BLANCO Y NEGRO MADRID 15-03-1925 página 53
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página53
- Fecha de publicación15/03/1925
- ID0005511133
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Nos daba frialdad su actitud desdeñosa, aquella sombría manera de mirar, aquella boca juvenil sin sonrisa... Bien pronto vimos que se acercaba a nosotros un viejo con su hatillo al hombro, y apoyándose en un cayado, y que el muchacho comenzó a separarse corriéndose hacia donde el chauffeur trajinaba. Nos pidió una limosna, dímosela y se paró entre nosotros. Lamentó el infeliz el percance que nos había ocurrido y comenzó a quejarse de su mísera vida. Él era del pueblo que se veía cercano entre la pompa verde de los pinares; había sido rico, pero le vinieron las malas, se le murió la mujer y ya, viejo y desamparado, había tenido que acudir a la vida de perro y a la limosna. Aquel muchacho que se distraía viendo trabajar al chauffeur era su hijo, pero el pobrecito no ganaba más que para él, y harto hacía con no morirse. Diciendo esto lloraba compungido y llamaba al hijo con una voz que parecía un lamento. Mas el hijo no le respondía... El lo disculpaba diciendo: -El pobrecito se avergüenza de verme de esta manera, y ni me quiere mirar de lás -ima que le doy. Y continuaba su lloro descenso ado, como un niño. Nosotros, ante la actitud indiferente del zaga! no quisimos creer que fuese hijo del mendicante, y comenzamos a dudar de la salud de su juicio. Todo lo que nos hablaba después nos parecia disparatado e incongruente, afirmándonos en la creencia de la chochez del viejo. Al fin, también se fué alejando de nosotros, mas acercándose al zagal le llamaba: ¡Hijo! ¡Hijo... Pero el muchacho parecía sordo a las tiernas exclamaciones. El chauffeur nos avisó que ya estaba compuesta la avería y que ya podríamos marchar, y nosotros corrimos apresuradamente hacia el coche. Ya estaba, cuando llegamos el viejo a la vera del zagal, y uno de nosotros preguntó al mozalbete: ¿Es verdad que este anciano es tu padre? Y el muchacho contestó afirmativamente con la cabeza, mientras hacía con su cayado rayas en el polvo de la carretera. Nos llenamos de miedo junto a aquella criatura, más que cuando presentimos el peligro de la torada que venía a abrevar al río. Cuando echó a andar el coche, aún mirábamos nosotros atrás, llenos de estupor ante la fiereza del zagal. Y vimos a lo lejos que el padre se acercaba a acariciarlo y que él rehuía, rechazando, con los suyos en alto, los brazos tiernos del padre infeliz... (DIBUJOS DE HOHEKLEITEE)