El descuido del papel amarillo que cambió la historia de los edulcorantes
ciencia por serendipia
La ciencia no siempre sigue un camino recto y predecible, a veces, los descubrimientos más dulces surgen de los errores más inesperados
Las dos casualidades y un error de traducción que llevaron a los edulcorantes

Imaginemos por un instante un mundo sin bebidas refrescantes light, sin edulcorantes en el yogur, sin esos productos etiquetados «sin azúcar» que inundan los supermercados.
Suena un poco aburrido, ¿verdad? Pues bien, todo ese universo de sabores artificiales tiene su origen en un descubrimiento casi ... accidental. Y es que, si pensaban que los edulcorantes son fruto de años de investigación meticulosa y planificada, prepárense para sorprenderse.
Un químico no excesivamente pulcro
Corría el año 1937 cuando Michael Sveda (1912-1999), un joven estudiante de química de la Universidad de Illinois, estaba trabajando en la síntesis de antipiréticos, esto es, medicamentos para bajar la fiebre. En la vorágine de sus experimentos cometió el que resultaría ser el error más dulce de su carrera: se apoyó para descansar y, sin darse cuenta, se llevó un cigarrillo a los labios con las manos manchadas de un compuesto que acababa de sintetizar.
Lo que sucedió a continuación fue totalmente inesperado: en lugar del sabor amargo o desagradable que uno esperaría encontrar en un producto químico de laboratorio, Sveda notó un intenso sabor dulce. Su curiosidad científica se disparó inmediatamente. ¿Qué era exactamente lo que había probado?
El compuesto en cuestión era el ácido ciclohexilsulfámico, que más tarde se conocería como ciclamato de sodio. Pero no adelantemos acontecimientos. Sveda, como buen científico, decidió investigar más a fondo su descubrimiento accidental. Pronto confirmó que no solo era dulce, sino que era, aproximadamente, treinta veces más dulce que el azúcar común.
Una alternativa a la sacarina
La historia podría haber quedado ahí, como una anécdota más de laboratorio, pero no. En aquella época, la industria alimentaria estaba desesperada por encontrar alternativas al azúcar. La sacarina, descubierta también por accidente en 1879, era el único edulcorante artificial disponible en aquellos momentos, pero dejaba un regusto metálico que no acababa de convencer a los consumidores.
El ciclamato tenía varias ventajas sobre la sacarina: no tenía ese sabor metálico desagradable, era estable al calor -lo que permitía usarlo en productos horneados- y, además, era más barato de producir. Era como si hubiera encontrado la gallina de los huevos de oro.
Abbott Laboratories se interesó rápidamente por el descubrimiento y compró los derechos de la patente. En 1950, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) aprobó el ciclamato como edulcorante seguro para su uso en alimentos. La década de los cincuenta y sesenta fue la edad dorada del ciclamato: se utilizaba en refrescos, productos horneados, dulces y hasta en medicamentos para enmascarar el sabor amargo.
La polémica: ¿ángel o demonio?
Toda historia tiene su cara B. Los descubrimientos necesitan pasar la prueba del tiempo y la investigación continua. En 1969 algunos estudios realizados en animales plantearon algunas dudas sobre su seguridad a largo plazo, lo que llevó a su prohibición en varios países, incluido Estados Unidos. La controversia no ha cesado, continúa a día de hoy, algunos países mantienen la prohibición y otros consideran que es seguro en cantidades moderadas y lo permiten.
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¿Y qué fue de Michael Sveda? Aunque el ciclamato fue su descubrimiento más famoso, continuó su carrera en química y obtuvo numerosas patentes en otros campos. Sin embargo, siempre será recordado como el químico que, por un afortunado descuido con un papel de filtro amarillo, cambió la industria de los edulcorantes para siempre.
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