La matanza de San Valentín, el sangriento regalo de enamorados que puso a Al Capone en la picota
En el Chicago de los años veinte, las bandas salían a la caza de sus competidores con la metralleta en la mano sin preocuparse de quién los viera o los dejara de ver
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El año 1929 no solo fue el del crac de la bolsa, sino también en el que EE.UU. tomó conciencia del problema que suponía el crimen organizado para sus ciudades. El día de San Valentín de ese año, siete miembros de una banda mafiosa a plena luz del día y en el centro de Chicago, que era entonces una de las cinco mayores ciudades del mundo, fueron llevados a la pared blanca de un taller de coches para ser fusilados como si aquello fuera el epicentro de una guerra armada. Los asesinos se hundieron luego en el silencio y el secreto sin que nunca se haya podido encontrar a los responsables.
En el Chicago de los años veinte, las bandas salían a la caza de sus competidores con la metralleta en la mano sin preocuparse de quién los viera o los dejara de ver.
Una suerte de intocables, pero del bando de los malos. En un reportaje publicado en Blanco y negro el 8 de abril de 1967, se estimaba en «un millar de asesinados en la ciudad de los lagos desde que comenzó, en tiempos de la Ley Seca, la persecución a tiros entre bandas enemigas».
La famosa Ley Seca, que prohibía la venta de bebidas alcohólicas, dio un gran empujón a los negocios ilegales que, con miles de inmigrantes europeos recién llegados al nuevo continente, contaba con un caldo de cultivo del tamaño de un lago. El contrabando de alcohol llenó de bebida los gaznates de la gente y de sangre las calles del país. La cumbre de la rivalidad entre grupos mafiosos se suele ubicar en ese día de San Valentín, cuando las dos grandes casas que controlaban los negocios ilegales en Chicago, el clan fundado por John Torrio (en ese momento en manos de Al Capone) y el de Dion O´Banion (en manos de Bugs Moran tras la muerte del capo irlandés), resolvieron sus tensiones de la forma más brutal. Moran surtía de licor la zona norte de Chicago y la banda de Al Capone lo hacía en el sur. En el centro, lo que dominaba era la sangre.
El crimen más atroz
A las 10.25 de ese día de San Valentín, los hombres de Bugs Moran impecablemente vestidos con traje y corbata llegaron a un almacén situado en el 2122 de la calle North Clark para recoger un cargamento de alcohol. Una patrulla de policías se presentaron en el local deteniendo y golpeando con las culatas de sus armas a los contrabandistas. A continuación, los condujeron a una pared cercana para terminar el trabajo.
![Al Capone, uno de los mas Importantes Gansters de Chicago en 1920.](https://s3.abcstatics.com/media/archivo/2023/02/14/12218549-t6w--620x856[1]-kmoB--510x349@abc.jpg)
En cuestión de cinco minutos se produjo la matanza, los tres individuos que iban vestidos de policías y dos acompañantes masacraron a los siete miembros de la facción irlandesa. Los fusilados fueron James Clark (cuñado y mano derecha de Moran), Adam Heyer, John May, A. Weinshank, los hermanos Robert Schwimmer y Peter y Frank Gusenberg. Este último fue el único que no murió en el acto y alcanzó a musitar en el hospital: «It was the cops» («Fueron los policías»). El propio Moran se salvó por muy poco tras esconderse en una cafetería cercana.
El crimen fue ampliamente fotografiado y ocupó la primera página de los grandes periódicos de la ciudad. Muy pronto todos los dedos señalaron hacia Alphonse Gabriel Capone, apodado ‘Scarface’, que era ya una celebridad en la ciudad y del que se conocían bien sus métodos sanguinarios. Era el primer gánster famoso en los Estados Unidos, que daba entrevistas y posaba para fotos como un ciudadano ejemplar, mientras fuera de los focos gestionaba un imperio conformado por el negocio de las apuestas, prostitución, venta ilegal de licores, narcotrafico y robo. Él, sin embargo, argumentó en su defensa que ese día estaba Florida, a 2000 kilómetros del crimen, atendiendo problemas de salud.
Un argumento vano a ojos de las fuerzas policiales, que buscaban urgentemente a una cara visible para aplacar los gritos de indignación de una nación que ni le gustaba las consecuencias de la Ley Seca ni tampoco la envergadura del crimen organizado. El recién electo presidente Herbert Hoover dio orden de guerrear por todas las vías posibles a los contrabandistas. Solo un mes después del asesinato, afirmó en la Casa Blanca delante de un grupo de patricios de Chicago «me cuentan que Chicago está en manos de los gángsters. Que la Policía y los magistrados estaban bajo su control. Que el gobernador del estado era inútil y que solo a través del gobierno federal podría la ciudad recuperar la capacidad de autogobernarse». J. Edgar Hoover, fundador del FBI, tomó buena nota del mensaje.
La Policía de Chicago hostigó a Al Capone con arrestos menores –uno por no acudir a una citación judicial, otro por llevar armas escondidas– el tiempo suficiente para construir un caso fiscal. En 1931, el mafioso más popular de su tiempo fue declarado culpable de evadir impuestos y sentenciado a 11 años de prisión. La irregularidades del proceso y la arbitraria decisión de enviarle a Alcatraz, en agosto de 1934, a pesar de que su condena no incluía delitos de sangre, enturbiaron un juicio que los ciudadanos honrados de Chicago aplaudieron como una gran victoria.
Estando en Alcatraz, Al Capone empezó a mostrar avanzados signos de demencia a causa de la sífilis, que los médicos de la penitenciaría no supieron tratar correctamente. Pasó gran parte de sus últimos años de reclusión en el hospital de la prisión y finalmente fue liberado el 16 de noviembre de 1939.
![La ciudad de Chicago completamente iluminada por el reflector Lindbergh.](https://s3.abcstatics.com/media/archivo/2023/02/14/46066112-kmoB--510x349@abc.jpg)
Lo más curioso, o aterrador de todo ello, es que el crimen que probablemente precipitó toda esta persecución y por el que hoy más se le recuerda nunca ha podido conectarse con Al Capone. La única prueba que conecta al italoamericano con la Matanza de San Valentín es que hubo ametralladoras y contrabandistas de licor involucrados en las calles de Chicago. Esa misma noche fue detenido un colaborador suyo en la otra punta de Chicago con un arsenal de armas, pero poco más y poco menos.
Investigaciones recientes, como la de Jonathan Eig, han relacionado la matanza con la venganza de unos agentes por la muerte del hijo de un agente de la Policía a manos de los hermanos Gusenberg. Los hombres que dispararon vestidos de policía serían, por tanto, realmente agentes enemistados con uno de los gánster. Otra línea de investigación pone el foco sobre una banda de Detroit llamada Purple Gang, la cual podría haber cometido los crímenes en represalia por el robo de un camión cargado de whisky.
El hartazgo social, los prejuicios contra los italianos y, sobre todo, el afán de protagonismo de Al Capone le convirtieron en el chivo expiatorio perfecto. Pagó por las consecuencias de un crimen que no había cometido (sí había cometido muchos otros), pero a cambio pasó a la posteridad como un icono. La masacre fue utilizada como marco cómico de 'Con faldas y a lo loco', cinta en la que los protagonistas, interpretados por Tony Curtis y Jack Lemon, huyen vestidos de mujeres tras presenciar la masacre, del mismo modo que Howard Hawks incluyó el incidente en su versión de Al Capone de 'Scarface', la película de 1932.