ABC MADRID 03-03-2020 página 3
- EdiciónABC, MADRID
- Página3
- Fecha de publicación03/03/2020
- ID1423052716
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LOS LÍMITES DE LA DEMOCRACIA CON esa tendencia tan humana a edulcorar lo problemático, hemos convertido la definición clásica de democracia "la menos mala de las formas de gobierno" en "la mejor forma de gobierno", verdad a medias al superar a las demás, pero sin ser la mejor posible, y olvidando sus fallos, que, como todo en este mundo, tiene. Sus inventores, los griegos, con el espíritu práctico que les caracterizaba, no tuvieron el menor inconveniente en utilizar remedios muy poco democráticos para combatir tales carencias: cuando la democracia había degenerado en demagogia, sin haber forma de restablecer la ley y el orden, buscaban entre sus patricios el que les parecía más honesto, ecuánime e idóneo para el cargo y le nombraban tyrannos, tal como suena, con plenos poderes para restablecer la convivencia civilizada. En una Atenas donde todos se conocían, la cosa era relativamente fácil. El problema surgía si el elegido no era tan apto como se suponía o se negaba a dejar el cargo una vez cumplida su misión, pero ése es otro asunto. Hoy resultaría imposible pues las tiranías presumen de democracias, "populares" las comunistas, o de repúblicas, desprestigiando su nombre (res-publica, cosa del pueblo) al ser dictaduras más o menos totalitarias, camufladas con adjetivos ilustres, "bolivariana", por ejemplo, que desvirtúan al personaje. El problema es que la aceleración de la historia ha traído una crisis a su ámbito preferido, el Estado-nación, basado en los tres poderes de Montesquieu controlándose mutuamente, con la Constitución como marco de la vida pública, los partidos como actores de la misma, las elecciones como mecanismo para elegir gobierno y una historia común, que han venido siendo el armazón de la democracia parlamentaria. Todo ello bajo el lema de la Revolución Francesa Libertad, Igualdad y Fraternidad. Suena muy bien, sobre todo con La Marsellesa como música de fondo. Pero que tuvo fallos desde el principio lo delató el grito de Madame Roland, en cuyos salones se había fraguado la revolución, camino de la guillotina "¡Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!", confirmándonos que la democracia no es la forma ideal de gobierno, sólo la menos mala. Los Estados-nación no han podido resistir la competencia de las superpotencias, Estados Unidos, Unión Soviética, China, y su única salida es fusionarse, con la Unión Europea como ejemplo más conocido y exitoso, aunque el Brexit ha advertido que tampoco resulta fácil unir a quienes se han pasado buena parte de su historia peleándose. Pero la alternativa es la irrelevancia, política, militar y económica, como comprobarán pronto los ingleses. Otro de sus problemas es el revivir de los viejos nacionalismos, regionalismos más bien, y la resistencia a someterse al dictado de Bruselas para asuntos como la inmigración, la fiscalidad y los déficit, a fin de cuentas esos países han sido hasta hace muy poco rivales, si no enemigos. Pero el mayor problema viene de la disminución de la clase media en todos ellos. Una clase media formada en buena parte por las clases trabajadoras de antaño, que habían subido de nivel con el desarrollo económico de esos países, dándoles una estabilidad que no habían tenido a lo largo de su historia. Los grandes partidos cristianodemócratas y socialdemócratas fueron sus protagonistas, alternándose en el poder o en coalición, con los liberales, aliados a unos u otros. Que el progreso iba a ser indefinido y los hijos vivirían mejor que los padres se daba por descontado. Tan risueña perspectiva se rompió con la crisis económica de 2008 la mayor desde la de 1929 que acabó con el sueño, creando grandes bolsas de paro en dos grupos: los jóvenes que no encuentran trabajo y los mayores que no se han adaptado a la informatización de todos los ramos de la industria y el comercio, con diferencias sociales cada vez mayores. Algo que no sienta nada bien a la democracia, fomenta la polarización, y dificulta las tareas de gobierno. Prácticamente, todo el mundo tiene algo de qué quejarse y los nuevos partidos que surgen a izquierda y derecha hacen de la protesta la clave de sus programas. Sin que las soluciones que ofrecen sean eficaces y sus éxitos tan vertiginosos como sus fracasos, generando tanto descontento como desconcierto. En España, a estos problemas generales en toda Europa, se une el viejo de los nacionalismos, especialmente vasco y catalán, que han adquirido una pujanza inusitada debido a la debilidad de los gobiernos centrales, tanto del PP, cuyo último gobierno perdió el poder por un voto de censura, como del PSOE, cuyo actual gobierno depende de los votos nacionalistas para sobrevivir. El chantaje que pueden ejercer sobre él es bestial y falta por saber si podrá sobrevivirlo, ya que, los catalanes especialmente, van a por todo sin respetar nada, como demostraron con una declaración unilateral de independencia, aún por cerrar. Y no es sólo su destino lo que está en juego, es también el de España, tan grave es la cosa. ¿Cómo es posible es lo primero que se le ocurre a uno que hayamos caído en esta situación, cuando creíamos haber logrado el sueño de una España plural, democrática, en Europa, con un digno nivel de vida? Ya que la solución de un problema, como la cura de una enfermedad, depende del buen diagnóstico, conviene revisar nuestra democracia para saber qué ha fallado. Y una simple lectura de la Constitución del 78 arroja que los derechos ocupan mucho más espacio que los deberes, cuando deben estar equilibrados para que la responsabilidad individual y colectiva rijan nuestra vida pública. También los partidos políticos asumen un papel desproporcionado, origen de la corrupción, cáncer de la democracia, que conviene combatir recortándoselo, ya que si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente. La pluralidad de España no otorga ningún privilegio. Todos los españoles somos iguales ante la ley y las excepciones deben desaparecer cuanto antes. La mejor política es el ejemplo y la peor, la parcialidad de cualquier tipo, ideológico, corporativo, familiar o amistoso. Una injusticia no se combate con otra, sino con leyes y tribunales, primera y última instancia de la democracia. Desjudicializarla (politizarla) es infectarla. Nacionalismo e izquierdismo tienen un fuerte contenido religioso. Son, en cierto modo, religiones laicas. De ahí que sea muy difícil, por no decir imposible, debatir con ellos. Y, menos, convencerles. Van a por todo y cuanto más se les da, más quieren, ya que toman las concesiones como prueba de que tienen razón. En ambos extremos del espectro político, son enemigos ideológicos, pero en la práctica comparten el mismo desprecio por el liberalismo y la democracia, que consideran demasiado blandos. De ahí que hayan unido fuerzas contra el Régimen del 78 que combaten desde que nació. Agrava la cosa que se les ha unido el PSOE de Pedro Sánchez, el único hoy operativo. Lo que hace dificilísimo hacerles frente. Solo un rearme democrático de la sociedad civil podrá salvar a España de si misma. Ustedes dirán. josé maría carrascal es periodista "Nacionalismo e izquierdismo tienen un fuerte contenido religioso. Son, en cierto modo, religiones laicas. De ahí que sea muy difícil, por no decir imposible, debatir con ellos. Y, menos, convencerles. Van a por todo y cuanto más se les da, más quieren, ya que toman las concesiones como prueba de que tienen razón" Nieto POR josé maría carrascal