ABC SEVILLA 26-05-2002 página 3
- EdiciónABC, SEVILLA
- Página3
- Fecha de publicación26/05/2002
- ID0004116680
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ABC DOMINGO 26 5 2002 LA TERCERA ABC de Sevilla. Fundado en 1929 por Don Juan Ignacio Luca de Tena CINE EN TEATRO, TEATRO EN TELEVISIÓN L novelista, el narrador, lleva a cabo su trabajo en soledad. No están con él, frente a él, viéndole trabajar los posibles lectores. No sabe quiénes serán éstos. Ni siquiera sabe si existirán. El autor de una película, no el que ha escrito el guión literario, sino el que llamamos director el que hace la película, trabaja acompañado de múltiples colaboradores. Veinte, treinta, cuarenta personas (pueden llegar excepcionalmente a un centenar) le rodean mientras realiza su trabajo. Pero entre todas aquellas personas, técnicos, actores, obreros, no están los posibles espectadores. Los que hacen la película, la hacen sin que los espectadores les vean. El llamado autor de una obra teatral la escribe en soledad. Pero su trabajo es puramente literario. Es un trabajo previo al hecho teatral. Cuando llegue a convertirse en hecho teatral el público estará presente. Lo que caracteriza al teatro, lo que más radicalmente le diferencia del cine y de la narrativa, es la presencia del público en el momento de la representación. El producto se elabora a la vista del consumidor. Y existen espectadores aficionados al teatro que lo son por esta circunstancia. Para emocionarse, para identificarse con lo que le están contando, precisan estos aficionados que los actores y las actrices actúen en vivo no reproducidos. Precisan también, por supuesto, que su voz sea su voz. Para ellos, aunque no lo piensen, sino, simplemente, lo sientan, un hombre con la voz de otro hombre es, ni más ni menos, un monstruo. Independientemente de cuáles sean las lenguas maternas de ambos. Quizás estos aficionados estén de enhorabuena, pues parece que se inicia una tendencia a transformar las películas en obras teatrales. Acaso esto se deba al éxito alcanzado la pasada temporada por El verdugo, de Berlanga y Azcona, y por el que ésta ha obtenido en el Centro Cultural de la Villa de Madrid Atraco a las tres, de Blanca Suñén, sobre el guión de Pedro Masó, Vicente Coello y Rafael J. Salvia. Aunque ellos mismos no lleguen a precisarlo, es evidente que lo que en primer lugar atrae a los espectadores de estas adaptaciones teatrales de películas es la presencia en vivo de los actores y actrices. Estos espectadores se sienten más compensados por una representación teatral directa, no reproducida, que por una película, aunque el trabajo de los actores pueda considerarse mejor en la película que en la representación teatral. Convertir las obras teatrales o las novelas en películas fue algo muy habitual desde los comienzos del cine, cuando era mudo y el empleo de las palabras quedaba reducido a los letreros. Más adelante, y de manera excepcional, se utilizó el procedimiento inverso, se adaptaron algunas películas al teatro. Y con gran aceptación entre el público popular, sobre todo en las obras de mucha acción, de gran espectáculo y escaso contenido. En España el gran especialista de ese género E Convertir las obras teatrales o las novelas en películas fue algo muy habitual desde los comienzos del cine, cuando era mudo y el empleo de las palabras quedaba reducido a los letreros fue el actor y director Enrique Rambal. El éxito del género tenía su razón de ser: el cine de entonces, dos primeras décadas del siglo pasado, era en blanco y negro y sin sonido; el uso de las palabras quedaba reducido a los letreros. Rambal convertía esas películas en obras teatrales divididas en múltiples cuadros, no en los consabidos tres actos del teatro al uso, con decorados variables, lujosos, con música, cuerpo de baile y, como es natural, color. El público acudía a ver, entre otras películas teatralizadas, Volga, Volga, sobre la vida del revolucionario ruso Stenka Razine, El siglo del Zorro, peripecias del mítico héroe mexicano, El juramento de Lagardére según la famosa novela de Paul Feval, etcétera, y encontraba en aquellas representaciones teatrales lo que echaba de menos en las películas: sonido, palabras, color. Se conservaban del cine los múltiples lugares de acción, los saltos atrás y delante en el tiempo, la falta de respeto a las unidades aristotélicas, pero se recuperaban el sonido, la palabra, las voces humanas, los colores de la realidad- -o de la fantasía- -la música. Incluso ya en pleno auge del cine sonoro, en la llamada época dorada de Hollywood, cosechó grandes éxitos Rambal sin apartarse de su estilo. Fiándome sólo de la memo- ria, puedo consignar Sin novedad en el frente, adaptación más que de la novela de Remarque de la película dirigida por Lewis Millestone, y Rebeca, versión teatral de la famosísima película de Hitchcock, incluso con incendio de Manderley a la vista del público. Pero actualmente no podemos decir que buscan los espectadores en las representaciones teatrales lo que echan de menos en las películas. El cine ya les da colores y sonido, palabras, música. ¿Qué buscan, entonces? ¿Qué es lo que encuentran, que no encuentran en el cine? La presencia en vivo de los actores. La afición al teatro cada vez es más minoritaria, sobre todo al teatro hablado al no musical. Pero sigue habiendo un núcleo de espectadores, que evidentemente se renueva, y cuyos componentes para sentirse satisfechos ante el espectáculo precisan que los actores estén allí, en el teatro, con ellos, que sean de verdad que diría un niño, no reproducidos por muy perfecta que sea la reproducción. Lo que caracteriza al teatro, lo que le diferencia del cine y de la narrativa, es la presencia del público en el momento de la actuación. Puede decirse que para estos espectadores teatrófilos lo que caracteriza al teatro, a la representación dramática, es la presencia real de los actores. Más difícil resulta entender qué busca el público en el teatro televisado, y parece, según nos cuentan los profesionales y leemos en la prensa, que existe un sector de público, aunque muy restringido, que lamenta la desaparición de programas de esa índole. Pero la televisión actual, de múltiples cadenas competitivas y financiada por los anunciantes, no está para sectores de público muy restringido, por mucho que a sus rectores les hablen del derecho de las minorías. Hace tiempo en la televisión francesa había un programa de teatro en televisión. Se representaban en el estudio obras que la temporada anterior se habían representado en teatros de París y por los mismos elencos. Y, desde luego, con asistencia de público, como en los concursos o en las tertulias en directo que tanta audiencia tienen actualmente entre nosotros. En Argentina solía haber programas de teatro en televisión con obras montadas especialmente, como en nuestro desaparecido Estudio 1, pero representadas en un escenario, sin cuarta pared, y con asistencia de público. Si aquí se hiciese algo parecido, el teatro en televisión podría considerarse auténtico teatro y quizás sus partidarios no fueran tan escasos. Es cierto que el público televidente lo vería desde sus casas, pero la representación se efectuaría en vivo no reproducida, y a ella se le añadirían las reacciones del público. Y si en algunas ocasiones se representasen obras que fueran estrenos, que no se hubieran representado antes en teatros, el público podría sentirse supremo juez FERNANDO FERNÁN- GÓMEZ de la Real Academia Española