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Los gusanos de Chernóbil han desarrollado 'habilidades' inesperadas

El nematodo microscópico Oschieus tipulae, una especie que vive en el suelo y es común en muchas otras partes del planeta, no muestra daños por radiación en su genoma a pesar de vivir en la zona de exclusión

¿Está creando la radiación en Chernóbil una nueva raza de perros?

Gusanos recolectados en la zona de exclusión de Chernóbil, vistos al microscopio Sofía Tintori
Patricia Biosca

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Tras la trágica catástrofe de la central nuclear de Chernóbil el 26 de abril de 1986 se estableció una zona de exclusión que abarca 2.600 kilómetros cuadrados alrededor de la 'zona cero' del accidente. En aquel lugar, en el que aún está prohibido entrar, la radiación todavía se deja sentir en el ambiente. Sin embargo, la vida se abre camino y, aquel reducto del tamaño de la provincia de Vizcaya, se ha convertido en una suerte de 'santuario' en el que poblaciones de animales en peligro de extinción como el oso pardo, el bisonte europeo, el caballo de Przewaslki, la cigüeña negra o el águila pomerana han encontrado un refugio a salvo de la acción del hombre.

Ahora, un equipo de biólogos encabezado por la investigadora Sophia Tintori, de la Universidad de Nueva York, ha acreditado una nueva sorpresa: unos gusanos microscópicos, comunes en el suelo de la zona, parecen mostrarse ajenos a los daños por radiación, al contrario de lo que podría esperarse. Los resultados acaban de publicarse en la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS).

Estudiar el eco de la radiación

Lo cierto es que después de casi 40 años, la radiación de Chernóbil ha ido disminuyendo: ahora mismo los niveles son un 90% más bajos con respecto al principio de la catástrofe, además de que los isótopos más dañinos han desaparecido hace décadas. Por ejemplo: el yodo-131, el elemento más radiactivo que se desprendió en la catástrofe y que provocó miles de tumores en las tiroides de la población cercana, tiene una vida media de ocho días, por lo que unos meses después el accidente casi se había desintegrado en su totalidad.

Sin embargo, aún queda el eco de todo aquel episodio y no se sabe cómo la acción prolongada de la radiación ionizante ha podido influir en los organismos vivos de la zona, que se ha convertido en un perfecto campo de pruebas para observar cómo ha evolucionado allí la vida a pesar de todo. Y, para ello, los nematodos, unos gusanos redondos microscópicos que tienen genomas simples y vidas cortas, son los seres perfectos organismos modelo para ser estudiarlos. Así, el grupo de Tintori se trasladó a Chernóbil a buscar a estos resistentes seres, que sobreviven incluso después de estar congelados en el hielo. En concreto, recogieron cientos de nematodos de la especie Oschieus tipulae procedentes de frutas podridas, hojarasca y el suelo de la zona de exclusión. De ellos, cultivaron casi 300 en el laboratorio y seleccionaron 15 para secuenciar su ADN.

Primero, estos genomas de gusanos 'radiactivos' se compararon con los genomas secuenciados de otras cinco cepas de la misma especie, pero recolectadas de otras partes del mundo: Filipinas, Alemania, Estados Unidos, Islas Mauricio y Australia. Así, los investigadores constataron que genéticamente, entre ellos, eran más parecidos que respecto a los gusanos 'extranjeros'. Sin embargo, al buscar síntomas de radiación entre sus genes, fueron incapaces de encontrar pruebas: no había evidencias de reordenamientos cromosómicos a gran escala esperables en un entorno mutagénico; tampoco hallaron relación entre la tasa de mutación de los gusanos y la intensidad de la radiación ambiental en el lugar de donde procedía cada gusano.

Además, realizaron pruebas en los descendientes de cada una de las 20 cepas de gusanos para determinar cómo toleraban los daños en el ADN: descubrieron que, si bien cada linaje poseía un nivel de tolerancia diferente, éste tampoco tenía correlación con la radiación ambiental a la que estaban expuestos sus antepasados. Por todo ello, el equipo solo pudo concluir que no hay pruebas de ningún impacto genético del entorno de la zona de exclusión en el genoma de O. tipulae. Es decir: sí, eran genéticamente diferentes; pero la radiación no explicaba estos cambios.

Sin embargo, todo esto no implica que Chernóbil sea seguro, dice Tintori. «Más bien significa que los nematodos son animales realmente resistentes y pueden soportar condiciones extremas», señala la investigadora en un comunicado. «Tampoco sabemos cuánto tiempo estuvo cada uno de los gusanos que recolectamos en la zona, por lo que no podemos estar seguros exactamente qué nivel de exposición recibieron cada gusano y sus ancestros durante las últimas cuatro décadas».

Otros animales que se adaptaron a la radiación

El caso de estos gusanos no es el único estudiado en Chernóbil. Se ha visto a través de las plumas de las golondrinas que las poblaciones de bacterias de la zona que viven en zonas intermedias en la zona de exclusión son más resistentes a la radiactividad, según un estudio publicado en 'Scientific Reports' en el que participó Mario Xavier Ruiz-González, investigador de la Universidad Politécnica de Valencia.

Por otro lado, existen unas curiosas ranas 'morenas' -que deberían ser verdes- muy numerosas en la zona acordonada que, a pesar de su color, no muestran niveles de radiación más alta de lo normal. «La explicación más fácil es que la zona ya no es tan peligrosa, ya que los isótopos más radiactivos ya se han degradado. El secreto creemos que está en la melanina: además de protegernos de la radiación del sol, también ayuda contra la radiación ionizante, por lo que probablemente estas ranas han evolucionado rápidamente para adaptarse tras el accidente», explicaba a ABC Germán Orizaola, investigador en el Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo, quien participó también en este trabajo.

No todo es positivo, por supuesto. Algunos insectos, por ejemplo, parecen vivir menos y ser más proclives a los parásitos en las zonas de alta radiación. Además, algunas aves también presentan daños en su sistema inmune, aumento de albinismo y alteraciones genéticas. También un polémico estudio publicado en la revista 'Science Advances' señalaba que los perros de Chernóbil, descendientes de los canes que escaparon al sacrificio de la fauna local tras el accidente, eran genéticamente diferentes del resto.

Aún así, las poblaciones de animales se mantienen e incluso crecen, como en el caso de los grandes mamíferos tales como osos pardos, bisontes europeos lobos y caballos de Przewalski, una especie endémica de la zona que parece haber encontrado aquí su 'santuario natural'.

Lo que nos enseñan los nematodos tolerantes a la radiación

Los autores especifican que, si bien no hallaron restos de daños por radiactividad en estos gusanos, aún así pueden ser muy valiosos de cara a descubrir la razón detrás de que algunos seres humanos sean más susceptibles al cáncer que otros.

«Ahora que sabemos qué cepas de O. tipulae son más sensibles o más tolerantes al daño del ADN, podemos utilizar estas cepas para estudiar por qué diferentes individuos tienen más probabilidades que otros de sufrir los efectos de los carcinógenos», explica Tintari. «Pensar en cómo los individuos responden de manera diferente a los agentes que dañan material genético en el medio ambiente es algo que nos ayudará a tener una visión clara de nuestros propios factores de riesgo».

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