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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-11-1933 página 163
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  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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esta cartH; en prueba de la respetuosa fidelidad de su humilde servidor. Pensé confiar totlo a Ja séiiorita Graffenfried, en unión de cuatro letras de explicación, por haber tenido siempre connugo la más iialagadora amabilidad. Un contratiempo me esperaba: Melusina había iao a la población; tuve que abandonar la carta a mía anciana camarera rusa, medio idiota. La vieja la cogió con desconfianza, y desapareció mascullando palabras ininteligibles. Volví al punto a mi cuarto. Allí, la agitación desapareció en seguida. Casi llegué a reprocharme el paso dado, ¿ü n qué se fundaba? ¿Con qué derecho me metía en aquello? Creo que casi anhelaba que la viej a rusa, más idiota de lo que pensé, perdiera la carta. Unos pasos resonaron en el pasillo. D a mar on a la puerta, Ludwig entró. -Q: ue el señor profesor tenga a bien dispensarme. Preguiítan por el señor profesor. Se echó a un lado e introdujo a un lacayo. Creí caerme al reconocer la librea azul y oro de la gran duquesa. -Si el señor profesor quiere acompañarme- -dijo ese ihombre. Consternado por el rápido efecto da mi paso, le seguí, sin tan siquiera pensar en coger el sombrero. Atravesamos al sesgo ei parque. ¿A dónde me llevaba? Llegamos al jardín inglés, y bajamos por él. Costeamos el rosado Méína entre los sauces. Empezaba el crepúsculo. De un grupo de castaños partió iin tiro de escopeta. Se me ¡figuró oír la caída de un pájaro entre las ramas. Tenga a bien pasar el señor profesor. Me hallaba n una especie de pabdlón florido. Con la escopeta todavía humeante en la mano, la gran duquesa estaba de pie. Dispíénsems caballero; me entretengo tirando tordos- -dijo con sencillez. Y con un ademán despidió al lacayo. i Puede usted decirme cómo ha caído en su. poder ese papel? Punto por punto le conté mi hallazgo. Debía de haber tanta emoción y candor en la explicación, que la vi enternecida. -Caballero- -dijo, y sus palabras estaban impregnadas de infinita dulzura- si, como espero, estamos llamados a conocernos más, estoy segura de que acabará nsted por no guardarme rencor por ciertos modales algo bruscos, que he podido tener hacia usted. No, no proteste. Esos modales eran voluntarios. L a indiferencia es siempre fingida en la mujer. Sepa usted que, para conocerme, son necesarios algunos elementos que están lejos de hallarse a su alcance. i Dónde estaban las bellas frases con que me había propuesto responder a esas palabras que, sin embargo, había previsto? ¿Signe usted trabajando tanto, señor Vignerte? me dijo Aurora con sonrisa no exenta de ironía. -Señora. -murmuré afligido. ¡Oh! No pretendo privar a su sereftísimo discípulo. Pero recuerdo, sin embargo, que el gran duque, al hacerle venir aquí, tenía la amable intención de prestármelo de vez en cuando. Yo sola tengo la culpa de no haber aprovechado hasta hoy esa intención. La duda de saber si hablaba con forraali- dad, teníame clavado en el suelo y mudo. Me preguntó: -liSabe usted jugar al bridgef- -ii Ya. lo creó! Bastante bien- balbucí, bendiciendo a Kessd y al anciano coronel Wendel, a quienes debía esa reciente adquisición. Pues bien; todas las noches jugamos al bridffe la señorita de Graffenfried, el teniente Hagen y yo. Usted hará el cuarto. Es un favor mucho mayor de lo que usted puede figurarse- -dijo sonriendo No necesito decirle que puede usted venir cuando quiera. Continuó: También me han dicho que tiene usted libros franceses muy interesantes. Leo bastante; celebraré mucho conocerlos, con tal que no prive demasiado a esa buena señora Estaba a solas con la reina de mis sue- de Wendel ños. Sabía que esta entrevista llegaría; pef 6 Me sonrojé violentamente. nunca previ que tuviera por teatro ese ce- -Estamos de acuerdo- -dijo, sin notarnador, nunca sospechado en m i s frecuentes lo- Venga cuando guste, señor Vignerte; paseos por el parque. Durante unos segundos me examinó en y si el pedirle un favor ptiede demostrarle silencio. Mi turbación era grande; más de de nuevo mi agradecimiento, le diré que cuanto pudiera decir a usted. Hasta más tendría mucho gusto en recibirle ésta notarde, mucho más tarde, no compreandí lo che en mis habitaciones, a eso de las nueve mucho qué me valió. Tari tímido interlo- y media. Previa una inclinación, iba a retirarme, cutor no podía ser enemigo. Al fin habló con voz muy suave; tan suave, cuando me hizo seña de que me acercara: r- -Caballero- me dijo, bajo, con voz graque no la reconocí. vé- queda convenido que todo 16 concer -Le agradezco, señor Vignerte, su comu- niente a este asunto debe permanecer entre nicación, H a tenido usted razón al pensar nosotros. Sue ningún recuerdo del difunto gran duque Al hablarme me inostraba la carta, que íodolfo podía serme indiferente. acaba de sacar de uno de los bolsillos del Y añadió: abrigo negro con grandes faldones. -37-

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