ABC MADRID 22-02-2004 página 66
- EdiciónABC, MADRID
- Página66
- Fecha de publicación22/02/2004
- ID0004872449
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66 Cultura DOMINGO 22 2 2004 ABC José María Aznar inauguró ayer la restauración del Convento de Santo Domingo de Cartagena de Indias, el mayor centro de formación de la cooperación española en Iberoamérica Un milagro llamado Santo Domingo TEXTO: ALEJANDRA VENGOECHEA ENVIADA ESPECIAL CARTAGENA DE INDIAS (COLOMBIA) Hasta hace tres años, era el monumento al olvido. Los habitantes de Cartagena, el más popular balneario y puerto del caribe colombiano, no se atrevían a poner un pie en el legendario Claustro de Santo Domingo, por temor a que les cayera de repente una viga de madera carcomida. Todo eran ruinas. Sólo había polvo. Ni siquiera los mendigos, que son muchos en esta ciudad turística, se atrevían a pasar las noches entre las cuatro paredes de lo que antaño fue el espacio de retiro espiritual de los padres dominicos, primeros habitantes de un claustro que empezó a ser construido a finales del siglo XVI y que luego alojó a las tropas de la colonia española e incluso fue blanco del corsario Francis Drake, quien lo atacó en 1586. Nada se podía usar. Tuvimos que rehacerlo de nuevo durante los dos años que trabajamos en él. Su ruinosa apariencia y falta de uso lo habían sacado del corazón de los cartageneros le contó a este diario Alberto Samudio, arquitecto colombiano que, junto al español Luis Villanueva Cerezo, el director del proyecto de restauración del claustro, y que vive en Cartagena hace 12 años, logró mezclar la magia del pasado y la funcionalidad de lo moderno. Recorrer sus pasillos pintados de amarillo oscuro colonial, revestidos en sus techos con relucientes vigas de madera, con amplias bóvedas y dos centenarios almendros en su plazoleta interior, sobrecoge hasta al más incrédulo. Esos 9.000 metros cuadrados son, desde ayer, la nueva sede del Centro de Formación de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) que invirtió 3.5 millones de euros para rescatar de la memoria un lugar que ahora cuenta con una biblioteca, un restaurante y varias salas que servirán para eventos académicos y exposiciones varias. La primera de ellas se abrió ya ayer. Se trata de una retrospectiva de las esculturas del español Xavier Mascaró. Aunque la AECI cuenta con dos centros de formación en Iberoamérica- -uno en Bolivia y otro en Guatemala- éste es el edificio más significativo que tenemos. Desde 1993, cuando iniciamos actividades en Cartagena, el centro da un promedio de 80 cursos y seminarios anuales, en temas relacionados con la reforma y la modernización del Estado, el desarrollo económi- El Convento de Santo Domingo, a medio restaurar co y social y los procesos de integración, comunicación e información. Nos quedamos pequeños y por eso nos mudamos al claustro. España invierte 30 millones de euros anuales en cooperación le explicó a ABC Vicente Sellés, coordinador general de la Cooperación Española en Colombia. Esta obra, sin embargo, fue titánica. Cuando en 1999 el Gobierno español acordó con la Arquidiócesis de Cartagena encargarse de la recuperación total a cambio de que los religiosos le cedieran sus instalaciones durante 28 años, un equipo de historiadores, ar- ABC queólogos, diseñadores, ingenieros colombianos y un ejército de 300 obreros empezaron en el 2001 varias excavaciones que arrojaron más de un testimonio histórico. En uno de los corredores, por ejemplo, los arqueólogos que cavaban el piso encontraron enterramientos masivos de niños, al parecer consecuencia de alguna de las muchas epidemias que azotaron la ciudad amurallada durante y después de la Conquista. Pero también aparecieron vasijas en barro, piezas de porcelana fruto del comercio entre Europa y Colombia, un arcabuz, una pipa y una bala. UN VELÁZQUEZ ÍNTIMO ALFONSO E. PÉREZ SÁNCHEZ EX DIRECTOR DEL MUSEO DEL PRADO l artículo publicado el día de ayer por Jonathan Brown merece unas observaciones, pues el señor Brown, quizás obsesionado por su autoconvicción de ser el único poseedor del secreto de Velázquez, se permite análisis absolutamente personales que, es seguro, no pueden ser compartidos por otros que parten de premisas inexplicablemente ignoradas por él. La cuestión de si el cuadro mencionado en los sucesivos inventarios del Marqués del Carpio y de Heliche es el mismo o son dos diversos es de relativa importancia, pues ése es indudablemente el registrado en Nápoles, como acreditan el número de inventario, descripción y las dimensiones inalteradas desde 1677 (no 1667) hasta ahora. Si el cuadro salió y volvió a Madrid o no, es cuestión secundaria, y el argumento de que por ser tema humilde es inacabado y sin atribución no sería elegido para volver a España desde Nápoles, pierde fuerza pensando que el escribano podía ignorar la atribución, pero no los herederos, venerando el nombre de Velázquez. E Lo fundamental en éste, como en otros casos, es lo que dice el cuadro mismo. Y es al analizarlo cuando el señor Brown comete un error imperdonable, al establecer un paralelo con una pintura de carácter absolutamente distinto. El llamado Barbero del Papa es un retrato en cierto modo oficial La identificación es problemática, y se basa nada más que en una suposición imprecisa mencionada por Palomino, pero es evidente que se trata de un clérigo influyente, próximo al Pontífice, y que Velázquez quiere dar en él una prueba acabada de su arte. En él se encuentra forzado a precisar, con su soberbia maestría desde luego, todo lo que el retratado podría reclamar en su retrato. Los retratos de personas públicas que Velázquez está acostumbrado a hacer tienen cierto tipo de exigencias, que se ve obligado a cumplir, permitiéndose libertades de técnica, pero respetando siempre lo que constituye en el siglo XVII, lo esencial del retrato que, según Pacheco, era el parecido a su original, y la fuerza, relieve y colorido En la Gallega Velázquez se siente libre. No es un retrato pues en su tiempo no se retrata a sirvientes, sino a personas de cierto peso social. Es un prodigioso apunte de realidad, un estudio de luz y un delicadísimo testimonio de su sensibilidad ante un ser que no reclama presencia pues su calidad de sirviente no puede aspirar a un retrato formal pero que se presenta ante él con una belleza delicada y resignada, una muestra de que su proverbial flema era capaz de recoger un instante de vida con su pincel. Hay que ser muy ciego para no advertir en los ojos de la gallega todo el poso de melancólica servidumbre, y pretender compararlo con los del llamado Barbero rebosantes de inteligente astucia malévola. La frágil y desvalida imagen que nos sabe transmitir con suprema facilidad e inmediatez que, en su tiempo, nadie sabía lograr sino Velázquez, le hace más próximo al nuestro, y eso quizás es lo que sorprende a quien sólo ve en Velázquez al cortesano genial. El lienzo de la Gallega no está inacabado, pues no hay que ver en él una fase previa de un lienzo con voluntad de cuadro. Es una rapidísima impresión de algo que le ha emocionado y provocado, por sus valores plásticos y emocionales inmediatos. La pincelada que sugiere el volumen del traje que no está no es el vacilante tanteo con que se prepara el sucesivo trabajo, sino unos rotundos y ge- niales toques que dotan de cuerpo y volumen para que lo que de verdad le importa, la cabeza luminosa, impregnada de vida resignada, no flote en el vacío. No advertir en ella la huella del pincel sobrio y sensible de Velázquez, liberado de todas las servidumbres de pintor de Corte, es ceguera imperdonable. Y otras observaciones de carácter técnico son igualmente pruebas de una evidente ceguera. No hay pinceladas flotantes sino toques de luz de sobria intensidad para dar relieve a lo que se nos presenta en un instante detenido, como si estuviera la muchacha sorprendida en un movimiento y el artista la hubiese representado cuando aún hay algo impreciso en su imagen. Y en el fondo, que se dice de un negro uniforme no se advierte la sutilísima gradación del tono pardo oscuro, desde el refuerzo casi negro que bordea la silueta por la izquierda hasta el ligeramente más claro por la derecha. Además, tratándose de un estudio sin destino público, es lógico que se desentienda del fondo. Pero lo que queda claro para todos los que saben mirar el lienzo con los ojos limpios es que se trata de una obra de belleza extraordinaria que, salvando todas las diferencias que suponen la distinta intención y propósito, encuentra su más perfecto encuadre entre las obras del Velázquez maduro.