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La triste historia de una icónica portada de ABC tras la Guerra Civil: su dolor fue el dolor de todos

La actriz Alodia Domínguez desvela a quién llevaron flores los ancianos que ocuparon en dos ocasiones la primera plana de este periódico

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Un anciano matrimonio captó el interés del fotógrafo Miguel Marín Chivite en el cementerio de Torrero (Zaragoza) aquel día de Todos los Santos de 1939. La pareja había depositado sobre la tumba de un hijo unas humildes siemprevivas, pues así permanecía su recuerdo para ellos, siempre vivo. Vestían de un luto que ya era como una segunda piel. El paño negro que cubría la cabeza de ella apenas dejaba asomar unas peinadas canas. A él ya se le habían caído muchas. Solo tras la oreja, algunas se resistían a encerrarse en su boina. El sol de aquella mañana ondeaba en las arrugas de su frente, resaltando los surcos que abrieron los años y el duro trabajo. De rodillas ante la fosa, con los brazos cruzados o agarrándose las manos, los dos callaban, reconcentrados en sus rezos o en sus pensamientos.

Tanto, que cuando el fotógrafo les pidió permiso para retratarlos, asintieron sin prestarle atención. Solo pensaban en aquel hijo que luchó en la Guerra Civil y nunca volvió.

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'El Heraldo de Aragón' publicó al día siguiente su fotografía, en su 'Estampa del día', pero fue ABC quien convirtió su «dolor sereno» en una imagen icónica. Publicó otra toma más cercana en su portada del 3 de noviembre de 1942, en el Día de Difuntos, y de nuevo en color el 1 de noviembre de 1959, diecisiete años después. En su pena, el periódico vio reflejarse la de tantos españoles que habían perdido algún ser querido en la contienda. Su dolor era el de todos, un dolor que persistía en el tiempo.

La actriz Alodia Domínguez Francés reconoció enseguida a sus abuelos en la última portada de ABC de 1959. Recuerda que por entonces era una adolescente y vio el periódico colgado en uno de los kioscos de la Rambla de Barcelona. «¡Son mis abuelos!», les dijo a sus amigos y fueron corriendo a su casa a pedir dinero para comprar un ejemplar. Con los años, lograría reunir las demás publicaciones en las que salieron sus abuelos en un montaje que enmarcó para regalárselo a su madre.

El joven Aurelio

«En la fotografía parecen mayores, pero por entonces mi abuelo Victoriano Francés tenía 61 años y mi abuela, Rufina Barrera, 52», subraya antes de contar la historia de su tío Aurelio Francés Barrera que, según se dijo tras la guerra, «cayó gloriosamente por Dios y por la Patria». Nacido en Gallur en el seno de una familia numerosa de labradores y pastores, no pudo ir al colegio pues tuvo que trabajar como pastor del ganado familiar. Cansado de la dura vida de los montes, a los 18 años se alistó como voluntario en el servicio militar con intención de marchar después a América a probar fortuna. Fue destinado a África, al Noveno Tabor de Regulares de Tetuán, y allí le sorprendió el alzamiento militar de 1936.

Portadas enmarcadas
Portadas enmarcadas - A.D.

A Alodia le contaron en su casa que «hubo un episodio de un soldado que se manifestó en contra del levantamiento y Franco lo hizo fusilar». Como su tío contribuyó con una colecta que hicieron para la viuda, «fue castigado a ir en primera línea de guerra y a no comunicarse con la familia».

Solo en una ocasión, su madre pudo verlo. Por noticias indirectas se enteraron de que había sido trasladado a la Península y se encontraba con su regimiento en un pueblo cercano de Zaragoza. «Mi abuela se puso en camino con un hijo de 11 años», relata Alodia. En tren, y después andando, lograron llegar hasta la localidad, de la que no recuerda su nombre. El regimiento se encontraba en una montaña. Unos soldados que bajaron en busca de agua les vieron y tras el susto inicial («casi les dan un tiro»), la mujer les contó que estaba buscando a su hijo. Los militares lo conocían y volvieron con él al día siguiente. «Se abrazaron, lloraron, y mi tío regresó al frente y mi abuela y mi otro tío a Gallur», continúa la nieta.

Nunca más volvió a verlo con vida. Según el expediente personal del soldado Aurelio Francés que consta en el Archivo General Militar de Ávila, ingresó cadáver en el Hospital Militar de Zaragoza el 21 de octubre de 1937, procedente de la estación aragonesa de Utrillas.

Adolfo Chamorro Lobo, teniente coronel médico del cuerpo de Sanidad Militar y director del primer grupo de hospitales de Zaragoza, certificó su ingreso «siendo las causas de su fallecimiento las heridas recibidas por el enemigo en acción de guerra».

Aurelio Francés
Aurelio Francés

Alodia cuenta que cuando sus abuelos se enteraron tiempo después de su muerte, «se querían tirar al tranvía». Unos meses después de terminar la guerra, cuatro compañeros de Aurelio fueron a Gallur a dar el pésame a sus padres y les explicaron cómo murió. Al parecer, según su relato, se apartó un momento a orinar tras unos arbustos y uno de los soldados de su propio regimiento -«un marroquí que vino con él de África»- apuntó hacia allí con el mortero y disparó. «Le voló la cabeza», se lamenta su sobrina, que asegura que hasta se abrió una investigación para aclarar si quien disparó tenía alguna inquina contra él y fue algún tipo de venganza.

Sobre una cómoda de la casa familiar de los Francés en Zaragoza, el joven Aurelio sonríe a sus descendientes con su uniforme militar antes de la guerra. Así lo debían de recordar sus padres cuando Marín Chivite accionó su cámara fotográfica y capturó para siempre su desconsuelo.

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