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Periódico ABC MADRID 21-02-1925, portada
- EdiciónABC, MADRID
- Páginas36
- Fecha de publicación21/02/1925
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DIARIO ILUSTRAD O A Ñ p V I G E Sl M O P R I M E R O N 6- 908) f) f) f E F U N D A D O E L i. D E J U N I O D E 1905 P O R D. T O R C U A T O L U C A D E T E N A l li i lll i N N! iilli; l i BG DIARIO ILUSTRADO. A Ñ O V I G F SIMOPRIMERO. N 6.908) S) B I i I MADRID. E N E L CASINO JURADO Y TIRADORES QUE TOMARON PARTE EN LOS ASALTOS PARA SELECCIONAR EL EQUIPO ESPAÑOL OUE HA DI- CONCUIUÍlU AL TORNEO INTERNACIONAL DE ESGRIMA DE NIZA. (F Q T O D U O U E) ii TMTM I lili mil i miii INI, mi, i, ii, ni, ii, ii, ii, i, iim; mim; o.i mmiu; EL LÁTIGO YLA LIBREA Los tiempos marchan tan aprisa, que un carruaje de hijo tirado por caballos nos resulta ya un fenómeno un poco chocante. Una generación lia sido suficiente para desterrar casi al mundo de la arqueología aquella muchedumbre de coches en los que pascaban sus elegancias las personas de gustON distinguidos. El automóvil, máquina democrática, ha impuesto la uniformidad de Ja carrera vertiginosa y detonante a base de mal olor y grotescas salpicaduras. De pronto, en la calle martirizada por los automóviles, venios pasar uno de esos carruajes de lujo que suponíamos desaparecidos del todo. ¿Cómo se llama? Tal vez cahriolct, acaso biiggy o qtiizá carrik... A la mirada de los transeúntes aparece sim lemente como una cosa extraña, sin nombre j- reciso. Un señor de alguna edad y porte atildado lo guía. En el asiento de atrás se mantiene rígido un criado de librea. Se detiene el coche. El dueño, sin abandonar el látigo, emite desde el pescante una orden al fcrvidor. El serv dor salta a la acera y se dirige a un comercio frontero. ¿No e 5 bien senc llo todo esto? Lo era, c crtamcnte, hace veinte años. Descontados I EL NUEVO GOBERNADOR CIVIL D E M A- I D R I D D. lAlANUEL SEMPRUN Y POMIíO i (F O T O SKOt; LER) I i i i i i i i iu 5 los que son muy jóvenes, todos nosotros nos hejnos educado en la contemplación habitual de escenas parecidas. El gesto que hacen en la calle ese cochecito, ese señor de látigo y pescante y ese lacayo de librea produce, sin embargo, un movimiento de sorpresa en los transeúntes. Es ya un gesto tan raro, que induce a algunos a detenerse y a observar con la delectación gratuita que inspira lo inusitado. Pero hav más. Ese gesto en la calle ha hecho que un hombre con tipo de albañil contraiga los labios V frunza los ojos con el aire manifiesto del que está protestando en su interior y quisiera decir a alguien su protesta. En vez de hacerme cargo de la protesta del presunto albañil, yo me alejo por la calle abajo considerando que ese hombre, si reflexionase un poco, más que para la indignación encontraría motivo para el regocijo. Como hombre de la plebe, ese hombre está vengado. Todo lo que había de superioridad y de inaccesible en ese gesto que ha pronunciado el señor del carrik en la calle es cosa muerta. Ha desaparecido. El adernán moderno del rico suena y huele a maquinaria. Y la maquinaria, al fin producto inmediato que el obrero crea y manosea, es la cosa que más cercana está de la plebe. Si. Entre la plebe y la nobleza hay cada vez menos distancia, sin duda porque hay