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ABC MADRID 04-09-2003 página 14
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ABC MADRID 04-09-2003 página 14

  • EdiciónABC, MADRID
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14 Nacional LA SUCESIÓN REMODELACIÓN DEL GOBIERNO JUEVES 4 9 2003 ABC El nuevo Gobierno Vicepresidente Primero y Ministro de Economía Rodrigo Rato Presidente del Gobierno José María Aznar Ministro de Hacienda Educación, Cultura y Deporte Trabajo y A. Sociales y Ministro Portavoz Vicepresidente Segundo y Ministro de la Presidencia Javier Arenas Modificaciones producidas en la última remodelación del Ejecutivo Ministra de Asuntos Exteriores Ministro de Justicia Ministro de Defensa Ministro del Interior Ministro de Fomento Agricultura, Pesca y Alimentación Ministra de Administraciones Públicas Sanidad y Consumo Medio Ambiente Ministro de Ciencia y Tecnología Ana Palacio José María Michavila Federico Trillo Cristóbal Montoro Ángel Acebes Francisco Álvarez- Cascos Pilar del Castillo Eduardo Zaplana Miguel Arias Cañete Julia García Valdecasas Ana Pastor Elvira Rodríguez Juan Costa JUAN COSTA Ministro de Ciencia y Tecnología JULIA GARCÍA- VALDECASAS Ministra de Administraciones Públicas A sus 38 años, el artífice de la primera reforma del IRPF y, desde 2000, responsable de la política turística y comercial, se convierte en el ministro más joven del gabinete en la única crisis de Gobierno en la que su nombre no figuraba en la quiniela de los ministrables ¿De Rajoy, de Piqué o de Aznar? Es la pregunta del día en Barcelona. La ex delegada de Gobierno mantiene buenas relaciones hasta con sus críticos. Barcelonesa, casada con Javier Añoveros, primo del ex dirigente del PP Trias de Bes, su familia es de origen gallego Un hombre de Rato YOLANDA GÓMEZ Guantes de seda PABLO PLANAS Juan Costa, actual secretario de Estado de Comercio y Turismo, ha sido el elegido para sustituir a Piqué al frente del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Pese a su juventud, con 38 años cumplidos en abril, este abogado castellonense, hombre de confianza de Rodrigo Rato, ha estado en las quinielas de los ministrables en todas las crisis de Gobierno desde que el PP llegara al poder en 1996. En todas menos, quizás, en esta última, donde las apuestas para sustituir a Piqué se inclinaban más por otro hombre de Rato, José Folgado. Costa se estrenó en la vida política a nivel nacional en 1993, cuando tras ser elegido diputado por Castellón en las listas del Partido Popular, fue nombrado portavoz del Grupo Parlamentario en la Comisión de Hacienda del Congreso de los Diputados. En 1996, cuando el PP ganó las elecciones, entró a formar parte del primer gobierno de Aznar, como secretario de Estado de Hacienda, cargo para el que fue elegido por el que entonces fuera titular del macroministerio de Economía y Hacienda, Rodrigo Rato. Quizás fue esta la etapa en la que Juan Costa alcanzó más popularidad. Él fue el encargado de poner en marcha las primeras reformas fiscales del PP. La reducción de la tributación de las plusvalías, las rebajas en la tributación de las pymes y, sobre todo, la primera reforma del IRPF, son algunos de los trabajos que obran en su haber. Sin embargo, su trayectoria política se vio salpicada por el escándalo de lo que se llamó la amnistía fiscal de los 200.000 millones Lo que en principio fue una denuncia del Gobierno del PP, a través del entonces secretario de Estado de Hacienda, contra la gestión socialista, que habría dejado prescribir inspecciones fiscales, con una merma para las arcas públicas de 200.000 millones de las antiguas pesetas, se volvió contra el propio Gobierno. Tras abrirse una comisión de investigación parlamentaria socialistas y populares se vieron salpicados y algunos de los colaboradores de Costa, como Pilar Valiente, entonces directora general de Inspección, o Jesús Bermejo, director de la Agencia Tributaria, se vieron obligados a dimitir. Este asunto de los 200.000 millones deslució la brillante carrera de Juan Costa y su trabajo al frente de la secretaría de Estado de Hacienda y, aunque su nombre se barajó en 2000 como uno de los ministrables para el primer Gobierno de esta segunda legislatura del PP, finalmente no estuvo entre los elegidos. Rodrigo Rato, sin embargo, volvió a confiar en él para formar parte de su equipo económico. Contra todo pronóstico, en mayo de 2000 Rato optó por Juan Costa para ocupar la secretaría de Estado de Comercio y Turismo, aunque para ello tuviera que quitar el puesto a una mujer también de su confianza, Elena Pisonero. Desde ese momento, Costa se ha ocupado de apoyar la apertura al exterior de las empresas españolas, lo que le ha llevado a viajar frecuentemente al extranjero. Como responsable de la política turística, ha apostado por la mejora de la calidad, el desarrollo sostenible y la utilización del turismo para impulsar la imagen de España en el exterior. Ayer, y aún cuando no estaba en las quinielas, saltó la sorpresa, y Aznar permitió que Rato premiara a este hombre de su confianza convirtiéndole en ministro. Julia García- Valdecasas jamás se imaginó en el despacho de la Delegación del Gobierno de Barcelona, que ocupa el solemne y antaño siniestro edificio del Gobierno civil, entre las Ramblas y Vía Layetana, a un vistazo de distancia del Puerto. Jamás pensó tampoco que durante su estancia en ese incómodo cargo tuviera que asistir a tantos funerales de víctimas de ETA: Lluch, el guardia urbano Gervilla, los concejales del PP Cano y Ruiz Casado y el agente autonómico Santos Santamaría. Pero no todo fueron pésames. El día en que dos números de la Guardia Urbana de Barcelona detuvieron a dos de los etarras que habían participado en esos atentados, la delegada del Gobierno no podía disimular su satisfacción. La operación, fruto de la casualidad, pero también del celo, supuso la recuperación de la confianza en las instituciones catalanas, en las Fuerzas del Orden y en los efectos de la tenacidad y resistencia con la que casi todos afrontaban aquellos duros días del final del siglo. Ella estaba sentada en un recargado salón de la Delegación del Gobierno y desgranaba con un punto de conmoción sincera la valentía con la que aquella mujer de la policía municipal, en prácticas, se había enfrentado a los etarras simulando que portaba una pistola reglamentaria de la que carecía. Aquél fue su gran día y el primero en el que podía sonreir tras noches de insomnio, montañas de informes y críticas tan injustas como poco cautas respecto a la eficacia policial. Farmacéutica, inspectora de Hacienda y miembro de una de las familias con más raigambre jurídica y académica de Barcelona, Julia García- Valdecasas, nacida un 29 de ene- ro de 1944, accedió a la política por la ingrata vía de un cargo más asociado con la porra que con la administración. Desde que Aznar posara su mirada en esa ex directiva del R. C. D. Español, su vida cambió de un modo radical. Alteración de costumbres, presión familiar, ausencia de vida privada, escolta casi permanente y, sobre todo, las críticas de una parte de esa sociedad que contempla con un mohín de incomprensión a quienes trasladan sus capacidades profesionales al servicio público desde un partido como el PP, mejor visto en el Cinturón Rojo de Barcelona que en Pedralbes. Ella, hermana del ginecólogo de la Infanta Doña Cristina, hija de un rector de la Universidad de Barcelona, miembro destacado de esa discreta jet condal, pasó de la noche al día a percibir la aspereza de la vida política con críticas de personas con las que había compartido incluso los veranos de Bayona (Pontevedra) en los que el actual consejero jefe de la Generalitat, Artur Mas, cortejaba en un perfecto castellano, sin acento, a una de sus hermanas. Arturo caía muy bien en aquella casa, pero el romance no acabó en boda. Esos cambios, a veces imperceptibles pero siempre significativos cuando se producen en el palco de Montjuïc o en las recepciones de la Generalitat, no hicieron demasiada mella en una mujer capaz de alternar la pose adusta de semejante cargo con comentarios sobre los reproches de los hijos o los muy justificados temores familiares. Tras siete años de ataques feroces por las actuaciones de la Policía en las manifestaciones antiglobalización, García- Valdecasas culmina una carrera política en la que, hasta ahora, ha habido más sinsabores que reconocimientos.

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