Tres décadas de ciencia en la base española de la Antártida
Desde que el CSIC instalara su primer campamento, la investigación ha florecido en este entorno duro e inhóspito

Livingston es una de las Islas Shetland del Sur, el espinazo de tierra medio emergida que parece querer unir la cola de América del Sur con la punta más septentrional de la Antártida . Allí, encajada en una bahía tranquila, descansan los módulos rojos y de aspecto futurista de la Base Antártica Española (BAE) Juan Carlos I . No muy lejos de ese lugar, y en un 27 de diciembre de hace 30 años, cuatro científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) plantaron el primer campamento español en el continente austral.
La BAE Juan Carlos I se inauguró después, el 8 de enero de 1988. Desde entonces, los científicos y técnicos que se han refugiado allí han estado haciendo ciencia puntera en ámbitos como la biología, la climatología o la geología. Y todo en un entorno tan impresionante e inhóspito, como valioso desde el punto de vista científico.
« Somos como los tripulantes de un pesquero de alta mar , con la diferencia de que nosotros no sufrimos el embate de las olas», explicó a través de teléfono vía satélite Jordi Felipe Álvarez , uno de los jefes de la base. Incluso allí, a miles de kilómetros de casa, contó que hubo tiempo para celebrar la Nochevieja y tomarse unas uvas enlatadas y un cava. Para su alivio, este año tampoco se recuperó la antigua tradición del «baño antártico» para darle la bienvenida al nuevo año.

Sometidos a un clima similar al de alta montaña y rodeados por un océano gélido, los españoles de la Juan Carlos I deben hacer acopio de todo lo que necesitan para pasar los meses de campaña de investigación (que suelen ir de noviembre a marzo). Deben reparar las averías de sus máquinas y tratar las heridas del personal en la propia base, porque el hospital más cercano está a varias horas de avión . Por eso en las instalaciones puede encontrarse a cocineros, médicos, especialistas de montaña, biólogos, geólogos, etc. Así hasta llegar a un máximo de 44 habitantes.

Por suerte, cuentan con el apoyo de la otra base española antártica, la militar Gabriel de Castilla (en isla Decepción) y mucho más cerca, a apenas media hora en zodiac, con la base búlgara Kliment Ohridski . La cercanía de esta última ha facilitado que los vecinos se conviertan en amigos que comparten comida, brindis y experiencias.

«Trabajar aquí tiene sus ventajas y sus desventajas. Disfrutamos de un paisaje precioso y podemos conocer a gente de todo el mundo. Pero estamos mucho tiempo lejos de la familia y al principio y al final de la jornada estamos en el mismo sitio», dijo Felipe. A pesar de lo duro del clima, los científicos pueden avistar ballenas desde su lugar de trabajo y en algunas ocasiones recibir la visita de turistas .
El «laboratorio» más frío
Los esfuerzos mantenidos durante cerca de 30 años han dado sus frutos. Desde 1989 la Agencia Española de Meteorología (AEMET) ha estado recogiendo datos climáticos de la Antártida y se han multiplicados las investigaciones en varias áreas. Allí se ha estudiado el clima extremo de los « Dry valleys », unas zonas secas y gélidas donde viven líquenes dentro de las rocas , y se han hecho análisis de habitabilidad, pensando en la posible vida de planetas como Marte . También se ha estudiado a animales como pingüinos y ballenas, y las condiciones del mar, la atmósfera y los campos magnéticos. Y, aunque el cambio climático no se pueda percibir directamente, estudios españoles han constatado un retroceso de los glaciares antárticos en los últimos 20 años.

Bajo el paraguas de la Juan Carlos I, el CSIC tiene un pequeño campamento en una zona de alta protección situada en la península de Byers , en el extremo occidental de la isla. La zona es remota y pristina, un importante lugar de paso de aves y de elefantes marinos y un lugar donde encontrar virus y bacterias únicos. «Pero también es tremendamente dura para vivir». En el campamento español apenas hay dos módulos prefabricados, uno para el laboratorio y otro para estar y comer. Hay que dormir en tienda de campaña y hacer las necesidades fisiológicas bajo una carpa. «Allí no hay baños como tales, hay que hacerlo todo en un bote porque no puede caer nada al suelo», explicó Felipe. Además, hay que tener cuidado de no deshidratarse y lavarse con tan solo unas toallitas húmedas, a veces durante meses. «Todo por la ciencia», bromeó el jefe de la Juan Carlos I.
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