Psicología
Síndrome de la chica buena: «Complacer siempre a los demás y adaptarte a todo no hará que te quieran más»
La psicóloga Marta Martínez Novoa explica lo que hay detrás de la dificultad para poner límites, afrontar conflictos y defender aquello que nos importa
Esto es lo que la meditación puede hacer por una mente ansiosa
![Marta Martínez Novoa, psicóloga.](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/bienestar/2024/02/27/marta-martinez-novoa-RZ4AsIdifOVJZ3DdswmAXVI-1200x840@diario_abc.jpg)
«¡Qué niña más buena y más formal, mírala ahí, calladita, haciendo sus deberes, es muy madura, muy trabajadora y nunca molesta!«... Si en la infancia siempre te dijeron que si eras buena, atraerías cosas buenas, si ya de adulta siempre te alaban por adaptarte a las circunstancias y a lo que quieren los demás, si siempre evitas dar tu opinión por si molesta a alguien, si nunca discutes y si siempre pareces conforme con lo que te dicen o te hacen, ¿por qué no eres feliz? ¿Tal vez te hayas pasado de rosca con eso de la "bondad"? O quizá, como plantea la psicóloga Marta Martínez Novoa (@martamnovoapsico) estés sufriendo el «síndrome de la chica buena», ese que te lleva a intentar complacer a todo el mundo a todas horas. Y no es que ser «buena» sea algo negativo, lo que plantea la psicóloga es que esa bondad puede convertirse en un problema cuando hace que nos resulte difícil poner límites, afrontar conflictos, defender nuestros valores y tomar decisiones.
Por eso para abordar esta situación Martínez Novoa propone en su libro 'El síndrome de la chica buena' (Zenith) un viaje guiado al pasado para entender por qué algunas personas sienten en el presente este tipo de bloqueos y descubrir las herramientas que le ayudarán a construir un futuro en el que sean su máxima prioridad.
¿Qué hay de malo en ser una chica buena y cuál es el origen del síndrome que describes en tu libro?
Decidí escribir 'El síndrome de la chica buena' porque hace mucha falta, más de lo que creemos. De hecho lo que más veo en consulta son muchas cuestiones relacionadas con él. Está tan normalizado que no solo nos cuesta reconocerlo, sino que además está muy reforzado por la sociedad.
Si atendemos a muchos mandatos sociales frecuentes, especialmente dirigidos a las mujeres, veremos que son mensajes del tipo: «hay que sacrificarse por los demás para ser bueno», «hay que anteponer las necesidades de los demás a las tuyas», «tienes que reprimir tu ira para no hacer daño», «tienes que ser súper amable y súper complaciente»... Y todo esto estaría bien si se hiciese en su justa medida porque ser bueno no es malo pero cuando se da de una forma completamente desproporcionada esa persona se olvida de sí misma y deja de dirigir su vida. Ya no es protagonista de su vida, sino que son los demás, esos a los que complace, los que se convierten en los auténticos protagonistas de su vida.
Siempre se ha elogiado la capacidad de adaptación, pero, ¿Qué señales indican que en lugar de un valor ésta puede convertirse en un riesgo para la autoestima?
Es cierto que la capacidad de adaptación siempre se ha visto como positiva porque se relaciona con el hecho de tener recursos para sobrevivir. Pero cuando esa adaptación se vuelve indiscriminada e irreflexiva ya no está siendo útil para nuestras necesidades, sino que es algo que se hace para complacer a los demás.
Sabemos que es importante desarrollar la capacidad de escuchar y ser responsables afectivamente con los demás, pero también es básico escucharse y ser responsable afectivamente con uno mismo. Y cuando esto no se da es cuando viene el problema. A mis pacientes les invito a menudo a trabajar esta idea en situaciones cotidianas en las que se puedan preguntar si ese «me da igual» que tienen de muletilla es realmente sincero. Pongamos un ejemplo. Si estás con un grupo de amigos y piden comida a domicilio y unos cuantos quieren sushi pero a ti te apetece pizza, ¿por qué dices que te da igual? ¿Por qué no dices lo que te apetece? La realidad de ese «me da igual» es que no nos da igual, pero no lo decimos porque queremos complacer al otro.
Pero este tipo cosas no es tan importante, ¿no?
Pueden parecer tonterías, pero no lo son. Porque cada uno de esos actos pequeños en los que muestras que no te da igual y eliges lo que quieres para ti aportan en tu vida mensajes que son importantes: que lo tuyo importa y que no te tienes que adaptar siempre a los demás para sentirte protegida, ni para sentirte válida ni para sentirte querida.
«Desmontar el síndrome de la chica buena no significa que haya que ser mala o malo. Nos han enseñado que priorizarse, poner límites o resultar a veces incorrecto es ser mala persona. Pero eso no es ser malo, eso es ser quien necesitas ser en ese momento»
Marta Martínez Novoa
Psicóloga
¿Qué es lo que hay detrás de esa muletilla del «me da igual»?
En los primeros años de vida y en la infancia es algo que tiene mucho que ver con la necesidad de sentirse protegido. De hecho cuando somos pequeños no tenemos aún las herramientas suficientes para saber cómo podemos protegidos, especialmente si estamos en un entorno que no nos da esa protección que necesitamos. Por tanto, si no se siente esa protección o si se necesita sentirla mejor, la buscaremos en todos lados. ¿Y qué es lo que está reforzado socialmente para sentirse válido y, por tanto, protegido, querido y aceptado? La complacencia, ser lo que otros esperan de ti y priorizar a los demás.
Desde pequeños aprendemos a ser sensibles a lo que el otro pueda necesitar para cumplirlo sin plantearnos si debemos o no hacerlo o si tenemos o no recursos para ello. Pero es cierto que lo que subyace en todo eso es sentirse válido y querido.
Durante varias generaciones nos han educado al calor de esos mensajes que transmiten la importancia de no salirse de la norma, ser correctos, portarse bien, no llamar la atención, sacar buenas notas... ¿Hacia dónde debería ir la educación de las nuevas generaciones para que no sean víctimas de este síndrome?
Lo primero sería dar un nuevo significado al concepto de bondad pero también al de proteger. Así, en lugar de relacionar la bondad con la sumisión o la complacencia habría que aumentar el espectro o los puntos de vista. En cuanto al concepto de proteger no tendría que entenderse como meterse en una burbuja o meter a alguien en una burbuja.
Pero también quiero aclarar que lo que propongo en el libro es una explicación para entender por qué tenemos ese tipo comportamientos complacientes, pero no para culpar a nuestros padres pues ellos hicieron lo que podían con lo que tenían. Es probable que no recibieran educación emocional y también es probable que en la mayoría de los casos no hubiera una mala intención de fondo sino más bien lo contrario. Quisieron darnos lo mejor y el mensaje sobre ser bueno con los demás, ser responsable y dar lo mejor de uno mismo no está mal en sí. El problema se da cuando ese mensaje se generaliza y se traslada a todo y a todos.
El complemento de ese mensaje vendría con estos otros: escúchate para saber lo que quieres y hacia dónde quieres ir; es importante quedar mal a veces con los demás para quedar bien contigo; tienes derecho a decir que no; no vas a ser malo o mala por expresar tu ira o tu enfado; puedes poner límites de forma amable y asertiva. Y, en definitiva, puedes seguir siendo bueno y buena pero hay que ser bueno y buena de una manera diferente a la que te enseñaron o a la que aprendiste.
Entonces con este libro, ¿no vamos a aprender a ser un poco malos?
No es la idea, no. Y eso es lo que nos pasa siempre, que tendemos a ir a los extremos, nos vamos del blanco al negro o de una cosa a la contraria. Pero en los matices es donde está la respuesta. Desmontar el síndrome de la chica buena no significa que haya que ser mala o malo para ello. Y justo de ahí es de donde viene el problema, del hecho de que nos hayan enseñado que priorizarse, poner límites, quedar mal o resultar a veces incorrecto es ser mala persona. Pero no es ser malo, es ser natural, es ser quien necesitas ser en ese momento.
Cuidar a los demás, escucharles y ser responsables con los demás puede convivir perfectamente con priorizarse. Tendemos a pensar que solo podemos hacer una cosa o la otra, pero no son antagónicas, pueden ser complementarias.
¿Y qué hay de la intencionalidad que se da a la frase «qué buena eres siempre»?
La traducción que hago de esa frase es «qué bien te adaptas a mis expectativas«. No te dicen »qué buena eres« porque seas maja, amable o agradable. Te lo dicen porque te estás adaptando a lo que esperan de ti. Probablemente a muchas de esas personas que reciben esa comentario también les dijeran a menudo de niñas algo así: «Qué buena es, siempre calladita, siempre obedece, siempre sin molestar». Pero la cuestión es: ¿El mensaje es que sólo soy buena cuando no ocupo espacio, cuando no tengo voz y cuando soy invisible? No. Lo que debemos tener claro es lo contrario: tener voz y tener carácter no es malo porque es lo que permite poner límites, protegerse y darse espacio para entender nuestra relación con los demás y para ser los protagonistas de nuestra vida.
¿Cómo influye en la autoestima el hecho de comportarse siempre con complacencia y adaptación continua?
Para empezar, tu visión de ti misma desde el síndrome de la chica buena depende de la visión que tengan los demás de ti. Y eso nos lleva a una gran fragilidad porque si depende de algo que no es homogéneo, que es totalmente cambiante, diverso y fluctuante, mi autoestima estará bastante tocada. Por eso resulta difícil trabajar la autoestima con estas personas, ya que implica hacer eso que siempre les han dicho que no hagan (poner límites, tener voz, quedar mal, decir que no, ser incorrectos...) y eso les hará sentirse totalmente desprotegidas, solas, poco queridas o incluso susceptibles de ser rechazadas... La clave para trabajar todo esto es saber que sin conexión con uno mismo no hay felicidad. ¿Cómo vas a saber lo que quieres, lo que necesitas y lo que te hace feliz si no conectas contigo?
En tu libro explicas que bajo el influjo de este síndrome se pueden crear unas relaciones poco sanas, ¿por qué?
Porque caemos en la trampa de creer que complacer siempre y adaptarse a los demás hará que ellos nos quieran más. Pero no sucede así. Complacer y adaptarse a los demás no hará que te quieran más. Lo que sucede es que quieren una parte de ti que has construido desde una defensa psicológica y que ni siquiera es genuina tuya. Y eso puede hacer que esa relación no sea sana pues una relación sana no se puede sostener solo en una parte de alguien. Si no vas a estar presente en esa relación en toda tu esencia: ¿Cómo vas a pedir lo que necesitas?
Sobre esta cuestión hay un término en psicología que se llama «profecía autocumplida« que suele suceder a menudo a las »chicas buenas« y que hace que inicien una relación con el miedo a ser abandonadas o a ser rechazadas. ¿Y qué sucede al final? Pues que el miedo lo ocupa todo y eso les lleva a atender siempre a lo que necesita la otra persona y no a sus propias necesidades. Y si solo se centran en las necesidades de la otra persona y no queda espacio para las suyas, la otra persona no verá sus necesidades y no las atenderá. Y entonces se sentirán abandonadas emocionalmente y es probable que, efectivamente, se rompa la relación.
El denominador común de este tipo de relaciones es que casi siempre acaba pasando justo lo que se quiere evitar.
¿Qué señales físicas y emocionales revelan que una persona se abandona y no atiende a sus necesidades?
La clave se da con la sensación de vacío y de insatisfacción vital. Cuando estás en una situación en la vas haciendo todo lo que se supone que deberías hacer para ser feliz o cuando aparentemente lo tienes todo en la vida pero no acabas de sentirte bien es cuando puede haber algunas señales de alarma que indiquen que no se están atendiendo tus necesidades reales.
Y a partir de ahí podríamos comenzar a asentar una primera base para empezar a escucharnos.
¿Y cómo se escucha uno mismo cuando en realidad siempre has escuchado las necesidades de los demás?
Algo que recomiendo, aunque tal vez pueda parecer una tontería, es tener momentos de no hacer nada. Sé que es difícil en este ritmo de vida tan frenético como llevamos pero hay que sacar ese tiempo, hay que intentar tener unos veinte minutos de vez en cuando para no hacer nada y pensar. Y ahí nos preguntaremos cómo estamos y procuraremos ser honestos con nosotros mismos. ¿Me gusta mi día a día? ¿Me gusta hacia dónde está yendo mi vida? ¿Controlo mi vida o la vida me controla a mí? ¿Estoy satisfecha? ¿Qué me falta? ¿Cómo me siento con las personas con las que paso mucho tiempo? Y habrá que darse respuestas, para bien o para mal pues son preguntas que nos pueden ayudar mucho a identificar nuestras necesidades.
Cuando hablas de poner límites haces referencia a la importancia de que esos límites sean sanos...
Aunque añado la palabra «sanos» en realidad para mí es una redundancia pues poner límites ya debería ser sano. Pero he querido llamarlos así porque no es lo mismo un límite que una manipulación, una barrera o un castigo. Un límite es un puente, es algo que te une a la otra persona porque es lo único que te permite protegerte en esa relación, marcar lo que quieres, lo que no vas a tolerar y aquello en lo que puedes o no estar de acuerdo.
El límite sano no solo te cuida y te protege a ti sino que también cuida el vínculo pues un vínculo sin límites puede funcionar un tiempo, pero al final acaba desgastándose o acaba erosionándose por una asimetría, llevándonos así a lugares o a situaciones a las que no queremos llegar.
¿Cómo se hace para decir «no» sin sentirse culpable o de un modo sano?
El foco no debería estar en decir «no» a los otros, sino en decirte «sí» a ti. Y eso no es exactamente lo mismo, aunque pueda parecerlo. Hay que saber lo que se necesita y también es importante saber que eres merecedor de ello porque si uno no se siente merecedor de ocupar ese espacio en la relación o en la relación con uno mismo no estará bien. No se trata de quitar el espacio a otro o de limitar a los otros sino de cuidar y proteger nuestro propio espacio.
¿Pueden progresar, liderar equipos y tener visibilidad en el trabajo las personas que sufren el síndrome de la chica buena?
También en este caso todo tiene mucho que ver con las creencias sobre cómo debe ser una chica buena. Y concretamente en el trabajo la cuestión es que no podría destacar, pero tendría que ejercer bien, no podría pedir más dinero porque está feo, no podría visibilizar sus logros porque sería una creída o se estaría sobrevalorando, no podría poner límites porque está siendo egoísta...
A esas chicas buenas a las que siempre les han enseñado a no querer progresar ni laboralmente ni económicamente porque eso les convierte supuestamente en frías, egoístas, ambiciosas y prepotentes les diría: siéntete merecedora de lo que tienes porque si estás ahí es por algo, permítete avanzar porque no por eso vas a dejar de ser empática, humilde y genuinamente buena. Tienes derecho a buscar lo que sea bueno para ti. Todo el derecho.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete