ABC SEVILLA 16-06-1989 página 3
- EdiciónABC, SEVILLA
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- Fecha de publicación16/06/1989
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EDITADO PRENSA POR ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 16 D E JUNIO D E 1989 ABC REDACCIÓN, ADMINISTRACIÓN Y TALLERESCARDENAL ILUNDAIN, 9 41013- SEVILLA A muerte de Jomeini, la situación del Irán, las incógnitas sobre su porvenir deberían mover a pensar un poco sobre lo que va a constituir uno de los mayores problemas del mundo en lo que queda de siglo: los países islámicos. Desde hace un par de decenios se habla de ellos todo el tiempo; su presencia en los medios de comunicación es constante; al mismo tiempo se rehuye la reflexión sobre lo que significan y sobre los motivos de esa presencia reciente y que va siendo cada vez mayor. Pero el título de este artículo puede sorprender: en él se habla de países cristianos ¿Desde cuándo no se usa esta expresión? ¿Quién habla de países cristianos? ¿Hay alguno que se llame así? Mientras se habla de países islámicos o musulmanes, como la cosa más natural del mundo, los así considerados se llaman así y con la máxima insistencia y los que no lo son aplican ese calificativo sin ninguna restricción a los que así se definen, nadie se atreve a hablar de países cristianos. ¿Es que no los hay? Y habría que formular una segunda pregunta: ¿es tan evidente que los llamados islámicos lo sean? He empleado muy deliberadamente la expresión nadie se atreve porque me parece decisiva. Habría que completarla diciendo que nadie se atreve a negar la condición islámica a los países correspondientes, ni desde dentro ni siquiera desde fuera. Estamos, si no me equivoco, ante una doble coacción. Hay muchos países, los de Europa, los de América y algunos más en otros continentes, de tradición y cultura cristianas, algunos desde hace entre quince y veinte siglos; otros desde hace medio milenio. A veces he dicho que aunque no hubiese ni un solo cristiano en ellos, no se los podría entender sin referencia al cristianismo, porque todo en ellos, desde las expresiones de sus lenguas hasta su arte, pasando por su pensamiento, sus temas literarios, los usos, las líneas generales de la moral vigente, muestran la huella del cristianismo. Si se lo suprime o se olvida, no se comprende nada. En todos estos países hay, ciertamente, muchos que no son cristianos- -entre otras razones porque pueden no serlo- Y ejercen una celosa vigilancia para impedir que se llame cristianos a los pueblos a que pertenecen. Poco importa cuántos sean; en algunos lugares son bastantes; en otros, no muchos; pueden ser incluso una minoría frente a una abrumadora mayoría de cristianos. No importa: la expresión país cristiano queda descartada, proscrita, y nadie se atreve a pronunciarla. No me preocupa demasiado porque creo que cristianos son los hombres individuales, cada uno por sí. He repetido incontables veces que la expresión cristiano viejo es absurda- -en todo caso, nada cristiana- porque no se es cristiano más que por el bautismo y la fe, y que cuarenta generaciones de cristianos no hacen cris- L FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA PAÍSES CRISTIANOS, PAÍSES ISLÁMICOS tiano a nadie: todos somos nuevos Pero hay que cumplir algunas condiciones: una, no olvidar las raíces cristianas de la vida colectiva de gran parte del mundo, sin las cuales es ininteligible, sea cualquiera la posición personal de cada uno de los habitantes; la otra, extender esta consideración a las demás religiones. ¿Son musulmanes los habitantes de los países islámicos No sé: unos sí y otros no. Cuántos, y con qué sinceridad y verdad, es una cuestión sumamente espinosa y difícil de precisar. Lo decisivo es que los interesados en mantener esa condición la proclaman de manera imperiosa y no consienten que se ponga ni siquiera en duda. Por eso hablaba de una doble coacción: en una parte del mundo la ejercen los que rechazan la condición cristiana; en la otra, los que afirman la islámica. La consecuencia inevitable es una falsificación de la realidad, un desequilibrio que perturba la imagen de lo que es efectivamente el mundo actual. En la Edad Media, el mundo más activo y conocido estaba escindido en dos porciones: Cristiandad e Islam. El argumento de la historia era la convivencia polémica de ambas partes, en España particularmente desde cerca, cuerpo a cuerpo con múltiples relaciones de amor, odio, admiración, repulsa, imitación, etcétera. En la Edad Moderna, lo árabe- -que no era sólo ni principalmente árabe, sino en gran parte arabizado a la vez que islamizado- -fue perdiendo importancia y relieve, pero fue sustituido por lo turco, ajeno a lo árabe, pero islámico, y afectado por la arabización que acompaña siempre a la religión coránica. Desde el siglo XVII ya no existía ninguna forma de equilibrio no sólo por el descenso de los países islámicos, sino sobre todo por el auge sin precedentes de los cristianos; ahora bien, la escisión de ellos desde comienzos del XVI a causa de la Reforma introdujo una atenuación de la conciencia común; y desde el XVIII se ini- BOLSOS Sierpes, 73 R ¡oja, 13 Sierpes, 6 Jovellartos, 8 y Tetuán, 17 SEVILLA ció con gran fuerza el repudio, por minorías muy exiguas, pero activísimas, de la condición cristiana. Lo islámico casi desaparece del horizonte histórico, pero lo cristiano resulta desvaído o puesto en entredicho. Esta ha sido la situación del mundo contemporáneo hasta hace unos cuantos decenios. Las cosas cambian en los últimos tiempos por varios factores que rara vez se tienen en cuenta, en los que se prefiere no pensar. Uno de ellos, la creación del Estado de Israel, que sirve de catalizador a una actitud beligerante de los países árabes a los que se suman los que no lo son, pero sí musulmanes. Otro, creo que más importante, la decisiva influencia de la política soviética. Si se estudia- -sin taparse los dos ojos- -la evolución de las Naciones Unidas (y de sus organizaciones, como la Unesco) desde su fundación hasta hoy, si se siguen sus votaciones, la constitución de mayorías -de votos, es decir, de países miembros sea cualquiera su población, desarrollo o participación de los ciudadanos en las decisiones- -se pueden comprender muchas cosas acontecidas en el mundo desde el final de la última guerra mundial; pero casi siempre se prefiere apartar la vista de ello. La impresión monolítica que da el mundo islámico está muy lejos de la realidad. El cristianismo se escindió desde la Reforma, pero la división del Islam entre sunnismo y shiísmo es mucho más profunda; y hay además una increíble variedad de tendencias y sectas. Y ha ocurrido recientemente una extraña modificación de la situación real: aunque no es fácil poseer datos precisos, se calculaba hace treinta años que los shiíes eran aproximadamente el diez por ciento del Islam, frente al noventa por ciento sunní. Hoy es la fracción minoritaria la que aparece con mayor relieve e influencia, la que está detrás de casi todos los sucesos que hacen su presencia en el mundo, especialmente en la política. Valdría la pena que los expertos- -yo no lo soy, ni de lejos- -procuraran explicar este extraño fenómeno con algún rigor. Hace cincuenta y dos años, en 1937, después de decir que la unidad de Europa como sociedad era un hecho muy viejo y que se imponía necesariamente la probabilidad de un Estado general europeo, escribía Ortega: La ocasión que lleve súbitamente a término el proceso puede ser cualquiera: por ejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico. Tengo la impresión de que nadie quiere enterarse. El chino- -sin coleta, lo que es más grave- -ha asomado y asoma sin recibir lo primero que requiere: pensamiento; el magma islámico no hace sino dar sacudidas, cada vez más fuertes, sin que, por lo visto, interese averiguar su origen y su destino. Julián MARÍAS de la Real Academia Española