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CULTURAL MADRID 04-12-1992 página 11
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CULTURAL MADRID 04-12-1992 página 11

  • EdiciónCULTURAL, MADRID
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A B C literario Novela Estorbo Chico Buarque Traducción de Pablo del Barco. Tusquets Barcelona, 1992. 165 páginas, 1.400 pesetas A media luz Jay Mclnernéy Traducción de Mariano Antolín Rato. Ediciones B. Barcelona, 1992. 506 páginas, 2.600 pesetas T ODA vida humana es un movimiento en la penumbra. Es un gran insomnio, una indagación. La búsqueda para el protagonista de Estorbo es instintiva, pasiva, alucinatoria. Sólo tiene la posibilidad real de la verdadera desilusión. Toda la novela es el anochecer de su conciencia, nunca segura de lo que es, de lo que se supone que es: un estorbo. Bajo el volcán de Malcolm Lowry, muestra la visión desolada de un hombre en un México irreal y terrible. Chico Buarque también nos ofrece el vagabundeo de un ser descolgado en una ciudad brasileña real y alucinada. Al final, el sueño que promete lo posible se entromete en la propia vida y delega en ella la solución. Publicada en Brasil en el verano de 1991, Estorbo ha tenido una gran aceptación en su país, por lo que se ha traducido a otros diez idiomas. Chico Buarque es bien conocido por su actividad como cantante y compositor, así como por una labor de compromiso político con la realidad de su país: Brasil. Aunque esta no es su primera incursión en el mundo de la literatura- h a publicado con anterioridad otra novela, Fazenda modelo (1974) así como ha escrito cuatro obras de teatro, poemas y un libro para niños- posiblemente para el lector español resulte sorprendente esta nueva faceta creativa. Al recorrer las páginas de Estorbo encontramos la coherencia del músico comprometido políticamente, pues el trasfondo de la novela es, en líneas generales, una prolongación de esa conciencia de la realidad social de Brasil, que, por otro lado, también puede ser aplicable a la realidad de cualquier país. Pero Chico Buarque no alecciona, no denuncia, no escribe una literatura comprometida al uso y desuso. Eso es lo que hace interesante la lectura de estas páginas. Simplemente, nos muestra, a través de una parábola casi cinematográfica, pero llena de abstracción, una ciudad, mar de asfalto y seguro naufragio, su maraña social, unos personajes. Nada ni nadie tiene nombre, ni siquiera el narrador protagonista. Sólo la finca familiar, abandonada cinco años atrás, es nombrada Posto Brialuz. La cancela quedó abierta, y nadie vino a cerrarla. Ahora esa tierra está invadida por todo un subfundo de marginales, de lumpen, de niños delincuentes. Visita el protagonista esa finca, reiteradamente, avanzando la acción, complicán la. También se repiten los demás escenarios h los que transcurre la narración: autobuses, calles, apartamentos, la mansión de su her ana, irónicamente descrita, y que a veces nos fae a la memoria Un mundo para Julius de Brice Echenique. Los personajes presentes en este relato no son seres individuales y concretos, son tipos, abstracciones, categorías: la madre, la her lana, el amigo, la ex mujer, en su mundo de referencias familiares. Lo mismo sucede con la palería de marginación y delincuencia, de brutalidad y muerte. Esa alucinación circular, como Ji infierno imaginado por Borges, dentro de una mente kafkiana, impregna la capacidad transgresora, picaresco- nihilista del narrador protagonista, desdásado y automarginado, acentuando el carácter simbólico, genérico y cerrado de la narración. Beatriz HERNANZ E S verdad: el dinero envenena, y el poder envenena, pero no hay nada que envenene tanto como los años. Jay Mclnernéy (1955) lo cuenta en A media luz Brightness Falls 1992) crónica de los años ochenta, novela social y novela doméstica. A media luz cuenta las aventuras del joven y pobre empleado de una prestigiosa editorial neoyorquina que, viendo el trabajo en peligro, decide comprar la empresa por setenta millones de dólares. A media luz es también la historia de un matrimonio: Corrine y Russell Calloway, pareja de anuncio, liberales y con clase, que, casados ejemplar- dia luz quiere enseñarnos todas las caras de Nueva York, y así nos asoma a los agujeros negros de los drogados y los vagabundos sin casa; y nos pasea por la ciudad que estropea matrimonios de película y arruina vidas intoxicadas por la fiebre del oro y el zumbido eléctrico del dinero rápido y nos invita a fiestas donde, en el cuarto de baño, la modelo famosa de la última temporada se haya puesto una inyección de heroína. Los personajes no desmerecen los escenarios: Corrine, la esposa modelo, a quien las fiestas le resultan ya un dolor dulce, elegante como una joven Katharine Hepburn que recordara a Grace Kelly, corredora de Bolsa, es, como ha dicho Mclnernéy, la conciencia de A media luz lejos de la hipnosis masiva, descreída de tantos castillos en el aire. Russell Calloway, Crash para los amigos Parachoques para el excelente traductor, Mariano Antolín Rato) es el prototipo de su generación: una persona que entra en las habitaciones sin llamar y se comporta como si fuera a vivir para siempre. Publicó poemas en una revistilla: ahora se entusiasma con los modismos del mundo de las finanzas, tecnopoesía de una jerga secreta mucho más sugerente que la palabrería de la crítica literaria. Crash Calloway es, dice Víctor Propp, como uno de esos héroes de los dibujos animados que avanzan por el aire sin notar que caminan por el vacío. Tocará tierra, como otros muchos, el día del crash de la Bolsa neoyorquina de 1987. Mclnernéy ha sido ambicioso. A media luz tiene vuelos de crónica social a la manera de Tom Wolfe, o de Balzac o Throllope. Y es una novela sentimental, que recuerda la decadencia de Anthony y Gloria Patch, el matrimonio de Hermosos y Malditos de Scott Fitzegerald, y los manicomios melodramáticos de Suave es la noche Hay más guiños para las camarillas literarias: homenajes a los amigos escritores de Mclnernéy, que también se rinde homenaje a sí mismo, desde el título de A media luz eco apagado de su primera novela, Luces de neón Y no sólo es todo eso: la más inquietante de las historias que cuenta la voz narradora de A media luz voz autoritaria y sabelotodo, es la historia de una amistad, la amistad imposible entre el editor Russell Crash Calloway y el escritor Jeff Peirce, que publicó hace dos años un libro de éxito cuya descripción sugiere Esclavos de Nueva York de Tama Janowitz. Jeff ha elegido matarse poco a poco, y Russell, nos dice la voz, no sabe hasta qué punto la transgresión de Jeff de las reglas de la vida sana es peor que su traición de las verdades adolescentes de la poesía y el rock roll A media luz empiza en un cumpleaños y termina en un funeral, con la lectura de una elegía barroca sobre la fugacidad de la vida, a la sombra del sida y el colapso financiero. Madurar es admitir que nada dura, nos dice A media luz máquina construida sobre un plano perfecto, a la que le falta la intensidad de esa literatura que, a la vez que se escribe, debe inventar cómo se escribe. Pero A media luz es una máquina emocionante. Justo NAVARRO mente durante cinco años, acaban de cumplir los treinta y empiezan a aburrirse, mientras Russell intuye que el principal encanto del matrimonio quizá sea la infidelidad. Russell pisa el umbral de la madurez: de naturaleza poética, empleado joven y pobre en una editorial, está descubriendo que el dinero y el poder son pura poesía. El novelista Jay Mclnernéy quiere ser, como manda Tom Wolfe, cronista de su época, y confiensa haber escrito un libro entre el divertimiento y el comentario sociológico. Sí, A media luz retrata una vez más la Nueva York de los ochenta, pero es ante todo una fábrica de historias. La historia del matrimonio cansado, en el momento en que cada miembro de la pareja se convierte en un especialista en las debilidades del otro, se funde con la historia de una conspiración: Russell sospecha que su posición profesional se tambalea, y decide comprar, en una traicionera maniobra bursátil, la empresa donde trabaja. En la conjura lo acompañarán una rica heredera fantasmal, una sexual especialista en embrollos financieros y un corsario de las finanzas maniaco- depresivo y diminuto, que lee biografías de Alejandro Magno. A media luz es también una radiografía distorsionada del mundo editorial y literario de Nueva York: uno de sus cincuenta personajes es el escritor Víctor Propp, parodia, según Mclnernéy, de Harold Brodkey y del útiimo Truman Capote, veinte años empeñado en un libro mítico, en la tortura de escribir un libro que, inexistente, le ha conseguido medio millón de dólares y quinientos almuerzos gratis con editores. Pero la voz que cuenta A me-

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