BLANCO Y NEGRO MADRID 05-11-1933 página 166
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página166
- Fecha de publicación05/11/1933
- ID0005492148
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de suposiones prematuras. No sé de dónde habrá sacado el señor Thierry esas ideas que le ha metido en la cabeza. Si, según dice usted, es un historiador concienzudo, pienso que habría obrado con niás cordura si hubiera tenido esto y esto en su poder. Me tendía la carta anterior unida a otra. -Son dos de las últimas cartas- me explicó- -que me escribió en el Congo el g ran duque Rodolfo. E n la primera me dice cómo fué salvado por Ulrico de Boose de un búfalo que le había destripado el caballo; en la s unda, cómo ese mismo Boose le libró de las manos de cinco o seis indígenas que se preparaban a hacerle pasar tin mal rato. Me miraba y sonreía mientras leia los párrafos que ella me indicaba. Me indiné, algo cortado. En las tazas, que Melusina acababa de llenar, bebimos un té violento, en el que nadaban unas membranas de cidra. Luego besé la mano a la gran duquesa y estredíél la de Melusina. Adiós, amigo mío- -me dijo Aurora- hasta mañana. Volví a mis habitaciones por el parque, después de haber divisado, al salir, una sombra, que se me figuró ser la del teniente Hagen. Dos disparos, uno detrás de otro, en la clara y solitaria noche. Ag: uzamos el oído. No se oyeron más. Vignerte se encogió de hombros. -Algún centinda que pierde el juicio. Présteme la lámpara eléctrica- me dijo. La encendió y me alargó dos papeles. iQué es esto? le pregunté. -Uno- me contestó- -es una de las cartas dirigidas a Aurora de Lautemburgo por el gran duque Rodolfo. El otro es d documento redactado por el señor de Boose, que me valió, como acabo de decirle, granjearme la amistad de la gran duquesa. Bueno es- añadió- -qué no se figure que sueña al escucharme. Vuelva usted un poco a la realidad. Miré los dos papeles con avidez: uno cubierto con la firme y gruesa letra de Boose; el otro, con caracteres alargados, femeninos, que más bien denotan tma naturaleza inclinada al ensueño que a la acdón. La carta de ese gran duque alemán, que descansaba allende los mares, en la arcilla calcinada d d Congo, en la ardorosa linea de los trópicos, me enterneció en extremo. Al tocarla evoqué con increíble precisión la persona a quien iba dirigida. Atirora de Lautemburgo se hallaba cerca de nosotros. Me parecía que la conocía de tiempos atrás. jVignerte apagó la luz, y el rectángulo de cielo se mostró de nuevo. Le devolví ios papeles. El continuó: -Brunetiére, hablando de las Cartas de Duiyuis y de Catonet, ha dicho que en ellas o menos, de todas las demás cosas de Mus- -40- se encuentra lenos ingenio que deseo de te- I, DEGO, BD POBBNCO, MOJADO, BEJULANTE T KBGBO, nerlo. Y lo mismo puede decirse, poco más IÍBUTAUPO A SU AJIA s t BECABI 6 N QUE ACAB BA. DE CAES