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ABC MADRID 22-12-1999 página 13
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ABC MADRID 22-12-1999 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC MIÉRCOLES 22- 12 99 13 BREVERIA Rodrigo Rato Reducción del déficit La diferencia entre los ingresos y los gastos de las Administraciones Públicas es el indicador más representativo de la eficiencia de una política económica. Por definición, los ingresos, que proceden de los contribuyentes son siempre limitados, pues cuando los impuestos son altos se yugula la capacidad de crecimiento del sistema económico, crece el desempleo, aumenta el fraude fiscal y, en im mundo cada vez más globalizado, se dispara la evasión de capitales. En cambio los gastos pueden crecer ilimitadamente, puesto que las demandas sociales lo son, y los gobernantes pueden caer en la tentación de responder a ellas con demagogia o irresponsabilidad. Por eso, una política económica con aspiraciones de eficacia debe afrontar el doble reto de reducir los impuestos, sin que ello vaya en perjuicio de su capacidad de gasto social y, a la vez, reducir el déficit, porque es la manera de nd detraer recursos de la iniciativa privada que es la que genera bienes, servicios y empleo. El déficit de las Administraciones Públicas españolas alcanzó el 7,5 por ciento del PIB en 1993 y, pese a los imperativos de convergencia aceptados por todos los países europeos en el Tratado de Maastricht, se situaba todavía en el 4,4 por ciento pocos meses después de que el PSOE perdiera las elecciones en 1996. Hoy, ese déficit se ha reducido al 1,3 por ciento y, en términos de Contabilidad Naciona el déficit del Estado es sólo del 0,3 por ciento del PIB. Pese a que ha disminuido la presión fiscal directa, la recaudación por IVA ha crecido sensiblemente, porque ha aflorado buena parte de la economía sumergida, se ha creado empleo, han aumentado las pensiones, se ha asegurado el equilibrio de la Seguridad Social y se ha reducido el endeudamiento público. La política económica es, pues, un éxito indiscutible. g IVIR es caminar breve joma I f da, y muerte viva es, Lico, nuestra vida. Pero, ¿qué le vamos a hacer? Tal como aparece en Quevedo, la única diferencia entre la materia viva y la materia muerta. es de tipo químico, y la biología acaba de dar el primer paso para crear vida en el laboratorio. ¿Qué es, pues, la vida? ¿El punto culminante hacia el que avanza el conjunto de la creación para la cual los millones de años transcurridos no han sido más que una preparación increíblemente extravagante? ¿Un mero producto secundario, accidental y posiblemente sin ninguna importancia, de los procesos naturales, que tienen otros y más estupendos fines en perspectiva? ¿Algo con la naturaleza de una enfermedad, que afecta a la materia en su vejez? ¿La única realidad que crea, en vez de ser creada, las masas colosales de estrellas y las nebulosas, y las perspectivas casi inconcebibles del tiempo astronómico? ¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y grita durante su hora sobre la escena, y después no se le oye más... im cuento narrado por im idiota con gran aparato, y que nada significa! contesta famosamente Macbeth, que habla por Shakespeare, de cuyo sentido común -el más inglés de todos los sentidos participaba sir James Jeans al plantearse un montón de preguntas sin respuesta que lo llevarían a sostener que con los universos como con los mortales, la única vida posible es avanzar hacia la tumba. O hacia el laboratorio, claro. IGNACIO RUIZ QUINTANO La vida Tal como aparece en Quevedo, la única diferencia entre la materia viva y la materia muerta es de tipo químico En la posguerra madrileña y tertuliana era motivo de regocijo el cuento que Eugenio d Ors hacía de doña Emilia Pardo Bazán, que en un libro de cocina había escrito al empezar una receta: Se coge a un cerdo y se le castra. Pues esto es lo que más o menos ha venido a hacer el científico Craig Venter con una bacteria que se llama Mycoplasma genitalium y que vive en el tracto urinario humano: quitarle imo por uno los genes hasta dejarla con los indispensables, unos trescientos, para mantenerla viva. Al lado de los cien mü que constituyen el genoma humano, trescientos genes parecen un comienzo al alcance de cualquier cocinülas de laboratorio dispuesto a ponerse el mandil de sabio para completar la receta de la vida, aimque se trate de la vida de un pobre Mycoplasma genitalium algo que uno sólo consigue imaginarse bajo el aspecto de una ladUla. Es curioso que este modesto primer paso hacia la vida artificial haya de relacionarse, siquiera por si- nestesia, con los apetitos venéreos, es decir, con el sexo, la más antigua de las teorías populares de la vida. La más moderna sería la del tabaco, que, según la conocida advertencia de las Autoridades Sanitarias, produce impotencia y, si no, daña al futuro hijo lo cual acaba por volver loco a cualquiera. (Tolstoi, por cierto, lo consideraba tan malo como el sexo, y, como en todos los trabajos se fuma, los asesinos de sus novelas, antes de meterse en faena, solían echarse un cigarrito a fin de procurarse la necesaria furia homicida. Mas ocurre que lo que desde el pimto de Vista de un lego parece ser una especie de ladilla, desde el punto de vista de un observador científico sólo es un mecanismo fisicoquímico complejo, que se autorregula y repara a sí mismo. Lo tiene escrito E. S. Goodrich, hace muchos años, en la Enciclopedia Británica: Desde este punto de vista, lo que llamamos vida es la suma de sus procesos fisicoquímicos, que forman una serie interdependiente continua sin la menor fisura y sin la interferencia de ninguna fuerza misteriosa extraña. Sin embargo, el fundamentalismo contemporáneo, que recibe el nombre de bioeticismo, no carga contra el enciclopedismo de Mr. Goodrich, sino contra el aventurerismo de Mr. Venter, que ha hecho andar a la ladilla. Es el mismo fundamentalismo que se opuso a la anestesia, porque suponía una forma de ir contra la voluntad divina, y contra la vacuna, porque suponía la inoculación del bestialismo.

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