ABC MADRID 08-04-2000 página 3
- EdiciónABC, MADRID
- Página3
- Fecha de publicación08/04/2000
- ID0002220384
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ABC SÁBADO 8- 4- 2000 EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA ABC que su airada reacción no se debía tanto a los hechos contemplados, tan naturales, como a la falta de recato de los protagonistas, a su impudicia descarada. Eso es lo nuevo: el desenfado con que se exhibe la intimidad, la espontaneidad con que las parejas se demuest r a n físicamente su amor o su deseo, con besos y caricias, en cualquier lugar y ante cualquier presencia. No h a n descubierto nada que otras generaciones no supieran, pero no lo celan n i lo ocultan, en cierto modo lo pregonan. Se suele distinguir ya entre intimidad y privacidad, que eran antes la misma cosa. La intimidad h a sido esencialmente privada hasta hace po- FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LuCA DE TENA Antes V ahora y 9 l NDIGNANTE! Esto en mis tiemI pos no pasaba I exclama la seño r a que h a veniTM do sentada a m i lado en el Metro, y que sale al tiempo que yo. Da la im. presión de que espera u n a respuesta mía, algún comentario que corrobore su indignación, pero yo avivo el paso, con prisa fingida, y me desentiendo del asunto. No tengo gana de e n t r a r en u n cambio de impresiones sobre costumbres de antes y de ahora, casi con la obligación de cor e a r las lamentaciones de m i vecina de asiento sobre la desvergüenza imperante y la tolerada degradación moral de la juventud. Pero, en cualquier caso, sigo pensando en su frase, mientras camino hacia casa, y al llegar me pongo ante el ordenador y escribo. Lo que h a pasado es que u n a pareja joven, casi de adolescentes, se ha sentado enfrente de nosotros y se h a entregado sin recato a sus escarceos eróticos. No es que sea u n hecho insólito, más bien resulta habitual, pero también es cierto que acaso se hayan excedido u n tanto. Nada más e n t r a r y sentarse, ella h a iniciado el ataque; él se mostraba remiso, pasivo, con ese pudor mascixlino que suele evidenciarse ahora con m u c h a m á s frecuencia que el femenino; le h a pasado las manos por detrás del cuello, lo h a atraído hacia sí y lo h a ido sorbiendo a besos, comiéndoselo literalmente, hasta que lo h a encalabrinado y h a conseguido que deseche sus iniciales reparos y que se le h a y a n ido las manos por todos los caminos posibles, ocultas de vez en cuando a la vista, perdidas por escondidos y presumibles vericuetos. A m i vecina y más o menos coetánea u n color se le iba y otro se le venía y se le notaba la alteración y u n furor creciente y reprimido, que expresó por fin, m i e n t r a s salíamos, en la frase que he mencionado. En sus tiempos, que son los míos, ¿no pasaba eso? Bajo la cruda luz de u n vagón de metro, desde luego, no. Ni al sol, en plena calle. Pero sí, tal cual, en la oscuridad nocturna de los parques, en los portales sombríos, en la p e n u m b r a de los cines de sesión continua. Esta misma señora, de proporcionado talle, con u n r a s t r o de antigua belleza en sus facciones y ese fulgor colérico en unos ojos indudablemente hermosos, seguro que tuvo unos verdes años t a n apasionados y ansiosos como los de la mozuela que esta tarde la h a escandalizado y sacado de quicio. Y me atrevo a suponer Í La intimidad ha sido esencialmente privada hasta hace poco, p e r o ahora hay mucha gente dispuesta a mostrarla en cualquier escaparate que se le ofrezca co, pero ahora hay m u c h a gente dispuesta a mostrarla en cualquier escaparate que se le ofrezca. Se ha levantado el telón y sólo se echa sobre lo que conviene, sobre aquello que pueda perjudicarlo a uno o que, reservándolo, se pueda vender a buen precio. Hasta a h í no miás llega la privacidad; de la intimidad se hace ostentación, cuando no almoneda. Usos y costumbres que cambian con los tiempos, que varían según los lugares: n a d a de que asombrarse. Pero es obvio que, por lo general, el recato h a dominado sobre casi todo lo que tiene que ver de u n modo u otro con la fisiología, con las funciones corporales, sean del tipo que sean. Recuerdo todavía, casi con espanto, u n viaje en autocar, al amanecer, saliendo de Nueva Delhi hacia Agrá p a r a visitar el Taj Mahal, y el espectáculo de cientos de personas acuclilladas, llevando a cabo sus evacuaciones matutinas a u n lado y otro de la carrete- r a con absoluto impudor: de frente unas, para entretener sus esfuerzos con la contemplación de los coches que pasaban, de espaldas otras, desdeñosas del m u n d o circulante que tenían detrás. No sólo defecar, también comer h a sido en nuestros usos y en los de muchos otros pueblos u n acto genuinamente privado. Tal vez con más razón, porque el alimento era u n bien generalmente escaso y, o se compartía con los demás, o había que consumirlo a solas o en familia, pues comer ante otros, sin darles de ello, era cuando menos desconsiderado o insolente, porque podía despertar o avivar sus apetitos. Cuando las circunstancias van librando a la comida de esa obligada privacidad, queda el recuerdo de la arraigada obligación moral del reparto en la fórmula cortés: ¿ustedes gustan? Tengo u n amigo, gran aficionado a la antropología cultural, desde que, hace años, se prendó de los libros de Levi Strauss, que sabe mucho ya de estas cosas, sin pedanterías al no ser del oficio, y al que le gusta elucubrar sobre hábitos sociales y no carece de sentido del h u m o r p a r a el que el hecho de que la intimidad amorosa y las efusiones sexuales estén rebasando el ámbito privado se debe a u n proceso análogo al experimentado por los actos alimenticios. La facilidad los priva del misterio y de exclusividad y hace innecesaria la reserva. Ahora bien, lo que falta- suele afirmar, sonriente- son las palabras rituales y sustitutorias: se están perdiendo los modales. Cuando tengo que asistir, sin poder remediarlo, a alguna escena de esas, t a n normales ahora en los lugares públicos, lo único que echo de menos es que los gozosos actuantes se vuelvan a los presentes e inquieran: ustedes gustan? Me llama, m i e n t r a s escribo, y le cuento el episodio del metro. Me dice que él soportó u n a noche de las pasadas fiestas navideñas, en la línea 2, en u n vagón casi vacío, u n a exhibición m á s subida de tono aun, más indecorosa, con jadeos del m a r o m o y grititos de la miuchacha, tan desaforado el espectáculo que dos señoras que iban al lado se cambiaron de coche en la siguiente estación. Le pregunto qué hizo él. Pues me comporté con antropológica corrección y, al lev a n t a r m e p a r a salir, les deseé: ¡Que aproveche! GREGORIO SALVADOR de la Real Academia Española