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Periódico ABC MADRID 21-04-1926, portada
- EdiciónABC, MADRID
- Páginas40
- Fecha de publicación21/04/1926
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MADR 1 DD 1 A 21 DE A B R I L D E 1926 NUMERO SUELTO 10 CENTS, ü F U N D A D O E L i. D E J U N I O D E 1905 P O R D T O R C U A T O L U C A D E T E N A i iiu iii ABC DIARIO ILUSTRADO. AÑO VIGESIMOSEGUNDO N. 7.271 SEVILLA. LA FERIA DE ABRIL Jiiilini, i ii i i iriii i vm UN ASPFXTO DEL xMERCADO DE GANADOS EN EL PRADO DE SAN SEBASTIAN. (F O T O I ii SERRANO) LOS EXTRANJEROS EN PARÍS Abel Hermant confiesa que los extranjeros lo irritan, y al mismo tiempo se proclama xenó filo. Los griegos- -cice- que consideraban la hospitalidad cual el más sagrado de los deberes, no conocían sino la xenofilia; nosotros nos parecemos a los griegos en muchas cosas, y, sobre todo, en ésta; pero no por eso debemos negar que los extranjeros nos ponen nerviosos. La declaración, aunque paradójica en apariencia, es el reflejo de lo que le pasa a toda Francia. En principio, nadie detesta los ciudadanos pacíficos de los países amigos, que contribuyen, con sus libras, sus dólares o sus pesetas, a hacer florecer las industrias de lujo de París, de Niza, de Biarritz, de Lyon, de Burdeos. ¿Qué sería tie las modistas de la rúe de la Paix, en efecto, y de los joyeros de la rúe Royal, y de los hoteleros de los Campos Elíseos, y de los teatros dc Bulevar, si de pronto los ingleses y los yanquis se quedaran tranquilos en su tierra? Y esto no es todo: además de los que compran, hay otros que producen. Ved las estadísticas más recientes, y os quedaréis asombrados al daros cuenta de que entre los italianos, los belgas, los españoles y los polacos forman una masa de más de tres millones de agricultores y de mineros, que resultan, para este país, no ya necesarios, sino indispensables. Sin la mano de obra de Bélgica- -iha confesado uno de los principales personajes de la Cámara de Comercio de Lilla- nuestras regiones, riquísimas, del Norte caerían inmediatamente en la ruina más espantosa. Esto todos los parisienses lo saben. Toces lo confiesan. Todos lo agradecen. Pero no hay ninguno de ellos que pueda defenderse contra el sentimiento que Abel Hermant trata de explicarnos al decir que, aun siendo muy xenófilo y muy respetuoso de la hospitalidad, se pone nervioso al ver que los extranjeros lo invaden todo. ¡Si no hicieran más que invadir! -exclaman los parisienses, que no han olvidado lo que era esta capital de las elegancias e. spirituales antes de la guerra. Es la manera de conducirse, la manera de entrar en todas partes, la manera de sentarse, la manera de pedir las cosas, la manera de hablar lo que irrita a Francia en los que parecen, más que sus huéspedes, sus conquistadores. En los cafés, en los cuales los franceses conservan siempre la costumbre de hablar de una manera discreta, los holandeses, los suizos, los ingleses y los yanquis se expresan a gritos. Los yanquis de nuevo cuño, sobre todo, pare- cen tener una especie de placer perverso en chocar con sus palabras y con sus gestos a los que, educados dentro de antiguas ideas de cortesía europea, no pueden ver a un caballero con los pies puestos en las butacas de los grandes hoteles sin sentirse crispados. Es en vano que esos mismos señores hablen de los millones que sus ricos compatriotas dan para fundar hospitales, para restaurar los jardines de Ver salles, para crear Institutos científicos. La gente agradece- ios dones de los Carnegies, de los Rokeffeller, de los Gould; pero se siente herida al figurarse que es precisamente porque son ricos por lo que los hombres de tras los mares se permiten quitarse oi fracs en los restaurantes de Montmartre para cenar en mangas de camisa, -No es porque tengáis un acento ni porque seáis rubios- -parecen decir los btilevarderos a los recién llegados- -por lo que nos sentimos íjerviosos ante vosotros, sino porque, verdaderamente, comenzáis a olvidaros de que estáis en visita. Y el caso es que la categoría de los turistas parece haber bajado tanto en estos últimos tiempos, que ya no son los franceses los que se sienten más tentados de fundar ligas para recomendar un poco de elegancia a los travellers, sino los mismos extranjeros. Hay que oír hablar a los americanos, a los ingleses, a los españoles y