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La «mujer de la cámara de gas» que escapó milagrosamente de la muerte

La polaca Sofía Litwinska relató en el juicio de Bergen-Belsen cómo fue rescatada en el último instante

Un grupo de prisioneras a las que se acaba de rapar se dirige al campo de mujeres vigilado por un SS+ info
Un grupo de prisioneras a las que se acaba de rapar se dirige al campo de mujeres vigilado por un SS
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«Este asesino es el responsable de la muerte de innumerables personas», dijo Sofía Litwinska señalando al miembro de las SS Franz Hoessler antes de desplomarse en el suelo ante el Tribunal británico que juzgaba en 1945 al personal nazi que dirigió el campo de concentración de Bergen-Belsen en la Segunda Guerra Mundial.

Esta joven judía, viuda de un oficial polaco, tenía solo 29 años cuando compareció en el juicio como testigo de cargo, pero aparentaba ser mucho más vieja. Los padecimientos que había sufrido en el campo de concentración de Auschwitz habían dejado en ella una profunda huella. Aunque esta polaca, afortunadamente, había conseguido vivir para contarlo. Se la conocía como «la mujer de la cámara de gas», porque había escapado casi milagrosamente de la muerte tras haber entrado como tantas víctimas en una de aquellos recintos de ejecución.

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Cuando se repuso del desmayo de la impresión que le había causado ver en el banquillo a los acusados, Litwinska relató al tribunal esta singular experiencia en la que tuvo un papel protagonista uno de los procesados en el juicio. Hoessler había supervisado las operaciones de gaseamiento de mujeres en Auschwitz-Birkenau antes de trasladarse al de Bergen-Belsen, donde fusiló personalmente a prisioneros hasta que el campo de concentración fue liberado y él, arrestado en abril de 1945.

Litwinska contó que había sido detenida en Lublin (Polonia) el 19 de mayo de 1940 por ser judía y se le trasladó a Auschwitz a principios del otoño de 1941 junto con su marido, un teniente del Ejército polaco, que no era judío y que murió en el campo de concentración. «Todos nosotros hemos muerto en Auschwitz», afirmó la mujer con tristeza al recordarlo.

Ella llegó al campo de concentración con un grupo de unos mil o 1.500 hombres y mujeres y se les hizo desfilar hasta los barracones, donde les despojaron de todos sus objetos personales. A continuación les llevaron a golpes a las duchas, donde les dejaron desnudos todo un día antes de trasladarlos al bloque de alojamientos. A las mujeres les dieron una falda sucia y una blusa y les tatuaron un número en los brazos.

«El día de Nochebuena de 1941 me rompí una pierna a consecuencia de una caída, cuando transportaba una pesada caja de víveres. Me enviaron al hospital. Durante mi estancia allí más de 3.000 mujeres fueron reconocidas por los médicos y guardianes nazis y muchas de ellas "seleccionadas" para las cámaras de gas», relató al tribunal.

«¿Podría usted decir quién era el que hacía las "selecciones"?», le preguntó el fiscal y la testigo señaló sin dudar a Hoessler, antes de prorrumpir en sollozos.

Para la «selección», se ordenaba a las mujeres que se levantaran de sus lechos desnudas y pasaran por delante de Hoessler y de dos médicos. «Las que no podían andar eran apartadas inmediatamente. También mandaban a las cámaras de gas a las feas o demasiado flacas», continuó Litwinska.

Salvada de la cámara de gas

En una de aquellas revistas, ella fue «seleccionada» por no poder andar. Al día siguiente, todavía desnudas, fueron llevadas en camiones al lugar de ejecución. «Me hicieron entrar en una sala como de duchas, en la que se veían toallas colgando e incluso espejos. Estaba tan horrorizada que no tenía idea del número de personas que había allí. Se oían gritos y llantos. Se llamaban unos a otros y, enloquecidos, todos se golpeaban. Había gente de todas condiciones: sanos y fuertes, débiles y enfermos», describió.

El fiscal le preguntó entonces si estaban cerradas las puertas de aquella sala, a lo que ella respondió que no lo sabía. «Nunca pensé que tendría que hablar de ello ante un Tribunal», se excusó.

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Tras una breve pausa, Litwinska continuó contando que empezó a toser y empezaron a caerle lágrimas de los ojos mientras le angustiaba una sensación de asfixia. No se dio cuenta de lo que le pasaba al resto, estaba concentrada en sí misma. «Lo que recuerdo después es que oí pronunciar mi nombre. No tuve fuerzas para responder. Levanté solamente el brazo y entonces noté que alguien me cogía por él y me sacaba de allí».

Según su testimonio, fuera del pabellón le esperaba Hoesller con una motocicleta. «Me montó en ella, me envolvió en una manta y me llevó al hospital, donde permanecí seis semanas». No sanó del todo. «Los efectos del gas fueron tales que todavía me duele con frecuencia la cabeza y padezco del corazón. Además, cada vez que salgo al aire libre se me llenan los ojos de lágrimas», afirmó.

«Algo inexplicable»

Litwinska aún no se podía explicar por qué fue sacada de la cámara de gas. «Supongo que porque procedía de una prisión y porque mi marido era oficial polaco, pero no estoy muy segura. En realidad, me parece algo inexplicable y casi imposible», admitió a preguntas del fiscal.

No podía precisar cuánto tiempo permaneció dentro de la cámara de gas. «Creo que uno o dos minutos», afirmó.

En otoño de 1944, fue trasladada al campo de concentración de Belsen, donde la destinaron a la limpieza de las letrinas y la golpeaban con porras de goma, como al resto de prisioneros. Litwinska acusó de aquellos malos tratos sin vacilar a algunos de los acusados, como Ada Bimko, José Kramer, Haessler o Peter Weingartner y acusó a una de las procesadas, a Ilsa Forster, de haber matado a golpes a una chica de 17 años. «Maltrataban a la gente hasta la muerte todos los días. Era la norma corriente, la costumbre, y lo hacían con la misma naturalidad que si fuera la cosa más sencilla y corriente del mundo», exclamó.

Y ante la insistencia de dos abogados defensores de que su declaración era exagerada, Sofía Litwinska se dirigió al tribunal y gritó: «Únicamente quien no tenga la menor idea de Auschwitz y de Belsen es capaz de decir eso. Lo que yo he visto y lo que yo he contado podrían contarlo millares de personas que lo vieron. Igualmente».

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Otros testigos corroboraron el testimonio de Litwinska, sobre todo en lo relativo a las «selecciones» para las cámaras de gas, pero Hoessler negó el episodio de su salvación, como negó las declaraciones de otros testigos. «Tampoco es cierto. Fue otra mujer, que trabajaba en la casa de baños. Iba en un camión y la saqué de allí», aseguró el acusado, que se presentó como «salvador de los prisioneros judíos». Según Hoessler, no era posible que ella hubiera sido «seleccionada» porque no estaba «lo suficientemente enferma».

«Luego usted intervenía en las "selecciones"», señaló el fiscal.

-«Ya he dicho antes que no», replicó el procesado.

Hoessler fue condenado a muerte por crímenes contra la humanidad y ahorcado el 13 de diciembre de 1945 en la prisión alemana de Hamelin, como el resto de los acusados en el proceso de Belsen.

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