ABC MADRID 12-08-1956 página 3
- EdiciónABC, MADRID
- Página3
- Fecha de publicación12/08/1956
- ID0000522602
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D I A R I O ILUSTRAPO DE INFORMACIÓN GENERAL $5 FUNDADO NA correspondencia con la temporalida d del impresión i s m o encontramos en la literatura de Proust. Su arta se halla formado por una superposición xle momentos densamente sucedidos, deslizados en el relato con el espesor y frondosidad de matices de un cuadro impresionista. En Proust, la memoria, a la manera del pincel, va dejando caer sobre la prosa tics de recuerdos, tachas de alusiones, golpes de sensaciones que arman unos relatos desmedulados y que, como en los lienzos impresionistas, carecen de límites iniciales y finales. En la literatura de Proust no hay tampoco argumento, ni profundidad espacial y, ni siquiera, escénica. Todas las referencias vibran instantáneas, sin extinguirse totalmente en unos tránsitos sin fisuras a los adjuntos. Esta prosa, como los cuadros de Sisley, se desliza fluyente, oleaginosa, con destellos que no levanta su lomo, con insinuaciones que se suceden en un blando curso. Proust actualiza todos sus recuerdos con un ensamblaje tan sutil entre la realidad viva y las evocaciones, que se borra toda separación entre la sensación de thoy y la huella de la de ayer. De la misma manera que los impresionistas colocan el presente sobre el plano de la luz solar, Proust extiende al instante sobre el plano de la memoria. De ella afloran todas las cosas unidas en el mismo momento vivo, sucediéndose sin planos cronológicos. Sus relatos están hechos, como él decia, de fragmentos intermitentes Como el del impresionismo, es el suyo un tiempo musical, caido sobre el acorde siguiente, en una unidad conseguida por el enlace sin ángulos ni discontinuidad de unas sensaciones con otras. Proust nos da, más que las cosas mismas, su perfume, su evocación más evadida del pasado, en cuanto lejanía inerte, su roce sin arraigo. Como las formas en el impresionismo pasan por el sol y quedan, asi, vivas en el minuto del pintor, en Proust, todo el mundo, al atravesar las zonas del recuerdo, emerge en el instante de su descripción para sumergirse en los senos de la memoria. Proust tiene la magia de la ilación. No son sólo las cosas las que se engarzan con las prolongaciones más sutiles de sus sensaciones, sino la vida interior y aun las reflexiones morales las que se imbrican dentro del mismo cauce del relato. En este curso, la prosa avanza como la cabeza de un ofidio, indecisa entre varias direcciones. Y dentro del mismo párrafo el pasado se incorpora no como una emergencia inconexa y autónoma, sino mezclado y palpitante en la misma onda. Como en la pintura impresionista, se siente que su prosa no se apoya en un esqueleto inmutable, sino que su fluencia está a merced del instante que ha rozado su memoria, ün momento después el giro del pensamiento, el juego de imágenes, el ritmo literario hubiera sido distinto. Su creación se ha deslizado sobre una impresión quizá más huidera y etérea que la luz. ¡Y ello le da, precisamente, esa tensa movilidad, esa impresión de fugacidad, con; la emoción no recalada ni afirmada en planos. La descripción en Proust se alarga y continúa sin interrupción no sólo a la manera de un laberinto, sino dibujando sobre la superficie el perfil no de las cosas, ABC SN 1805 POR DOM D I A R I O ILU STRADO DE INF O RM A Cl O N G ENERAL prosodia cuyo ritmo los encauce y permita su sucesión incesante. Estos momentos enlazados se conciben en una ilación horizontal, que evita todo énfasis y corte. No se superponen en un crescendo que rompería la línea de un lomo apenas ondulado. Cuando alguno de estos momentos lleva en su seno la tragedia, una comparación con alguna obra de arte, o con alguna banal referencia social, lo amilana y sumerge en la misma corriente que los demás. Esta sucesión de las sensaciones en el mismo plano se corresponde con la multiplicación de las (pinceladas en el mismo instante. Como en la literatura de Proust, en los cuadros impresionistas no hay plaaos en profundidad, no hay una hondura terrenal que se vaya sumergiendo en una ruta horaria. Toda ella se extiende con unas salpicaduras de luz que convierten todas las superficies en una haz sonora y palpitante. El secreto de la memoria proustiana consiste en que no la sentimos arrancada de la cantera del pasado, con cada acontecimiento asignable a un momento cronológico, sino que se reaviva en cada sensación y actúa como una eficacia de presente, a veces con mucha más intensidad que la misma realidad. (Es decir, no hay en el cuadro vital de una persona los distintos planos que forman la estructura de una intimidad: el (fondo quieto, inconmovible en un pasado tan alejado y cristalizado como el horizonte, con unos términos medios en los cuales el acontecimiento ya realizado queda, sin embargo, actuante y vibrando en la conciencia como algo no extinguido y en un plano lnme dlato, inasible, por perecedero, situado en un presente cuya esencia es la fluencia. En Proust entre el pasado y el presente no hay perspectiva, ni distancia que los jerarquice. Entre las avanzadas de un presentó pungente e ineludible, se deslizan los recuerdos tan activos y requerídores como los sucesos actuales. Ello provoca una unidad en la masa de la descripción, que la hace deslizarse en una corriente untuosa sin fisuras y casi sin puntos ni ritmo de respiración, en una pasta de sensaciones, con párrafos opacos y desmedulados. La misma curva de la narración recoge en su regazo a los paisajes vivos y a los que brotan en si alma. No hay en esta literatura un antes y un después. La curva de las emociones, el ritmo de la conciencia, el avance lento de la narración que se ciñe, un instante, al flanco del drama para desviarse en seguida sobre el campo de un elegante estoicismo, todo se justifica por los alabeos del plano temporal, por una sumersión de los instantes- vivos en el agua del recuerdo, donde se abren como flores japonesas. Porque el recuerdo no es, en Proust, un pasado inerte. Sus evocaciones Be superponen vivas a las impresiones reales, con pinceladas quizá más vibrantes que las horas actuales. ¡El impresionismo de Proust ha conseguido formar un bloque de sensaciones y de insinuaciones Intelectuales de trémulos destellos, en una prosa en la que el mismo titilar de la emoción es tan tránsfugo y tan renovado como los brillos de una pintura impresionista ex tendida sobre un minuto solar. José CAMÓN AZNAR TOROUATO LUCA DI TINA U PROUST Y EL IMPRESIONISMO Mar l ProUtt. (Reproducción V. Muro. sino de las impresiones. No salimos nunca al dominio de las tres dimensiones. Las cosas no quedan nunca exentas en la literatura de Proust. Detrás de los objetos, seres y paisajes que describe, no hay espacio. Ni el aire y, ni siquiera, el deseo circulan tras sus espaldas. Es su recuerdo oi que fluye y dibuja meandros, se remansa y, de pronto, se lanza por una ruta imprevista, pero que describe paraísos elásticos. Los puntos en su prosa no separan alientos, sino son sólo un rebajo de una continuidad que no cesa. Esa calidad afelpada y desmedulada que tienen los recuerdos en Proust, aún se emblandece más para que puedan correr por el canal de un ritmo perpetuamente serpentiforme. Los sentimientos más agudos circulan con tan monótona fluencia, con tan ondulado enlace con los precedentes y siguientes, que pierden toda calidad excepcional, todo pasmo que taje el curso de la prosa. Lo primero que advertimos en la obra de Proust es la calidad unitaria de su literatura. No forma una masa, pero si un organismo, cierto que como él de los infusorios, retráctil e indeciso. No es posible separar una frase, analizar una emoción desconectada de. las adjuntas. Se deslien entre si, fluyen formando la misma haz móvil y carecen de perfiles sustantivos. Un alabeo que curva púdicamente los sentimientos y las descripciones y que es la forma más distinguida de la continuidad, va modulando las frases en una leve ondulación infinita. Como una música sin pigmentos fuertes, en un fluir de violines que nunca decaen ni se alzan, como una melodía que lleva en si misma un futuro inagotable, sta prosa avanza con el lujo de sus pequeños obstáculos, de sus tensas insistencias que se evitan raudas en cuanto empieza a concretarse la redondez de un remolino. La sobrecarga de momentos obliga a un deslizamiento móvil, con una