En el laboratorio de los Benedito, la saga de taxidermistas más famosa de España
José María y Luis Benedito Vives dieron «vida» a muchos iconos del Museo de Ciencias Naturales de Madrid

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El Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid tenía una enorme sala al entrar en la que cientos de animales disecados –miles se le antojaban a los niños- recibían al visitante. Un enorme elefante, un toro de Miura, un león, un tigre, cientos de aves. Era un espectáculo inolvidable para todos los que tuvimos la suerte de verlo. Había dioramas dedicados al lince ibérico, a los patos, al águila imperial, etc., en los que se recreaban los hábitats naturales de los animales. Era inquietante el realismo del agua, de las orillas de los ríos o de la sangre del pobre conejo atrapado en las garras de un águila imperial.
Los hermanos Benedito fueron los artífices de los mejores ejemplares y dioramas del Museo.
Cambiaron por completo el trabajo de la taxidermia, saliendo al campo, trabajando mucho la manera expositiva. No sólo se propusieron representar de la manera más precisa cada uno de los animales, sino que realizaron numerosos trabajos de campo para poder hacer mejor su trabajo en el laboratorio.

Tan diestros eran en su oficio, que Alfonso XIII confió en Luis Benedito para que realizara un conjunto de cabras hispánicas de la Sierra de Gredos, que regaló al Rey de Inglaterra y éste cedió al Museo de Historia Natural. El corresponsal de ABC en Londrs Luis Antonio Bolín recordaba que el regalo «motivó la admiración de todos los presentes, y, en especial, de las autoridades técnicas del Museo, quienes confesaron la impresión que les causaba este modo tan perfecto de representar, con sin igual fidelidad, las piezas que constituían el regalo». Sabedor de que apenas quedaban una docena de ejemplares de cabra hispánica en la Sierra de Gredo, Alfonso XIII había dispuesto todo lo necesario para evitar la extinción de la Cabra Pyrenaica Victoriae, contratando a los naturales de la Sierra que antes se dedicaban a su caza como guardas de las mismas, pagados por el Rey. De ahí el interés añadido que despertó el conjunto de las cabras.
Lo fundamental para ejercer el arte de la taxidermia es tener un gran amor hacia los animales y conocer todas sus costumbres, explicaron en el taller de los Benedito a un reportero de «Blanco y Negro» en 1959. Unos cuantos escalpelos, tijeras, punzones, sierras y limas, pinzas y alambres de varios gruesos, heno seco y ojos de cristal eran los instrumentos básicos de los taxidermistas. Con ellos y sus conocimientos, «resucitaban» a los animales en las posturas adecuadas que les correspondían, como si el taxidermista les hubiera sorprendido en uno de los momentos de su vida.

Con motivo del homenaje que el Museo de Ciencias Naturales de Madrid ofreció a los hermanos Benedito en 2019, Adrián Delgado explicó en ABC que cuando Luis Benedito se propuso recomponer el que hoy es el animal más célebre de esta institución, solo tenía 600 kilos de piel seca. «El elefante africano que, generación tras generación, niños y adultos contemplan impresionados no era más que eso cuando el Duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, lo donó en 1913» tras una expedición a Sudán. La piel del animal permaneció una década secándose en los sótanos del museo hasta que el taxidermista emprendió su labor, sin más referencias que la medida de sus colmillos. Siete años después, el elefante volvía «a la vida».
«Causa estupor la perfección de la obra, si consideramos que para ello no contaban más que exclusivamente con la piel, sin el cráneo ni ninguna medida del mismo, ni siquiera las partes, fundamentales para esta tarea, del esqueleto», resaltaba ABC en 1961.
Santiago Aragón y Santos Casado, comisarios de la exposición de 2019, remarcaban que «José María y Luis Benedito Vives fueron los responsables de dar vida a los grupos biológicos, verdaderas obras maestras de la taxidermia científica, que nada tienen que envidiar a los de los principales museos de ciencias naturales del resto del mundo. Con el tiempo, dichas creaciones se han convertido en imagen del museo y siempre han estado visibles en sus salas».

En 1920 estuvo en este laboratorio el guarda mayor del Coto Real de Gredos, Isidro Blázquez, con dos ejemplares de cabras montesas, que utilizarían los Benedito en alguno de sus dioramas. Quizá el regalo de Alfonso XIII. La noticia que ilustraba era que había perdido una mano a consecuencia del estallido de un cohete. La imposibilidad de tener una fotografía del hecho, o del protagonista, llevó al periódico a utilizar el Archivo para poder ilustrar el suceso.