La curiosa historia de la plaga de conejos en Australia
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Australia es una inmensa isla, unas veinte veces mayor que España, que por su condición de continente aislado ofrece a las especies recién llegadas grandes oportunidades biológicas. Pero esto no lo sabía Thomas Austin (1815-1871), un colono inglés, que en 1859 importó dos docenas de conejos salvajes de Inglaterra y los liberó para la caza deportiva en su granja de Victoria.
El británico no podía imaginar en aquellos momentos en lo que terminaría aquella 'inocente acción'. Su efecto fue devastador, en apenas tres meses los conejos se habían extendido a lo largo de más de dos mil kilómetros.
Austin era una persona muy meticulosa y en su diario registraba con sumo detalle sus actividades agrícolas, cinegéticas y ganaderas. Gracias a ese diario podemos saber que siete años después de liberar a los conejos abatió 14.253, esto es, una media de 39 conejos diarios.
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Al no tener depredadores naturales en el continente aquellas doce parejas iniciales de conejos se multiplicaron en muy poco tiempo convirtiéndose en una verdadera plaga que ponía en peligro los ecosistemas.
Una de las primeras medidas que adoptó el gobierno australiano para poner freno a la especie invasora fue importar depredadores naturales que no existían hasta ese momento en el continente, concretamente el zorro rojo. Sin embargo, estos animales no tardaron en darse cuenta de que era más fácil atrapar un koala que un conejo, por lo que estuvieron a punto de extinguir a estos marsupiales.
Valla de 1.700 km
En 1900 las autoridades dieron un paso más al levantar una valla de 1.700 kilómetros para impedir el paso de los conejos a la parte occidental de la isla. Un método que, desgraciadamente, también fracasó.
Se calcula que en la década de los veinte del siglo pasado ya había unos 10.000 millones de conejos silvestres expandidos a lo largo y ancho de toda la isla.
Tres décadas después el gobierno australiano cambió nuevamente la estrategia para controlar la plaga, sustituyendo las cacerías por guerras biológicas, al importar una enfermedad que acababa con la vida de los conejos sudamericanos.
A finales del siglo XIX se había descubierto en Uruguay la mixomatosis, una enfermedad infecciosa causada por un virus –myxoma– que afecta a los conejos provocándoles la muerte. Esta enfermedad es transmitida por la picadura de insectos que se alimentan de sangre, pulgas y mosquitos, es decir, por vectores hematófagos.
La muerte por mixomatosis es horrible, los animales infectados sufren nódulos cutáneos en la zona de la infección, inflamación de la cara y de los genitales, poco tiempo después dejan de comer y, finalmente, fallecen en torno a los diez días tras haber contraído la infección.
En 1950 se probó con éxito este virus en algunas partes de Australia y, más adelante, comenzó a usarse por todo el país. Se calcula que decenas de millones de conejos sucumbieron a la mixomatosis. Sin embargo, con el paso del tiempo los conejos desarrollaron inmunidad frente al patógeno, por lo que la población volvió a repuntar.
Virus hemorrágico, nueva solución
En 1995 unos investigadores de la isla de Wardang (Australia) experimentaron con un virus la propagación de una enfermedad hemorrágica, un microorganismo que diezmó hasta un 60% la población de conejos silvestres australianos. A tenor de los datos publicados por los científicos se trata de un virus tan contagioso como el de la gripe humana y tan letal como el ébola. En el 2017 el gobierno utilizó una nueva variante –la cepa RHDV1 K5–, un virus que transporta un patógeno hemorrágico descubierto en Corea del Sur.
A pesar de todo, la plaga no está controlada y en estos momentos en algunas zonas de Australia, como en Queensland, tener o vender conejos se considera una práctica delictiva penada con hasta seis meses de cárcel y una multa de 44.000 dólares.
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