CULTURAL MADRID 11-06-2005 página 55
- EdiciónCULTURAL, MADRID
- Página55
- Fecha de publicación11/06/2005
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MODULACIONES EDUARDO HOJMAN La desnudez EL GRUPO DE MÚSICA JUDÍA BRAVE OLD WORLD (JUNTO A ESTAS LÍNEAS) TRAE A NUESTROS DÍAS LA VIDA COTIDIANA EN EL GUETO. A LA IZQUIERDA, EN LODZ (POLONIA) LOS JUDÍOS ESPERAN TURNO A LA PUERTA DE LAS COCINAS la grabación, hace ya treinta años, de The Köln Concert, el Desdede Keith Jarrett siempre se nombre ha asociado a la tradición del piano solo en el jazz. Tradición, por otra parte, que tiene una larga y prestigiosa estirpe, presente en todas las épocas, escuelas y estilos del jazz. Desde los sonidos juguetones y stride de Fats Waller o el virtuosismo asombroso y funambulesco de Art Tatum en plena fitzgeraldiana era del jazz hasta las charlas especulares de Bill Evans sobregrabándose a sí mismo en Conversations With Myself, pasando por el swing intenso de Oscar Peterson y el tácito y discreto de Ahmad Jamal, el piano ha sido el instrumento más adecuado para las mejores expresiones en solitario. Las razones se antojan obvias: con sus ochenta y ocho teclas y su cómodo encabalgamiento entre la percusión, la armonía y la melodía, el piano es una orquesta en miniatura, la definición misma de polifonía. Autosuficiente y generoso, el piano en el jazz suele encabezar la sección rítmica o bien ser el principal instrumento melódico, y no es casualidad que directores de big bands como Duke Ellington o Count Basie fueran, también, consumados pianistas. La innovación de Jarrett en esa tradición es la desnudez con la que encara cada uno de esos conciertos, convertidos en exploraciones volátiles, llenas de puntos de fuga, ataques percusivos y bellísimos ramalazos melódicos. Escuchar un disco de Jarrett equivale a ser testigo privilegiado de la ascensión de una montaña, una geografía con tantas promesas como peligros. Discos como Dark Intervals, Paris Concert y los descomunales seis CD de Sun Bear Concerts son puntos sombríos de ese recorrido, mientras que The Melody, At Night, With You, un disco de filigranas cristalinas y minimalistas que Jarrett grabó justo cuando estaba saliendo de la intrigante y grave fatiga crónica, es una celebración pura de la luz. Esa búsqueda, iniciada en 1971 con el excelente Facing You y cuyo punto más alto tal vez nunca deje de ser el legendario Köln Concert, se completa ahora con el flamante Radiance, un CD doble grabado en 2002 en sendos conciertos de Osaka y Tokio. Aquí Jarrett encara un recorrido que recuerda mucho su obra previa en solitario pero que, al mismo tiempo, es distinto; las influencias de la música clásica siguen presentes, pero en Radiance la atmósfera es oscura, torturada y obsesiva, cargada de expresiones percusivas y la melodía, como el esplendor al que hace referencia el título, aparece con un brillo esquivo y difícil, como una piedra preciosa. s CHRISTOPH GIESE LO MÁS SORPRENDENTE EN LAS CANCIONES DEL GUETO DE LODZ ES LA AUSENCIA DE TONOS LASTIMEROS. ES COMO SI SUS AUTORES HUBIESEN VERTIDO EN ELLAS UN DESEO DE NORMALIDAD QUE LA REALIDAD DE LOS TIEMPOS LES NEGABA dor Cada uno quiere arrancar todo lo que pueda para conseguir lo suficiente para comer dice el texto de Si z kaydankes, kaytn, una canción que hubiera entusiasmado a Kurt Weill por su talante distanciado y despojado de sentimentalismo. UN CLIMA ALEGRE. El gueto de Lodz tuvo a su rapsoda en el cantante Yankele Herszkowiczs, que actuaba por las calles acompañado de un violín (hasta que los nazis confiscaron todos los instrumentos musicales en posesión de los judíos) Su canción más conocida todos los supervivientes la recuerdan es Rumkovski Khayim, una sátira llena de dobles sentidos contra el consejero judío del gueto, Chaim Rumkovsky. Uno de los elementos más sorprendentes en las canciones del gueto de Lodz es la ausencia de tonos lastimeros. Los acentos del klezmer establecen un clima general en muchos casos alegre. Como en Es geyt a yeke, con su ligero ritmo de marcha impregnado de ternura e ironía, que Old Brave World combina con un motivo de la Novena de Beethoven. Otro aspecto típico de la música klezmer los continuos cambios de tempo otorga a las canciones un rasgo inolvidable. En Geto, getunya (Gueto, guetito) o Si z kaydankes, kaytn, la alternancia de aceleraciones y desaceleraciones produce una perpetua oscilación entre arrebato vital y desánimo, esperanza y resignación. Aunque al final siempre prevalece, a pesar de todo, la vida. Para evadirse de la realidad infernal del campo de concentración, el protagonista de la novela de Imre Kertész Sin destino, decidía refugiarse en la imaginación: Es un hecho demostrado que nuestra imaginación permanece libre incluso en condiciones de privación de libertad... Mientras mis manos estaban ocupadas con las pala y el pico... yo lograba escapar de allí Sin embargo, en lugar de imaginar países lejanos y fabulosos, su mente se iba a un día cualquiera de su vida en Budapest: los madrugones, el colegio, las comidas... También en el caso de las canciones del gueto de Lodz, es como si sus habitantes hubiesen vertido en ellas un deseo de normalidad que la realidad de los tiempos se empeñaba en negarles. En un mundo dominado por la locura, la música se ha convertido en el único espacio en que la normalidad es aún posible. Hay un detalle enternecedor al comienzo del disco: la grabación, realizada en 1985, de uno de los supervivientes, Ya akov Rotenberg, cantando Rumkovski Khayim. Un poco más adelante se le superpone un violín tocando la misma melodía hasta que la voz se esfuma y sólo queda el instrumento. Es como si la canción consumara una nueva metamorfosis, como si se despegara de los cuerpos de aquéllos que le dieron vida y se escapara con su fardo de memorias hacia nuestros días para cobrar nueva vida, ser recogida por nuevas manos y nuevos oídos y emprender nuevos caminos. PARCELAS DE EXISTENCIA. La canción representa una parcela de existencia no sólo de quien la escribió sino también de quienes la cantan y la transmiten a otras personas o a otras épocas. Miriam Harel, otra superviviente del gueto (tenía catorce años cuando ingresó allí) les dijo un día a los componentes de Brave Old World: Cantad mis canciones y disfrutad con ellas Como alguien que concede la deseada libertad a un pájaro, Harel se desprendía así de su canción. Su lema último, más allá del cautiverio, la pesadilla y el sufrimiento, es precisamente el disfrute. Nada más que deseo de disfrutar de la vida y experimentar la normalidad de ser hombres. s ces ilustres, las de Lodz constituyen una auténtica creación popular: música nacida en las calles, las aceras, los patios, cosida y mascada por klezmorin (músicos judíos itinerantes que solían actuar en bodas y ceremonias festivas) y personas comunes que buscaban en la canción un medio para expresar sus sentimientos y, en última instancia, sobrevivir. Son grilletes y cadenas Son realmente buenos tiempos Nadie tiene ningún pu- ABCD 55