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ABC MADRID 16-01-1973 página 11
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ABC MADRID 16-01-1973 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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JULIA FONS 9 d UANTOS años- -docs, catorce, ta! vez j más- -han transcurrido desds aqua y lia entrevista única? Juíia Fcns, a que fue tan aplaudida y popular durante un largo período, vivía en una calle breve, racoleta, con cierto tinte provinciano, ¡a calle de te Alameda. En un piso coquetón y pulcro, con cierto sello muy femenino, habitaba la famosa artista, decidida a no cambiar da vivienda porque, según nos declaró, no cambiando de marco se hacía la ilusión de qus tampoco cambiaba ella misma. Los años habían transcurrido sin herirla grave- menta. Reconocí los ojos admirables, un tanto entornados y maliciosos, la sonrisa insinuante y fresca que difundieran múltiples fotografías e hicieran soñar a tantos hombres de varias generaciones. De Julia Fons guardaba yo algún recuerdo lejano. Una tarde en Eslava... La artista era aclamada como protagonista de una opereta de moda. Cuando se recogía grácilmente la faSda, dejando ver et contorno de algo más- -realmente poco más- -que ei tobillo se oía en la sata un íargo rumor alguna exclamación admirativa en labios varoniles; ei comentario de alguna dama algo escandalizada. Otra tarde de primavera, en el paseo del Retiro, invadido por Sargas filas de carruajes, a la salida de ios toros... Julia Fons iba reclinada gentilmente en ei asiento capitonné de un charolado Mylord. Airoso trote el de! alazán, impecablemente enganchado; color canela la librea flamante dei cochero. La popular artista, elegantísima, empenachada. Nevaba entre tas manos una sombrilla y un ramo de vioietas. Un murmullo general: la Fons... la Fons... En ios ojos de los hombres, un destello de curiosidad, de ilusión. Las compañeras de aquellos caballeros esbozaban un mohín de inquietud y recelo. -Sí- -me dice muchos años después la triunfadora de entonces- era una época deliciosa. Ahora, ya ve usted; vivo de recuerdos. ¿Fue un triunfo inmediato? -Inmediato, sí. Decisivo. Nunca hice un papel secundario. -Hábleme del que interpretó más a gusto. -Qué sé yo... Fueron tantos... Recuerdo aquella temporada en e! teatro Eidcrado, de la calle de Juan de Mena. Las grandes cortesanas San Juan de Luz Más tarde, las sesiones en el Cómico. La última comenzaba a la una y media, con ei fin de que pudieran acudir muchos asiduos a la salida del Rea! Costaba la butaca setenta y cinco céntimos. La carne flaca El arte de sar bonita E! certamen Nacional La taza de té La gatita blanca Esta es la obra que me dio más popularidad. Aquelios cuplés alcanzaron un éxito formidable. Había de repetirlos muchas veces, cada noche, con letras distintas, que a veces encerraban alusiones políticas. ¿Cómo eran esos cuplés? La Fons se reconcentra, hace un leve esfuerzo por recordar. Luego, entornando un poco más los ojos, acentuando su sonrisa, entona con deliciosa vocecita: ME DIJO Duda la Fons, e insinúa, misteriosa: -Le andaba cerca. No insistimos. Y ahora, la pregunta clásica: ¿Alguna anécdota? -Veamos... No recuerdo en este momento... ¡Ah, sí! Pero es algo más que una anécdota, es una historia muy bonita y muy triste. -La escucro con toda atención. -Era en mi mejor época de Eslava. Asiduamente acudían a mi camarín un grupo de amigos: Pepe Loma, Saint Aubin, Ruiz Contreras y otros. Entre ellos, un joven de veintidós años- -permítame que no diga su nombre- guapo, distinguido y poeta. Nunca me habló concretamente de amor, pero yo sospechaba... sabía... Las mujeres nunca nos equivocamos en estos casos. Ernesto- -le llamaremos Ernesto- -estaba seriamante enfermo. Le notaba cada vez más delgado, más afónico. Alguien me dijo la índole de su mal: tuberculosis laríngea. Pero hombre, no salga de noche- -le decía- no cometa imprudencias; cuídese. El se encogía de hombros, con un ademán que revelaba indiferencia, fatalismo. Llegó a perder ef habla Y seguía viniendo. Cada noche (e veía entrar con su ramo de flores. Se expresaba ya por señas, y aquel silencio patético hacía más elocuente la expresión de sus ojos febriles. Dejé de verle al fin. Supuse que seguía prudentemente mis consejos. A poco, alguien, en la tertulia del camarín, comentó: ¡Pobre muchacho! ¡Tan joven! Había muerto. La noticia me conmovió tan hondamente que hube de dominar mi emoción para salir a escena. Dos meses más tarde se presentó en mi casa un militar, que ahora debe de ser general, a quien usted seguramente conoce. Vengo- -me dijo- -a cumplir una misión delicada ¿Recuerda a nuestro pobre amigo Ernesto? Era huérfano, como usted sabe. Vivía con dos tías suyas. Estas señoras me encargan que le devuelva a usted sus cartas. ¿Qué cartas? -Las suyas. Las que escribió a Ernesto. ¡Pero si yo nunca le escribí! -Sí, Julia. No lo niegue. Pero si nadie ha de saber... En fin, comprendo que un sentimiento de íntimo pudor... -Se equivoca usted. Le aseguro que nunca, nunca escribí a Ernesto. Entonces supe descubrir el secreto del poeta malogrado. Como necesitaba algo fe mí, algo que yo no le di, hubo de inventarlo. Diariamente se escribía a sí mismo una carta de amor. Vivía con la impaciencia, con a ilusión de recibir aquellas cartas que él mismo echaba al correo. Con sus tías comentaba: Hoy no tsndré sarta ós Julia. O bien: Me parees que tarda el cartero. Pero no hable usted de esto. A muchos, este subterfugio, esa mentira les haría reír. Por vez primera interrumpo el relato: -O llorar. Ü -Llorar, sí. A mí me hizo llorar. En aquellas cartas decía todo cuanto hubiera deseado oír de mí. Las conservo como una reliquia. Las vuelvo a leer de cuando en cuando. ¡Oh, no serían así, tan bonitas, las cartas que yo hubiera escrito, mis verdaderas cartas de amor! No volví a verla. Desde entonces se aisló cada vez más, impuso un obstinado silencio en torno suyo. Declinó cortésmente algún homenaje que se le ofrecía, y siguiendo una tradición muy española- -recordemos a las comedíanlas y tonadilleras de tiempos remotos- -se hizo muy devota y piadosa. La reina de la opereta, la artista sugestiva y aclamada se había convertido en la viejscita pulcra, que a diario cruzaba la calle de a Alameda para ir a rezar largo rato en la iglesia de Jesús. Agustín DE FtGUEROA S X PDifc- 4 X El pobre gatito se puso a bailar y desde el alero dio un salto mortal. Yo le dije entonces: ¿Lo ves, animal? Por tener mucha barriga y bailar el cake- val. -La canción es absurda. Su manera de interpretarla, un poema. ¿Y después del Cómico? -Un período magnífico en La Habana. Luego, en Eslava, varías temporadas de opereta. El Conde de Luxemburgo La corte de Faraón Petit Café La Princesa de! dóiar La mujer divorciada Los Húsares del Kaiser Compartían conmigo tos aplausos Ramón Peña, Carmen Andrés. Juanita Manso, Ontiveros... ¿Por qué se retiró de! a escena? -Qué sé yo; un buen día, en Barcelona... Y sin bombo ni platillo, sin lágrimas ni homenajes. ¿Cómo se puede renunciar en plena juventud, en pleno éxito, a ios aplausos, a la popularidad, al constante halago de! público? Porque usted, Julia, fue la artista mimada por excelencia. -Es cierto. ¿Y no ha pensado volver nunca al teatro? -Nunca. De cuando en cuando, por complacer a una amiga, voy al teatro, hasta veo una opereta de las que yo interpretaba. Nada. Me parece algo tan ajeno a mí... -Dígame, Julia- -el diálogo cobra un sentido más íntimo, tal vez más indiscreto- una mujer como usted, tan beila, tan aírayente, tan famosa... ha debido inspirar grandes pasiones. ¡A qué negarlo! -Y usted... ¿respondió a alguna de eilas? -Yo soy... más fría de lo que muchos han podido suponer. ¿Y, sin embargo? -Pues bien: tuve una pasión, una sola... Pero intensa, duradera. Aquella vez, si... Quise con toda mi alma. Entre las múltiples fotografías de la Fons que adornan la estancia hay una caricatura de buen tamaño, hecha en La Habana. Representa a la artista luciendo la tan discutida falda- pantalón. Alrededor de! a gentil silueta, cua! moscas volando en tomo a la miel, varias fisonomías muy destacadas: ei presidente de una República sudamericana, un torero famoso, una testa coronada... ¿Fue alguno de éstos el que inspiró a usted la pasión única? Un gatito madrileño que es un pillo de una vez, me propuso que al tejado me saliera yo con él. Y yo muy mimosa le dije que si, siempre que conmigo se bailara el ¡ik. ¿Qué es el jik, Julia? -interrumpo. -Pues mire... no lo sé. No lo he sabido nunca.

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