Una chica de hace 14 milenios y un cenicero de 55.000 años: el pasado al pie de los Pirineos
No dan tantos titulares como otros yacimientos en la península, pero han arrojado luz sobre varios rompecabezas prehistóricos: los yacimientos de Cova Gran y Roca dels Bous, en Lérida, encierran aún muchos misterios
Descubren a Linya, la mujer que fue enterrada hace 14.000 años en La Noguera

La comarca leridana de La Noguera, al pie de los Pirineos, es hoy un lugar poco poblado: apenas 40.000 habitantes que viven, sobre todo, de la ganadería y la agricultura, habitan un enorme espacio de casi 1.800 kilómetros cuadrados. Al viajar ... por sus carreteras se advierte el contraste del paisaje. Por un lado, el valle del Segre, con grandes y suaves laderas repletas de cultivos que van desde la cebada hasta los olivos, pilares de una industria que vivió su auge hace ya un par de siglos. Por otro, el comienzo del sistema montañoso que conecta la península ibérica con el resto de Europa.
Aquellas montañas se alzaban imponentes, quizá prohibitivas, para las gentes que vivieron allí hace decenas de miles de años y de las que hoy se encuentran restos en la zona a casi cada paso que se da, siempre que se posea un ojo entrenado. Tradicionalmente se ha pensado que los Pirineos sirvieron de barrera natural para aquellas sociedades y que hubo poca mezcla entre la península y el resto de Europa en épocas prehistóricas. Sin embargo, precisamente en la zona de La Noguera, en yacimientos como los de Cova Gran de Santa Linya, están surgiendo pistas que apuntan a que nuestros antepasados se las ingeniaron mucho mejor de lo que pensamos y aquellos parajes fueron un corredor mucho más transitado de lo que habitualmente se ha considerado.
«Mira, esto es una pieza de sílex», dice Jorge Martínez-Moreno, investigador del Centro de Estudios del patrimonio Arqueológico de la Universidad Autónoma de Barcelona (CEPArq-UAB), agachándose para coger un pequeño trozo de apenas un par de centímetros de roca gris oscura con los bordes afilados. Ese cacho de piedra no parece tener muchas diferencias con respecto al resto de las que hay esparcidas por el suelo del camino que lleva hacia la Roca dels Bous, un yacimiento neandertal de hace unos 50.000 años.
«Fíjate en los sedimentos», explica Martínez-Moreno señalando una franja blanquecina de lo que parece arena conglomerada, pegada a la pieza. «Seguramente esto fueran restos de un núcleo», continúa. Porque aquellas gentes del pasado creaban armas o herramientas a partir de rocas (núcleos) que golpeaban, dándoles un filo y trabajándolas hasta crear el objeto con el que querían cortar o desgarrar. Y de esa acción cotidiana surgían estos restos repartidos por todo este yacimiento, ahora dentro del municipio de Sant Llorenç de Montgai.
Hogares neandertales
Una vez más, al observador inexperto le puede parecer que, a los pies de aquella pasarela creada para los visitantes, no hay más que un agujero de tierra tapado por una visera natural de roca. «Este yacimiento está lleno de hogares por todas partes», corrige Rafael Mora, director e investigador del CEPArq-UAB, quien lleva más de dos décadas dedicado al estudio de la zona. «El tamaño y la forma de estos hogares nos indica que por aquí pasaban pequeños grupos de neandertales que hacían un alto en su camino».
Una vez que los 'maestros' dan las claves sobre qué buscar, se empiezan a vislumbrar aquellos corrillos en los que las personas que vivían en La Noguera hace decenas de miles de años se sentaban probablemente a comer y a prepararse para el resto del viaje: tierra más oscura, restos de pequeños fuegos, piedras en las que seguramente estuvo sentado o apoyado un neandertal. Allí, aparte de herramientas de sílex y restos de su creación, se han encontrado huesos de ciervos, caballos y burros salvajes. Incluso tortugas, base de su subsistencia. «Todos ellos vivían en un lugar muy diferente al actual, con vegetación baja y temperaturas más extremas, en un momento en el que la Tierra presentaba unas condiciones ambientales muy frías y distintas a las actuales, y que podrían asemejarse con las actuales en el sur de Suecia», indica Mora.

Pero, ¿qué tenía aquel sitio en especial para que fuese un lugar recurrente con el paso de los milenios? «Aparte de estar abrigado en la roca –comenta Martínez-Moreno–, era un lugar desde el que se puede controlar todo el valle, acechando desde aquí a las posibles presas. Además, a sus pies corría el río, lo que lo convierte en un sitio estratégico».
Aunque después de tantos años van cuadrando la historia de aquel entrante en la roca, aún siguen surgiendo enigmas que les traen de cabeza. El último lo han bautizado como 'el cenicero'. «Se trata de un depósito enorme de cenizas que tiene una edad de unos 55.000 años, más viejo que el resto del yacimiento, y que no entendemos qué es», cuenta Mora. Hace relativamente poco que han surgido pruebas de que los neandertales, siempre considerados como unos seres menos 'sofisticados' que los Homo sapiens, podían controlar y producir el fuego. Pero para producir aquella enorme cantidad de ceniza debería haber generado un fuego tan grande que dejase alguna señal. Y no es el caso. «Fue depositada aquí de forma consciente. Eso es posible, pero... ¿con qué finalidad? Nos gustaría saberlo».
Y entonces apareció Linya
«Todavía me produce escalofríos cuando la veo», dice Mora señalándose el brazo, después de que aparezca ante sus ojos la Cova Gran. Situada en una zona de difícil acceso surge imponente una cueva poco profunda. En realidad, un enorme abrigo que parece haber sido creado al escarbar la mano de un gigante. Con 25 metros de altura, de ella cuelgan decenas de cintas de las que se enganchan los escaladores, dando cuenta de que los arqueólogos no son los únicos que visitan la zona. «A veces la convivencia no es fácil», reconoce el investigador.

Desde que a principios del año 2000 comenzarán los trabajos, se han encontrado signos de poblaciones humanas de hasta 50.000 años: desde los neandertales a los primeros Homo sapiens, seguidos por los primeros agricultores y ganaderos. «A lo largo de todo este tiempo, todo el mundo ha pasado por aquí, y eso que está completamente aislada dentro del paisaje de La Noguera», dice Martínez-Moreno. «Es increíble cómo un lugar tan remoto puede haber sido tan transitado durante tantos miles de años». Porque aquí se han hallado miles de restos de herramientas de piedra, sílex, agujas de coser y puntas de jabalina de hueso. Aunque nunca huesos humanos. Pero eso cambió en el año 2020 con Linya.
Esa temporada, en una plataforma a la izquierda de la cueva, en un lugar poco prometedor (arqueológicamente hablando), de repente, la tierra reveló unos huesos. Primero apareció una falange. Tras la sorpresa y la incredulidad iniciales, llegó la confirmación de que, en efecto, eran huesos humanos. Entonces el grupo se reestructuró con especialistas que empezaron a dar con más y más huesos. Se rescataron los fémures –uno de ellos conectado con la pelvis, lo que les dio la pista para saber que se trataba de una mujer–, los huesos largos de los brazos y algunas partes de las costillas, las vértebras y del cráneo fueron atribuidas a un cuerpo femenino de una homo sapiens de entre 17 y 20 años que vivió al final del Paleolítico Superior, hace entre 14.400 y 13.500 años.

«Con ella empezó la locura», reconoce Mora. Y eso que esta cueva había sido un desafío desde el principio. Por lógica, los restos suelen estar repartidos siguiendo un 'orden' temporal: los más nuevos, arriba; los más antiguos, más profundos. «Pero aquí nos encontrábamos restos al mismo nivel que otros más antiguos, lo que nos tuvo desconcertados».
La respuesta estaba relacionada, de alguna manera, con Linya. A su lado, una enorme piedra, ahora tapada por la maleza, es la clave de que haya podido ser encontrada miles de años después de su muerte. «Por delante de la cueva hay un riachuelo que antes tenía más caudal y con las crecidas fue removiendo los sedimentos, llevándose el agua los restos y depositándolos en sustratos más nuevos. Los restos los desocupa el río, y los nuevos moradores vuelven a ocupar la zona. Y esta piedra actúa de dique, por eso no se la llevó el pequeño riachuelo que actualmente vemos –indica Martínez-Moreno–. La explicación podría parecer muy lógica, pero tardamos años en saber qué estaba pasando aquí».
De hecho, los trabajos del año siguiente al descubrimiento de Linya encontraron un nuevo tesoro prehistórico: una plaqueta de la misma época con grabados por ambos lados, uno de ellos con un dibujo esquemático de la propia cueva y del antiguo río que formó aquel rompecabezas. «Alguien se tomó la molestia de grabar lo que veía y aquello ha llegado ahora hasta nosotros». En la otra cara del soporte, se reflejó un animal de grandes cuernos que se ha identificado como un bucardo, la cabra propia del Pirineo que se extinguió en el año 2000.

Y no acaban ahí las sorpresas. En la parte opuesta de la cueva, unas grandes piedras se reparten por el terreno. Puede parecer que están allí por azar, pero los investigadores sospechan que podrían ser unas estructuras con las que los primeros pastores contaban las ovejas. «Si es así, podría ser uno de los sistemas agrícolas más antiguos de este tipo de Europa», dicen.
Alimentando vocaciones
Mora se lamenta de que estos yacimientos, de los que siguen surgiendo historias (aunque con unos titulares mucho menos llamativos que otras excavaciones en la península), acaben siendo abandonados. «Esta zona tiene un potencial enorme para conocer nuestros orígenes. Ojalá una nueva generación de arqueólogos tome el testigo».
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Para intentar incentivar estas vocaciones, el equipo creó el Campo de Aprendizaje de La Noguera, que recibe anualmente a cientos de escolares de toda Cataluña que practican desde cómo crear sus propias herramientas de piedra a desenterrar sus propios hallazgos. Acaba Mora: «Pensamos que gran parte de nuestra tarea es dar a conocer e interesar a las gentes, especialmente a los más pequeños, sobre la importancia del patrimonio arqueológico. Y la mejor forma es que participen activamente en actividades que les permitan empatizar con ese pasado lejano. El Campo de Aprendizaje es nuestra forma de hacer visible el interés por lo que ocurrió aquí hace decenas de miles de años. Es nuestro orgullo. Ellos son nuestro futuro».
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