Rusia lleva la guerra de Putin al espacio
Europa suspende la misión a Marte con los rusos mientras la Estación Espacial Internacional, símbolo de la cooperación, se enfrenta a un futuro incierto

La guerra en Ucrania, que en apenas cuatro semanas ha dejado incontables muertos, ciudades devastadas y tres millones de refugiados, no solo se libra sobre el terreno. La cooperación internacional para la exploración científica del espacio, prácticamente al margen de los conflictos terrestres desde el ... fin de la Guerra Fría, también se ha visto afectada. La invasión propiciada por Putin puede haber dinamitado décadas de colaboración pacífica entre las agencias espaciales, que en muchos casos se han necesitado unas de otras para conseguir sus mayores éxitos.
La Agencia Espacial Europea (ESA) anunció el jueves una decisión amarga, la de suspender ExoMars, la misión a Marte en colaboración con la rusa Roscosmos. La misión, cuyo despegue estaba previsto para septiembre a bordo de un cohete ruso Soyuz, incluía un rover, el Rosalind Franklin, destinado a la búsqueda de rastros de vida pasada en el planeta rojo. No ha debido de ser nada fácil renunciar a un proyecto tan ambicioso, cuyo coste ronda los 1.300 millones de euros. Sin embargo, el Consejo de gobierno de la ESA, reunido en París, lo tachó de «imposible» por «las trágicas consecuencias de la agresión contra Ucrania». La decisión se ha tomado en coherencia «con las sanciones impuestas a Rusia por sus Estados miembros».
El golpe también se lo han llevado los equipos españoles encargados de varios instrumentos del rover: el espectómetro RLS (Raman Laser Spectrometer), para ayudar a identificar los posibles indicios de vida marciana, y unos pequeños sensores ambientales en el módulo de aterrizaje, construido por los rusos. «Estamos tocados. El Raman ha llevado quince años de trabajo y un gran esfuerzo de mucha gente y ahora se ha quedado en tierra, pero las circunstancias de la guerra son muy graves», reconoce Andoni Moral, jefe de proyecto del RLS. El instrumento, de 20 millones de euros, se entregó en diciembre de 2018 para su integración en el rover. Pero el vehículo explorador ni siquiera llegará al cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, donde estaba previsto que viajara este mes para prepararse para el lanzamiento.
Olga Prieto Ballesteros, del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) también trabaja en el RLS. Comparte con Moral y el resto del equipo una «gran tristeza y frustración», pero se agarra a la posibilidad de que la ESA busque un nuevo socio para sacar adelante ExoMars. La agencia europea ya ha comenzado a dialogar con la NASA, precisamente un actor que se desligó del proyecto en sus inicios. «Este año está completamente descartado, pero si se arregla la situación con los rusos, lo cual no parece probable, o se encuentra un nuevo colaborador, puede abrirse un horizonte en 2024, 2026 o 2028», dice la investigadora. Las fechas, sin precisar, dependen de las ventanas de lanzamiento, que garantizan que se alcance el objetivo satisfactoriamente.
Pero trabajar con otra agencia supone «construir desde cero una nueva plataforma de aterrizaje, algo que difícilmente se puede lograr en solo dos años», señala Prieto Ballesteros. Lamenta la oportunidad perdida. Como explica, el Rosalind Franklin era un rover único, ya que su capacidad de perforación de hasta dos metros de profundidad le habría permitido analizar material protegido de la radiación y otros procesos de alteración en superficie. Si Marte albergó vida hace miles de millones de años, quizás sus restos se preserven en el subsuelo. Habrá que esperar más para saberlo.

La caída de la ISS
Aún está en el aire el futuro de la Estación Espacial Internacional (ISS), el laboratorio orbital a 400 km de altura sobre nuestras cabezas. El que es sin duda el mayor símbolo de la colaboración en el espacio, ha permanecido ocupado desde el año 2000 sin grandes contratiempos. En la actualidad, hay tres miembros de una tripulación comercial, dos de ellos son americanos y uno alemán, y cuatro astronautas más en misión científica, dos americanos y cinco rusos. Tres de ellos, Artemyev, Matveev y Korsakov, llegaron ayer en la Soyuz MS-21. Miguel Mas Hesse, investigador del CAB, cree que allá arriba, «el ambiente es de cooperación. Siempre lo ha sido, también cuando ha habido otras tiranteces entre EE.UU. y Rusia. Es un entorno peligroso, y tu vida depende de que tu compañero haga lo que tiene que hacer», explica. «Durante mucho tiempo los americanos han subido a la ISS con naves rusas. El nivel de confratenización y colaboración entre el personal de ambas agencias va mucho más allá de la política», asegura. Ninguno de los astronautas a bordo se ha pronunciado públicamente respecto a la situación en Ucrania y han continuado con normalidad con su trabajo, que incluye experimentos sobre la salud de los vuelos espaciales a largo plazo o cómo se comportan las llamas en microgravedad.
En Tierra, la situación es distinta. El director de Roscosmos, Dimitri Rogozin, famoso por sus salidas de tono, se ha dedicado a lanzar bravuconadas en redes sociales, hasta el punto de que, como represalia por las sanciones occidentales, amenazó con separar de la plataforma orbital el segmento ruso, encargado de dar el impulso que ocasionalmente se necesita para evitar que la ISS caiga a altitudes más bajas y se desintegre parcialmente en la atmósfera terrestre. Parte del laboratorio de 500 toneladas, advertía Rogozin, podría precipitarse descontroladamente sobre EE.UU. o Europa. Rusia se salvaría porque, sencillamente, no pasa por encima.
¿Podría llegar a ocurrir algo semejante? «La estación sin el módulo de control ruso no podría funcionar. Acabaría cayendo sin control en algo más de un año. Piezas de cientos de kilos podrían llegar a la superficie. El riesgo existe», confirma Mas Hesse. Otra cosa es creerse las declaraciones de Rogozin. «Por lo menos tienes que considerar que las ha hecho. Hace un mes no las habría tomado en serio, ahora NASA y ESA deben hacer planes de contingencia por si Rusia materializa sus intenciones, para lograr que la caída sea controlada en el Pacífico. Creo que daría tiempo», reflexiona.
La vida de la ISS se extendió recientemente hasta 2030, pero Rusia ya ha anunciado su intención de no continuar a partir de 2024. En ese caso, podría ceder su módulo para que lo operen otras agencias. Roscosmos parece optar por hacer su propia estación espacial, más pequeña, o unirse a la que ya está en marcha por parte de China, cada vez más poderosa en el espacio. Los dos países ya están colaborando en planes para una base lunar.

«Ganas de pelea»
En una nueva provocación, Rogozin escribió ayer en un tuit que la nueva tripulación de camino a la ISS iba «con ganas de pelea». Hace unos días, también sugirió la posibilidad de dejar en la estación al astronauta de la NASA Mark Vande Hei, que vuelve en una nave Soyuz a finales de este mes después de pasar 341 días en el espacio, un récord para la agencia. Sin embargo, la colaboración con Roscosmos se mantiene y la programación de operaciones con participación rusa no ha sido alterada.
Muchos de los acuerdos con Rusia en el espacio se desvanecen uno tras otro. Rusia detuvo los lanzamientos desde el puerto espacial europeo en la Guayana Francesa y las ventas de motores de cohetes a Estados Unidos. Los lanzamientos de Galileo, el posicionador europeo, se verán afectados y Euclid, la misión de la ESA para buscar energía y materia oscuras, que iba a ser lanzada en 2023 con un lanzador ruso, ahora tendrá que buscar un nuevo cohete. Además, Rogozin anunció en febrero que ya no trabajaría con la NASA en Venera-D, una misión a Venus todavía sin acuerdo formal. Y un equipo de astronomía alemán apagó un instrumento construido en Alemania en el observatorio astronómico ruso Spektr-RG a la mitad de sus observaciones planificadas.
Para David Barrado, profesor de Investigación Astrofísica en el CAB, divulgador y doctor en Geografía e Historia, «si el precio que hay que pagar por responder a la barbaridad que se está cometiendo en Ucrania es dejar de utilizar la estación espacial, qué se le va hacer. La colaboración científica tiende puentes entre diferentes sociedades pero no se puede confiar en un país que rompe de manera sistemática los acuerdos internacionales».
A su juicio, «esta agresión al derecho internación dañará a Rusia de manera muy profunda y duradera. Para un país con una economía centrada en la exportación de productos primarios como los hidrocarburos y los minerales, las sanciones pueden hacer un daño irreparable. Podría convertirse en un gigante con pies de barro, militarmente potente pero económicamente irrelevante. En el pasado otros imperios dedicaron más y más a aventuras expansionistas que consumieron todos sus recursos. En este caso, podría ser el final de Rusia como potencia espacial, al menos en lo que respecta a la exploración e investigación civil». Barrado cree que los europeos, y los españoles en particular, deben sacar lecciones de lo sucedido. «Esto refuerza la idea de tener una agencia espacial española, aprobada en la reforma de la Ley de la Ciencia ahora en trámite. Es muy importante que se defina de forma efectiva», subraya.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete