ABC MADRID 19-08-2003 página 3
- EdiciónABC, MADRID
- Página3
- Fecha de publicación19/08/2003
- ID0004852885
Ver también:
ABC MARTES 19 8 2003 La Tercera DE LEER, ESCRIBIR Y ALGO MÁS H ACE ya meses, el domingo 16 de marzo, en la segunda página de este periódico, en un recuadro del sumario, enviando a la página 48, se nos anticipaba esta noticia: El Ministerio de Educación adelanta a los cuatro años de edad el aprendizaje obligatorio de la lectura y la escritura Como la masa andaba revuelta con el asunto del Irak y como la portada, creo recordar, nos presentaba a la multitud supuestamente pacifista enarbolando sus particulares banderas y pancartas de guerra y en seguida venían abundantísimas referencias y no pocas opiniones sobre la manifestación de la víspera, costaba llegar a la página 48- -y seguramente muchos lectores no llegaron- -para aliviar el ánimo con la única noticia confortadora del día, la de que, gracias al temple y a la sensatez que le está poniendo Pilar del Castillo al desempeño de su Ministerio, cuando llegue septiembre y comience el curso escolar, nuestros infantes de cuatro años empezarán oficialmente a recibir enseñanzas de lectoescritura, que es como la secta pedagógica ha venido llamando a lo de aprender a leer y escribir. Desolada quedará la tribu de pedagogos que había decidido, con la anuencia aprobatoria de políticos supuestamente responsables, que hasta los seis años cumplidos no estaban las criaturas en condiciones de iniciar ese aprendizaje y que su anticipación, que era lo hasta entonces acostumbrado, les podría ocasionar graves traumas. Habían convertido tal creencia en dogma y algunos padres, que apenas podían recordar cuándo entraron ellos en ese mundo de las palabras escritas, porque a los cuatro años ya leían de corrido y no pocos incluso a los tres, que no lograron resistir impertérritos la curiosidad de sus hijos ante rótulos y letreros, que estimaban absurda la demora y suplieron familiarmente la carencia escolar, se han visto con frecuencia reprendidos por pedagogos de chicha y nabo, maestros crédulos y engreídos, cómodamente instalados en la ordenanza facilona que les permitía retrasar un par de años su verdadera y casi sagrada función, que les impedía discernir entre los torpes y los avispados, entretenidos todos con la plastilina y las obviedades, igualados en los sonsonetes del corro de la patata. Me cuenta una conocida mía el engallamiento pedagógico de una de estas maestras que digo, que casi la insultó hace un par de años, cuando le llevó a su hijo, que aún no había cumplido los cuatro y ya sabía leer y lo practicaba. Es un crimen y un abuso lo que usted ha hecho con su hijo le llegó a decir la impertinente marisabidilla. No perdió los nervios mi amiga que es sosegada de natural y profesora universitaria de biología. ¿Usted sabe lo que es el efecto mariposa? le preguntó. Se quedó cortada: no, no lo sabía. Y la presunta madre desnaturalizada le explicó pacientemente lo que eso quiere decir, a partir del famoso enunciado de Edward Lorenz: El aleteo de una mariposa en Brasil puede producir un tornado en Texas La psicopedagoga objetó: Y eso qué tiene que ver con que usted haya atentado contra la salud mental de su hijo enseñándole a leer antes de la edad conveniente Mantuvo mi amiga la tranquilidad, lo que ya es mérito, y contestó: Tiene que ver con que, desde ahora, ya vislumbro yo la especie de mariposas que dan lugar a que muchos de mis alumnos universitarios lleguen a ese nivel en el estado de analfabetismo funcional con que llegan, ayunos de ortografía y de sintaxis, incapaces de escribir seis líneas que resulten medianamente Cuanto antes transfiera el niño su sistema fónico al gráfico, más plenamente insertará su lengua en el cerebro como un todo coherentes. Le puedo asegurar que con mi hijo no va a pasar eso Lo relata ahora en una sobremesa amistosa, todos profesionales de la enseñanza, en que la animada conversación ha vuelto, recurrente, hacia el desastre educativo, a propósito de la última anécdota de ese chiquillo, que ahora tiene seis años y cuya espabilada disposición e insaciable curiosidad conocen algunos de los presentes. Murió el abuelo hace unos meses y hubo que darle cuenta de lo ocurrido. Ya no estará más con nosotros- -le explica su madre- subió al cielo No creo- -dice el niño- lo hubiera yo visto pasar No podías verlo- -aclara la madre- -porque lo que sube es el espíritu y el espíritu es transparente Se queda él unos segundos suspenso y concluye: Transparente. Como el tiempo Se lamenta ella de las insuficiencias en la educación escolar de su hijo, del poco caso que le hacen cuando inquiere, si no es que le contestan torcidamente o le afean su desmedido deseo de recibir explicaciones, que lo miran como un bicho raro y hasta le han llegado a decir a ella que se muestra insolidario, con ese afán incontenible de querer saberlo todo que avergüenza a los demás. Ella se ve obligada a subsanar esas deficiencias del colegio, olvidarse de la biología que enseña y recuperar sus viejos conocimientos: todas aquellas cosas bien aprendidas en la escuela primaria y en el instituto de su barrio, con profesores entre los que había de todo, pero con predominio de los que preferían ser preguntados sobre lo que iban explicando que tener ellos que preguntar. Eso conduce la charla hacia esa aberración de una enseñanza integrada de aula única con atención particularizada a la diversidad, donde el profesor se encuentra con los alumnos, digamos, normales los que ha habido siempre, pero además, por ejemplo, con un inmigrante marroquí recién llegado, que no sabe ni una palabra de español, con un rumano, que sabe más bien poco, con un ciego, que necesita un tipo de enseñanza especializada cuyas peculiaridades escapan a la competencia exigible al profesor, tres o cuatro con distintas limitaciones psíquicas o físicas y un par de inadaptados que pueden hacer cualquier barbaridad disculpable por su inadaptación y habrá de preparar para cada uno de ellos un diseño curricular particularizado; pero si los hay superdotados o digamos de alto cociente intelectual, esos no merecen la menor atención, ni recibir las enseñanzas al nivel que su cerebro requiere, y su desaprovechamiento es absoluto, pues muchos desisten y se sumergen en la mediocridad para no desentonar. La negación de la excelencia, la igualación por abajo, tan reiteradamente denunciadas. Se centra así la conversación en el desperdicio por la sociedad, a la que tanto se invoca, de esos prometedores recursos humanos, de esas potencialidades cerebrales que podrían constituir el núcleo de nuestra investigación deseable, de esa ciencia española tan necesitada de remontar su vuelo, y que se están convirtiendo en las más dolorosas víctimas del general naufragio educativo, salvo que tengan unos padres que posean conocimientos y puedan sacar tiempo para librar a sus hijos de la rastrera regulación legalizada, desafiando presiones y arrostrando censuras. Quizá en lo de enseñar a leer y escribir sea en lo que más padres cultos, y conscientes de su propia memoria de la infancia, hayan suplido el inusitado retraso escolar, que no entendían. Y bastantes maestros también, todo hay que decirlo, los que se han atenido a su juicio y no a las consignas. Afortunadamente volvemos ahora, gracias a esa Ley de Calidad, que algunas cosas mejora y bastantes arregla, a situar esa enseñanza en el punto temporal que en español le corresponde. Porque la tropa de pedantegogos que habían alentado semejante desmán legislativo no habían alumbrado ex nihilo tal idea- -a tanto no llegan sus estrechos cacúmenes- sino que la habían tomado de la pedagogía norteamericana o inglesa, en traducciones desde luego, pues de haber sabido realmente inglés, acaso hubiesen sido capaces de discurrir que, en tal cuestión, lo que puede ser aceptable para esa lengua, de ortografía absolutamente caótica en su arcaísmo, menesterosa cada palabra de su correcto deletreo, no lo es en absoluto para la española, casi fonológica en su escritura, gracias a lo cual la infancia hispanohablante puede aprender a leer y escribir un par de años antes por lo menos sin mayores problemas. Esto nos da, naturalmente, una ventaja inicial que se ha estado desaprovechando durante los últimos quince o veinte años. Cuanto antes transfiera el niño, que acaba de irse empapando de su lengua durante los primeros años de su vida, su sistema fónico al gráfico, más plenamente insertará su lengua en el cerebro como un todo, oral o escrito, pensará las palabras indistintamente en su grafía o en su pronunciación, lo uno será el reflejo fiel de lo otro, como en un espejo transparente. Transitar libremente, con naturalidad, por el otro lado del espejo, por el mundo reflejado o ilusorio de lo escrito, llevar uno su propio discurrir a ese otro lado, es tener el camino franco para entrar en una dimensión de la vida, que para el niño empieza, tan asombrosa y que le puede proporcionar maravillas tan sorprendentes que ni siquiera las pudo imaginar Lewis Carroll. GREGORIO SALVADOR de la Real Academia Española