Náufragas en el siglo XIX
La escritora Emilia Pardo Bazán denunció en un breve relato publicado en «Blanco y Negro» la marginalidad de la mujer

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ERA la hora en que las grandes capitales adquieren misteriosa belleza. La jornada del trabajo y de la actividad ha concluído; los transeúntes van despacio por las calles, que el riego de la tarde ha refrescado y ya no encharca. Las luces abren sus ojos claros, pero no es aún de noche; el fresa con tonos amatista del crepúsculo envuelve en neblina sonrosada, transparente y ardorosa las perspectivas monumentales, el final de las grandes vías que el arbolado guarnece de guirnaldas verdes, pálidas al anochecer. La fragancia de las acacias en flor se derrama, sugiriendo ensueños de languidez, de ilusión deliciosa. Oprime un poco el corazón, pero lo exalta. Los coches cruzan más raudos porque los caballos agradecen el frescor de la puesta del sol.
Las mujeres que los ocupan parecen más guapas, reclinadas, tranquilas, difuminadas las facciones por la penumbra ó realzadas al entrar en el circulo de claridad de un farol, de una tienda elegante.

Las floristas pasan... Ofrecen su mercancía, y dan gratuitamente lo mejor de ella, el perfume, el color, el regalo de los sentidos.
Ante la tentación floreal, las mujeres hacen un movimiento elocuente de codicia, y si son tan pobres que no pueden contentar el capricho, de pena ... Y esto sucedió a las náufragas, perdidas en el mar madrileño, anegadas casi, con la vista alzada al cielo, con la sensación de caer al abismo ... Madre é hija llevaban un mes largo de residencia en Madrid, y vestían aún el luto del padre, que no les había dejado ni para comprarlo. Deudas, eso sí.
¿Cómo podía ser que un hombre sin vicios, tan trabajador, tan de su casa, legase ruina á los suyos? ¡Ah!'
El inteligente farmacéutico, establecido en un poblachón, se había empeñado en pagar tributo á la ciencia.
No contento con montar una botica según los últimos adelantos, la surtió de medicamentos raros y costosos: quería que nada de lo reciente faltase allí; quería estar á la última palabra ... «¡Qué sofoco si don Opropio el médico recetase alguna medicina de éstas de ahora, y no la encontrasen en mi establecimiento!
¡Y qué responsabilidad si, por no tener á mano el específico, el enfermo empeora ó se muere!»
Y vino todo el formulario alemán y francés, todo, a la humilde botica lugareña... Y fué el desastre. Ni don Opropio recetó tales primores ni los del pueblo los hubiesen comprado ... Se diría que las enfermedades guardan estrecha relación con el ambiente, y que en los lugares sólo se padecen males curables con friegas, flor de malva, sanguijuelas y bizmas. Habladle á un paleto de que se le ha "desmineralizado la sangre" ó de que se le han «endurecido las arterias», y, sobre todo, proponedle el radio, más caro que el oro y la pedrería... No puede ser; hay enfermedades de primera y de tercera, padecimientos de ricos y de pobretes... Y el boticario se murió de la más vulgar ictericia, al verse arruinado, sin que le saliesen sus remedios novísimos, dejando en la miseria á una mnjer y dos criaturas ... La botica y los medicamentos apenas saldaron los créditos pendientes, y las náufragas, en parte humilladas por el desastre y en parte soliviantadas por ideas fantásticas, con el producto de la venta de su modesto ajuar casero se trasladaron á la corte.
Los primeros días anduvieron embobadas. ¡Qué Madrid, qué magnificencia[ ¡Qué grandeza, cuánto señorío! El dinero en Madrid debe de ser muy fácil de ganar ... ¡Tanta tienda! ¡Tanto coche! ¡Tanto café! ¡Tanto teatrol ¡Tanto rumbo! Aquí nadie se morirá de hambre; aquí todo el mundo encontrará colocación ... No será cuestión sino de abrir la boca y decir: «A esto he resuelto dedicarme, sépase... A ver, tanto quiero ganar ... »
Ellas tenían su combinación muy bien arreglada, muy sencilla. La madre entraría en una casa formal, decente, de señores verdaderos. para ejercer las funciones de ama de llaves, propias de una persona seria y «de respeto»; porque eso sí, todo antes que perder la dignidad de gente nacida en pañales limpios, de familia «distinguida», de médicos y farmacéuticos, que no son gañanes ... La hija mayor se pondría también á servir, pero entendámonos; donde la trataran como corresponde á una señorita de educación, donde no corriese ningún peligro su honra, y donde hasta, si á mano viene, sus amas la mirasen como á una amiga. Y estuviesen con ella mano á mano ... ¿Quién sabe?
Si daba con buenas almas, sería una hija más ... Regularmente no la pondrían á comer con los otros sirvientes ... Comería aparte, en su mesita muy limpia ... En cuanto á la hija menor, de diez años, ¡bah! Nada mas natural; la meterían en uno de esos colegios gratuitos que hay, donde las educan muy bien y no cuestan á los padres un céntimo ... ¡Ya lo creo! Todo esto lo traían discurrido desde el punto en que emprendieron el viaje á la corte ...
Sintieron gran sorpresa al notar que las cosas no iban tan rodadas ... No sólo no iban rodadas, sino que ¡ay! parecían embrollarse, embrollarse pícaramente ...
Al principio, dos ó tres amigos del padre prometieron ocuparse, recomendar ... Al recordarles el ofrecimiento, respondieron con moratorias, con vagas palabras alarmantes ... «Es muy difícil. .. Es el demonio ... No se encuentran casas á propósito ... Lo de esos colegios anda muy buscado ... No hay ni trabajo para fuera ... Todo está malo ... Madrid se ha puesto imposible ... »
Aquellos amigos -aquellos conocidos indiferentes- tenían, naturalmente, sus asuntos, que les importaban sobre los ajenos ... Y después ¡vaya usted á colocar á tres hembras que quieren acomodo bueno, amos formales, piñones mondados! Dos lugareñas, que no saben de la misa la media ... que no han servido nunca ... Muy honradas, sí. .. pero con tanta honradez, ¿qué? Vale más tener gracia, saber desenredarse ...
Uno de los amigos preguntó á la mamá, al descuido:
-¿No sabe la niña alguna cancioncilla? ¿No baila?
¿No toca la guitarra?
Y como la madre se escandalizase, advirtió:
-No se asuste, doña María ... A veces, en los pueblos, las muchachas aprenden de estas cosas ... Los barberos son profesores ... Conocí yo uno ...

Transcurrida otra semana, el mismo amigo -droguero por más señas- vino á ver á las dos ya atribuladas mujeres en su trasconejada casa de huéspedes, donde empezaban á atrasarse lamentablemente en el pago de la fementida cama y del cocido chirle ... Y previos bastantes circunloquios, les dió la noticia de que había una colocación. Si, lo que se dice una colocación para la muchacha.
-No crean ustedes que es de despreciar, al contrario ... Muy buena ... Muchas propinas. Tal vez un duro diario de propinas ó más ... Si la niña se esmera ... más, de fijo. Únicamente ... no sé ... no sé si ustedes ... Tal vez prefiriesen otra clase de servicio. ¿eh? Lo que ocurre es que ese otro ... no se encuentra. En las casas dicen: «Queremos una chica ya fogueada. No nos gusta domar potros». Y aquí puede foguearse ... Puede ...
-¿Y qué colocación es esa?-preguntaron con igual afán madre é hija.
-Es ... es ... frente á mi establecimiento ... En la cervecería. Un servicio que apenas es servicio. Todo lo hacen mujeres. Allí vería yo á la niña con frecuencia, porque voy por las tardes á entretener un rato. Hay música, hay canto ... Es precioso.
Las náufragas se miraron ... Casi comprendían.
-.Muchas gracias ... Mi niña ... no sirve para eso, protestó el burgués recato de la madre.
-No, no, cualquier cosa, pero eso no- declaró á su vez la muchacha, encendida.
Y corrió tiempo. Las náufragas salieron á la calle á la hora deliciosa del anochecer. Llevaban los ojos como puños. Madrid les parecía -con su lujo, con su radiante alegría de primavera- un desierto cruel, una soledad donde las fieras rondan. Tropezarse con la florista animó por un instante el rostro enflaquecido de la joven lugareña.
-Mamá, ¡rosas!- exclamó en un impulso infantil.
-¡Tuviéramos pan para tu hermanita!-sollozó casi la madre.
Y callaron ... Pasaban por delante de la droguería
-Vamos á ver ... Si nos vuelve á hablar de la colocación ... - balbució la hija, empujando á la madre, que bajó los ojos. Y, con un gesto doloroso, añadió:
-En todas partes se puede ser buena ...
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