ABC MADRID 21-11-1975 página 3
- EdiciónABC, MADRID
- Página3
- Fecha de publicación21/11/1975
- ID0001161325
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EDITADO SOCIEDAD M A D POR ANÓNIMA PRENSA E S P A Ñ O L A R D FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC FRANCO REDACCIÓN, ADMINISTRACIÓN, Y TALLERES: SERRANO, 61- MADRID URANTE cuatro años he visto a Franco presidir los Consejos y Comisiones. Despaché con él mediocentenar de veces, en ocasiones, muy lar- fianza a! colaborador. Evitaba los asungamente. Recorrí a su lado, en tren y tos subalternos y muy especialmente los en automóvil, muchos cientos de kiló- relativos a nombramientos de personas: metros, incluso jornadas enteras. Estas jamás me sugirió a nadie para cargo alcharlas, en cierto modo ociosas, fueron guno. Daba, en suma, una gran libertad las más personales. He tenido, paos, fe de acción a sus ministros, no les interoportunidad de conocerle. Mi idea de fería y, con ello, les estimulaba a un Franco, ahora depurada por la distancia máximo sentido de la responsabilidad infinita de la muerte, se parece bastan- Administraba sus propias decisiones con te poco a las dos imágenes habituales, mesurada parsimonia: zanjaba los debala apologética del superhombre y la ad- tes importantes en el seno del Gobierno, vemsia deJ dictador. Las dos coinciden en daba unidad a la acción del Estado y deshumanizar al personaje y en darie un reajustaba con meditado sentido político perfil autoritario; pero ni la una ni la otra el equilibrio del Gabinete. Manifestaba responden a te realidad. La inmensa mayo- su voluntad sólo cuando era imprescinría dte los retratos de Franco son imagina- dible. No pretendía, como los dictadorios, y se comprende que isí sea porque res, asumir todas las instancias, sino úniera un hombre difícil de penetrar a causa camente la última y excepcional, la exde sus largos mutismos y de su palabra clusivamente suya. casi siempre interrogativa. Comprendo Nada había en él de pasión de poder. la embarazosa situación de quienes, des- Cuando, al ofrecerme la cartera de Obraspués de una o dos audiencias, han toma- Públicas, le expuse mis limitaciones, sólo do la pluma para hacer la etopeya de me dio una orden: Hágalo lo mejor Franco; han tenido que inventarla. Su posible. Muy pocas más recibí a lo larcarácter sólo se revelaba al cabo de un go de los años; pero sí consejos innu 1 trato asiduo, audaz y leal. Entonces em- merables, que eran el decantado poso de pezaban a aparecer los planos profundos. su larga experiencia de gobierno y de Nada había en él de arrogancia ma- su prodigioso genio político. Pero todo yestática. En el fondo, su humildad era esto lo brindaba a beneficio de inventaimpresionante. Y no me refiero a la teo- rio, no como un imperativo categórico. logal, sino a la intelectual, porque he Esta era su fórmula favorita: s ¿Y acaso conocido a muy pocos menos aferrados no sería mejor... Y se le podía replique Franco a una conclusión, y tan dis- car impunemente: Pues creo que no. puestos como él a. r dejarse contradecir, No trataba de abarcar ni de dominaraunque fuera en público. Recuerdo una lo todo. Más que ambición de mando, demostraba un estoico menosprecio del reunión del Consejo, trascendente por poder y un deseo de retener sólo lo absu tema principal, en que Franco, des- solutamente esencial e indeclinable de la pués de insinuar una postura, se dejó función soberana. refutar por la mayoría de sus ministros. Los observadores de ocasión tomaban No había en él ninguna proclividad por cesárea soberbia los silencios de hacia los efectismos, tan buscados por Franco. Pero no; significaban respeto los tíranos y los demagogos. No le gusa su interlocutor y lealtad hacia sus in- taba lo nuevo por lo nuevo, el cambio formadores y consejeros. No era apoteo- por el cambio, lo populaP por lo popusis, sino discreción llevada al límite. Ha- lar. No le interesaba la apariencia, sino blaba lo justo y necesario; ni una síla- el fondo; no la imagen, sino la realidad. ba superflua. Tan medida economía ver- Sabía xque las superficies son muchas vebal revelaba, sin duda, prudencia; pero ces engañosas y casi siempre frágiles. Apenas le interesaba la retórica. De ahí mucha más modestia que altivez. a poca atención que prestaba a la proNada había en él de pretendida infa- paganda, y menos todavía a la adversa. libilidad. Su capacidad de escuchar era En un despacho le dije: Este plan caesu original dialéctica. Preguntaba incan- ría muy bien en la región. Y me replisablemente, buscaba las opiniones contrapuestas para sopesarlas, y no tomaba decisiones hasta que todo había sido diilliü! IIHilinli l lll i i cho. No solía interrumpir, jamás retiraba la palabra ni clausuraba un debate hasta que se agotaban los argumentos. Y no conocía ios temas prohibidos. Confieso haberle hablado siempre de todo cuanto juzgué oportuno, sin excluir lo menos grato, por alejado que estuviese Abra mercados a sus de mis inmediatas competencias. Nada había en él de autoritarismo. Teproductos anunciándose nía un respeto casi sagrado por las jurisdicciones de todos y de cada uno en en la Edición Semanal sus respectivos niveles. Sus delegaciones de poder no las interrumpía con decisiones esporádicas, ni con intervenciones Aérea de A B C ocasionales. No desautorizaba nunca al titular de una función pública, salvo para relevarle. Y aun a esto se resistía, porque deseaba agotar su crédito de con- có: Lo importante es estar seguro de que íes eso lo que debe hacerse. Ño llevaba la contabilidad de su p o 1 í t i. c a con la partida doble de las críticas y de los elogios, sino con la suma algebraica de los resultados reales. Gobernaba España como una gran empresa, no como un gran espectáculo. Nada había en él de intuicionismos súbitos. Repasaba los informes, consultaba a los expertos y exigía el cumplimiento de todos los trámites procesales. ¿Ha dictaminado el Consejo de Estado? ¿Cuál es el criterio de la ponencia? ¿Qué han dicho las corporaciones locales? Y después, ¿qué? Estas eran sus habituales preguntas, saturadas de medida y ¡razonable cautela, de repudio de la improvisación y de cómputo del futuro. Franco estaba respaldado por su pueblo; pero, funcionalmente, se había aislado en la soledad. Nadie en especial monopolizaba- el oído del cesar. No había camarilla, ni privados; ni siquiera ocupó este lugar Carrero. Varias veces he sido testigo de graves decisiones que no eran exactamente las del almirante. Cualquiera podía convencerle si aportaba un dato fehaciente o una razón definitiva. La soledad de Franco era garantía de ausencia de la parcialidad y del favor, aseguraba la igualdad de oportunidades técnicas y políticas, la estricta objetividad. Por todo esto he dicho alguna vez que Franco, por su comportamiento y por su psicología, estaba en los antípodas del dictador. Modestia en lugar de arrogancia, oyente antes que magistral, enemigo de la retórica, parco en el ejercí- ció de sus inmensos poderes, autocrítico y prudentísimo a la hora de decidir. Como hombre de Estado no se le puede situaT en la línea de Bonaparte, sino en la de Felipe II. Era la contrafigura del dictador. Su vera efigie no se parece nada al retrato que, para consumo ultrapirenaico, divulgan sus enemigos, que lo son también de España. Y hay, sobre todo, el juicio de Franco ¡por sus obras, que es la verdadera piedra de toque del gobernante. En el contexto de la Historia, Franco es el hombre de Estado más importante que ha tenido España desde 1 Rey Prudente. Recibió un país empobrecido e invertebrado y lo ha convertido en una gran potencia industrial y en una Monarquía robustamente institucionalizada. Recibió una nación de inmensa mayoría proletaria y la ha transformado en una sociedad de clases medias. Erradicó el analfabetismo y el hambre, nuestras dos pestes centenarias. Ganó una contienda civil que era de ser o no ser, y que estaba de antemano perdida; y, a fuerza de tesón, nos libró de la mayor hecatombe conocida, la segunda guerra mundial. Ha hecho una España distinta y mejor, que nunca había estado económicamente tan cerca de los niveles más altos de Europa. Franco es el hito que en nuestra Historia contemporánea marca la más espectacular inflexión, la que separa la España anterior a él y la España de después. Gonzalo FERNANDEZ DE LA MORA