ABC SEVILLA 21-05-1972 página 3
- EdiciónABC, SEVILLA
- Página3
- Fecha de publicación21/05/1972
- ID0003068641
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HUABIO TRADO ILUSDE IN. FORMACIÓN GENERAL f CMS TTinTrniil ABC DIARIO TRADO ILUSDE IN- FORMACIÓN GENERAL l- Teléfono aun (seis líneas) -Télet 9 3 0- Apartado oúmero a. 20. y nade Vrlln ¡n w. U. -Tiléfuiiu 22 HM. a su propietario, para las horas en que le salía su voz más campanuda, Cuando las bibliotecas llegaban a alcanzar cierto tono sus libros viejos o raros eran el incunable, el de la edición principe, el agotado y el perseguido. Hoy, aun cuando parezca extraño a primera vista, ha aumentado enormemente. Unos porque desenterrados de la ignorancia en que yacían empiezan a encontrarse en donde debieran estar siempre. Otros porque al editarse con el ritmo actual, a los veinte o treinta años, esos mismos libros que fueron de circulación corriente, comienzan a ser objeto de consideración y consulta en su calidad de viejos y raros. Los libros editados durante la guerra y la postguerra podrían servir de ejemplo. Pero no es a eso a lo que vamos. Es que por culpa de la moda decorativa hay libros de inestimable valor que se apilan en forma arbitraria, muy lejana de su natural destino. Otros emigran más o menos clandestinamente en virtud de un valor descubierto al paso. Luego, cuando aparecen en cualquier quimbamba, nos da por poner el grito en el cielo como si nos hubieran robado. Y no es verdad. Porque, como dice la copla: El hombre que te compró- -te dio lo que lé pediste- No digas que te engañó. Lo que se impone es que junto a un auge del libro surja una política adecuada en torno suyo. Y que ésta vaya afinándose y superándose para encarar todas las situaciones. Ni los carros del baratillo ni las rarezas espectaculares de la bohemia, ni la ornamentación suntuosa, son soluciones ya. No hace muchos días, don Pedro Salnz Rodríguez, uno de los m á s consecuentes bibliófilos que conozco, nos decía a Luis María Ansón y a mi en su casa de Lisboa: -Hay mucha gente que se cree que tiene una biblioteca. Pero en realidad no pasa de tener un almacén de libros caros. Para que una biblioteca merezca tal nombre tiene que ser armónica y con un orden de materias que permita encontrar soluciones mediante el estudio y la investigación. Lo demás... Lo demás son librerías, almacenes, decoraciones, donde se pierden los libros entre los otros libros. Se pierden sin cumplir su destino de acudir a la cita con la curiosidad, con el deleite, o con ese amor de que la comunicación artística discurra por sus justos cauces, cosa esta que equivale a poner las cosas en su sitio; lo cual, al menos en apariencia, no pasa de ser un acto de justicia. ¿O resultará necesario el mucho amor para que haya un poco de justicia? Dan pena esos libros perdidos entre los libros. En su tertulia de Málaga el poeta Alfonso Canales le decia a un escritor quejoso de la mala distribución de una de sus obras que no se preocupara. Porque, al final, los libros van a las manos que deben ir. Pero eso es al final. Y es lógico que antes del final lejano uno sienta la urgencia. Y esos libros perdidos entre los libros son como los amores olvidados entre los amores, como las ciudades entrañables perdidas entre el recuerdo de otras ciudades. Sin esas tertulias, sin esos libros, sin esa comunicación de altos vuelos cuyas alas rozan el latido de la mismísima poesía, la vida se va volviendo desmedrada, miserable, sosa. Por esos caminos la conversación dejará de ser un arte y del intercambio de ideas pasaremos al relato de los acontecimientos. E l arte dejará de ser la expresión de lo inefable para convertirse en el acertijo de la sinrazón. El amor pasará a ser regocijo pasajero después de haber sido hechura del auna. En fin, a lo que vamos. José SALAS Y GUIRIOR Sevilla, 21 de mayo de 1972. Número 21.433. ASTA hace poco lo de tener una biblioteca que medio mereciera t a l nombre era prácticamente un lujo. Hoy también lo es, si bien con la d i f e r e n c i a de que al igual que el coche, el teléfono y la calefacción, es un lujo menos generalizado, porque son más los que lo consideran como superfluo. Es decir, como lujo más verdadero, ya que está bien claro que las cosas empiezan a ser lujosas en cuanto dejan de ser necesarias. Por tanto, los seres m á s lujosos, los adeptos m á s fieles al lujo y a quien lo trujo, serán aquellos que resultan capaces de sacrificar lo necesario por lo superfino. Casi seria cosa de llamarles mártires. Porque hace falta mucha vocación para ser como una señora que conocí en un lejano país la cual acortaba su ración del almuerzo para comprar habitualmente nardos, flores que! slli resultaban carísimas. Naturalmente, el número de esos héroes va reduciéndose implacablemente, a medida que la existencia se torna más utilitaria y práctica. Pero aún los hay. Y si me refiero a ellos es precisamente porque son unos seres que derivan hacia las fórmulas desvencijadas y arbitrarias que antes recibían el nombre de bohemia y que ahora, ya desfasado el término, las llamarán como las quieran llamar. Y es entre esas gentes entre las que suele andar m á s viva la afición por los libras raros y olvidados, cualidades estas que llevan consigo la de la vejez m á s o menos venerable, la de la antigüedad más o menos vetusta. A su lado figuran, como es natural, los sabios, eruditos e Investigadores. SI alguno de éstos sale con toques o arrequives de bohemio resultará que tiene mucho m á s encanto y, desde luego, se le entenderá mucho mejor. Y no olvidaremos, por supuesto, a los libreros, los Industriales de la cultura. Ni a los técnicos bibliotecarios, que son como sus joyeros. A todos los que forman esta lista, en la que es punto fuerte el editor, hay que incorporar ahora una nueva clase: la de los decoradores. Los decoradores han venido a ser algo parecido a los modistas de la sabiduría. Y no hay que echarles en saco roto. Porque son los decoradores, querámoslo o no, quienes más han contribuido a la valoración de estas herramientas de la cultura que muchas veces son primores bibliográficos. Desde que se empeñaron en que un panel cubierto de libros daba un cierto aire noble a las estancias empezó el dale que dale al ir y venir de los libros. Sobre todo, de los encuadernados en amarillento pergamino con tipografía gótica en el interior, que tan bien quedan junto a las ediciones de ringorrango en piel oscura con letras de oro. H Catálogo de antiguallas: libros viejos sin saberlo una fina vocación bajo la costra de unas costumbres banales y convencionales encontrarán a su contacto un camino en el que se meterán hasta los ojos. Y hasta los ojos acabarán metiéndose también en el juego que promueven la artes del pensamiento y el sentimiento. De la cultura como actitud ante la vida. Pero no nos engañemos, repito. Desde la primera de estas líneas estoy imaginándome la sonrisa de algunos. Una sonrisa que viene a decir que leer es un vicio caro y que eso de tener bibliotecas particulares es un lujo de privilegiados, lean o no. Pues también es verdad, si señor... Pero no deja de ser buena cosa el que éstas proliferen, aunque sea modestamente. Al menos, como síntoma. El que haya m á s bibliotecas es, sin duda, el resultado de un más elevado nivel de vida. Y es por ello por lo que se Impone una cierta actitud orientadora con objeto de que no se queden limitadas a un papel meramente decorativo cuando pueden ser fuente de maravillas y delicias. Una de las consecuencias de esta proliferación es el incremento abrumador de lo que los aficionados llaman libros raros o libros viejos. Y en cierto modo esto tiene su origen no sólo en la capacidad decorativa a que aludíamos, que en muchos casos sirve de trampolín a la afición investigadora y cultural sino también en la escala editorial. Por una parte, los libros raros y viejos, que hasta hace poco eran vendidos al peso, perdiéndose así verdaderas joyas, hoy se venden también al peso, pero a su peso en oro, y no se pierde ni uno, con lo que hay muchos más por lo menos en circulación. Y por otra, la escalada editorial motivada por la batalla contra el analfabetismo, motivo de una mayor pasión lectora. Estos libros, raros o viejos, apenas existían en la época en que era corriente entrar en una casa, Incluso de cierto lujo, sin que se viera en ella ni el rastro de nada encuadernado. Los restos de edición se esfumaban, a veces después de pasar por la dura prueba del baratillo, como papel viejo. En aquel tiempo también era corriente ver en algunos despachos y antesalas profesionales unos muebles bastante historiados tras cuyos vidrios, bajo llave, se alineaban algunos libros demasiado nuevos para haber stdoj excesivamente leídos. Los otros, los de la profesión, sí que andaban por cualquier parte revelando el uso. Pero los de la vitrina servían para dar una cierta vitola InK ual 1 No se vea en nada de lo dicho el menor matiz de ironía. No hay guasa ninguna frente a la costumbre de retratarse con un fondo de libros, aunque el retratado sea poco propicio a la relación. Porque, aunque sea por extraños caminos, el resultado es que gracias a esa moda se han salvado muchos valiosos ejemplares. Y otros menos valiosos que en mucho mayor número hubieran dejado de serlo al perecer en menesteres Infamantes cuando no volviendo a ser pura pasta. Esto ya sería bastante para dar por buena una moda. Porque no hay que engañarse. E l que las bibliotecas hayan resultado decorativas también es buen asunto, primero, porque es verdad. Y además, porqué pone una noble tentación al alcance dé la mano. Con esa tentación tan cercana siempre será m á s posible caer en ella. Y muchos de los que guardan al dUtrlbuldor do oficial X CUS S L RAMÓN PALOMARES Amor de Oíos, Teléis. 228254- 214521 f l c a m b i o d e su c o c i n a l c t r l c a o frigorífico u s a d o s p o r u n a l O f S A último m o d e l o