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ABC MADRID 22-04-1960 página 3
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ABC MADRID 22-04-1960 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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D I A R I 0 I L ü s. T KA DO DE I N F 0 RM ACI 0 N r ir ENERAL FUNDADO EN 180 S POR CON TORC JATO LUCA DE TENA D LA R í 0 1 LU s T R A DO D E I N F Ó 1 R M A C I 0 N GEN ER A L A creo que lo escribí alguna vez. En esta infinita movilidad de lo eterno que es la Iglesia, son inacaba- en una supeiior disciplina. Cada un y gribles las posibilidades de su morfología: taba por su cuenta pero todas las desde el salón del Vaticano a la celda del cuentas venían a cerrarse con el mismo cartujo: desde la purpura a la estameña. total. Luego Iiabló el Papa. También aquí se Hallar los nombres de Cristo fue siempre una predilecta ocupación de los es- hizo, otra vez, plástica la mutación morcritores sagrados. Los nombres siem- fológica de la Iglesia. Como en las. fuenpre en plural. Porque el Nombre que le tes de Roma, el surtidor vertical que era agote y resuma nadie le encontrará. Pío XII cuando hablaba, se agachaba y Por eso es tan visible muchas veces esa abría en una achapariada bola de agua fluidez de la cambiante morfología en la en la oratoria parroquial de Juan XXIII, propia figura del Pastor. Tuvimos un que desbordaba el sillón de ganas de acercarse a los peregrinos. Predicaba sobre Papa vertical: ima torre de marfil; una vara de nardos. Tenemos un Papa hori- una lección del Antiguo Téstamentp zontal: un gran Párroco blanco; una del oficio del día. Hacía notar que en ella simpatía al ancho que cuando es llevado se repetía, como un estribillo, la cláusula en la silla gestatoria parec, e que va ya soy el Señor habla el Señor ¿Por qué esa cantinela y sonsonete cuando ya bajándose desde que entra en el salón. estaba sabid b, de una vez por todos, que Yo le vi, por eso, a Juan XXIII como era palabra del Señor todo el Libro? Se creo que hay que verle: anegado yo en contestaba: porque hay que estar vigila masa; confundido con el pueblo fiel. lando siempre cada palabra y cada acto, A Pío XII parecía que había que verle para empalmarlas con su fuente divina, en privada audiencia: parecía que espe- cara corroborar si resisten ta rúbrica diáraba siempre, de pie, embajadores; in- fana: dice el Señof Porque muchas terlocutores diplomáticos. A su sucesor veces son los señores y los señoritos de parece que hay que verle entre codazos testa tierra, y no el Señor, los que dicen. y apretujes, en auténtico rebaño ante el Y la amplia sonrisa del Papa se mezclapastor: en plena y disuelta función de ba con un rumorcillo de convivencia de feligrés y parroquiano. parte de su auditorio. Fuera, en la calle, Yo le vi llegar en su alta silla, como yo había dejado una Roma que vivía una disculpándose con sonrisas, apretujado crisis larga, llena de sutilezas y confusioentre la masa. Tenía clavado en mi brazo nismo: doctores que dogmatizan y dogun codo, probablemente napolitano, y ha- mas que se recortan; cristianos que picía de mi hombro alféizar de ventana un den apoyos eclesiásticos para subir al po alto y emocionado cristiano sajón. El j der y usan el poder para visitar a los cuerpo místico plasmaba en realidades perseguidores de la Iglesia; delgadas disfísicas: y casi éramo todos, en temblo- tinciones de socialismos y comunismos; rosa continuidad, un solo organismo. Uno de estrategias electorales y convicciones solo, y diferenciado en la orava federa- de fe. Una componenda para vivir y un ción de todo lo que es vivo y natural. credo para morir. ¿Resiste todo esto la El Papa había subido al trono y un apostilla cristalina: Dice el Señor Y el Papa sonreía paternal ente la fer monseñor había comenzado a leer la relación de tojos los grupos que, prove- tilidad colorista de su imaginativa Soma, nientes de los más distintos países, con- siempre con cien palabras y matices para currían a la audiencia. Y entonces se pro- cada cosa. ¿No ha inventado el más euducía la más rabiosa afirmación de indi- fónico vocabulario- raviolis fetuchividualismo dentro de aquel océano de millares de personas. Cada erupo, al sentirse nombrado, se hacía visible, vivía un minuto de ufana insolidgrsdad, desgaritándose de vítores y levantando las manos. Cada uno, anegado en aquel todo unánime, se sentía vehementemente parte Procuraba hacerse medir y pesar chillando más que el antecedente. Un grupo de carabinieri tiró los tricornios al aire; las alumnas de un Colegio alemán se subieron unas sobre otras; unas monjgs inglesas levantaron por la cintura sus educandas peregrinitas; sospecho que un grupo siciliano que estaba cerca de mí, hizo una pequeña trampa, invitando a gritar con ellos a algunos vecinos foráneos para parecer más. Era la auténtica APARTAPO C 9 RRI 0 S 240 federación cristiana: un bravo desorden Y c n i s espagu- íh caneionis -p a t a disimular la prácí ca verdad de que, en el forído, no come más que honrado y sano aati? Al final pasó a hablar en claro y buen francés. La dulce lengua de sus días de legado le dio mayor licencia para el esprit A las niñas de un colegio: Sois hijas de Eva, pero no imitéis mucho a vuestra primera madre! Y fue entonces cuando se produjo un florido incidente. Se intensificó la presión del codo que yo tenía clavado en mis costillas. Me sentí violentamente desplazado. Una mi jer, de media condición social, se abrió paso contra toda ley física, sorteó un guardia, quebró a un monseñor, y se hu có delante del Papa, en e! espacio despejado que quedaba delante de su trono. Alzaba una mano y en la msno tenía una rosa. Murmuraba, temblorosa, inteligible, alguna angustia. Mío fíglio era lo único due yo entendía. El Papa, con inmensa sonrisa jenvbivente pidió la rosa dü 6 le entregaron, mientras varios monseñores sacaban del salón a la llorosa mujer. Durante todo el resto de la- audiencia un monseñor conservó en su mano la rosa junto al Papa, que continuó: -Esto es la vida de la Iglesia. Nos interrumpen 1 muchas veces. Pero siempre recogemos el hilo... Y hasta nos apedrean. Pero, como el dolor está santificado per Cristo, hasta en esos casos nos apedrea- con rusas. Cüandd marchaba otra vez en su silla gestatoria, a su lado el monseñor continuaba cofi Ja rosa en la mano. Muchos fogortázos de fotografía relampagueaban en el salón. El aoretujo del pueblo fiel era asfixiante. El Papa, de puro acercamiento Cordial, iba y no iba en su palanquín. Inauguraba un estilo de disminución de la ceremonia y la fachada on esta, hora de total publicidad luminosa, donde sdn ya inútiles ciertas lejanía T e contaba un monseñor que en la larga ceremonia de la consagración, el dulce octogehario tuvo necesidad de tomar, a media ceremonia, un buche de café. Los mdnseñores, de larga tradición ptatocclatía, le pusieron delanle un gran 1 DT cantoral, y tras esa pantalla bebió riendo su café. Pero no contaron con la tc cvísión. Sus mil ojos indiscretos le aíisbaban por todos lados, y mientras oz mil personas fueron engañadas, en lo h: sílica, por el pudor protocolario del ubrepantalla, diez millones, en todo e! planeta, vieron al Papa tomar, riendo, ca taza de café. El Pataa sabe que vive en la hora de la televisión. Y parece muy decidido a dejarse de telones y lejanías para unoa cuantos a fin de llegar, humano y tonnente, a los diez millont- José María PEMAN TEUFOKO 410

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