en un ambiente seguro, pero al mismo tiempo recóndito, trabajásemos nuestras emociones más negativas.

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