Archivo ABC
Archivo

El gran misterio del Imperio español: ¿Por qué Felipe II no finalizó la santificación del Cid?

En 1955, el historiador y militar José María Gárate Córdoba publicó un reportaje en el que analizaba varios documentos elaborados por expertos con el objetivo de canonizar a Rodrigo Díaz de Vivar

El infierno de Belchite: las mentiras de Franco sobre el «pequeño Stalingrado» de la Guerra Civil

Actualizado:

Como la ciudad Sevilla, el Cid Campeador siempre ha desprendido un aroma especial. Allá por el siglo XX, la necesidad de héroes patrios hizo que el bueno de Rodrigo Díaz de Vivar se convirtiera en un emblema para España antes incluso de la Guerra Civil. Sin embargo, según desvela el hispanista Richard A. Fletcher en su biografía sobre este personaje, el bando sublevado recogió aquella imagen durante el conflicto fratricida y supo exprimirla en su beneficio: «El Cid de Menéndez Pidal, católico, castellano y cruzado, resultaba irresistible para los propagandistas de Franco». El futuro dictador supo valerse de sus vínculos con el mitificado héroe medieval; la conexión de ambos con Burgos o ese olorcillo a cruzada son solo un par de ejemplos, pero hay muchos más.

El Caudillo, desde la tribuna levantada al pie de la estatua del Cid+ info
El Caudillo, desde la tribuna levantada al pie de la estatua del Cid - ABC

Tras la Guerra Civil, la imagen del Cid fue alimentada cual fogata en invierno. Y, en aquella vorágine de exaltación, se desempolvaron incluso una serie de documentos que Felipe II había ordenado elaborar con el objetivo de canonizar al Cid. El investigador encargado de ponerlos bajo el foco de la actualidad fue el historiador José María Gárate Córdoba, quien publicó en ABC allá por 1955 un reportaje con un titular tan escueto como descriptivo: ‘La posible santidad del Cid’.

La noticia en cuestión fue un resumen de una investigación mucho más extensa elaborada por el también militar. Una en la que no buscaba defender o no la canonización de este personaje medieval, sino poner sobre la mesa las pesquisas que, bajo el paraguas del monarca, había hecho sobre el tema un enviado del monarca siglos atrás.

Juez y descendiente

Gárate comenzaba su página en ABC afirmando que era de sobra conocido que el monarca había anhelado canonizar al guerrero: «Creo que es de dominio público la noticia de que Felipe II propuso la canonización del Cid». La novedad que él aportaba es que había descubierto al encargado de elaborar el informe para el rey. «No lo serán tanto las de que se encargó de ello a don Diego Hurtado de Mendoza, quien lo tomó con gran interés por ser descendiente del Campeador», añadía en el periódico.

En sus palabras, este curioso personaje unió los documentos que su familia había atesorado durante siglos y los unió con aquellos que le enviaron desde el Archivo de Cerdeña. El resultado fue un memorial sobre ‘Las virtudes y sucesos milagrosos de Rodrigo Díaz de Vivar’.

Estatua del cid campeador en Sevilla+ info
Estatua del cid campeador en Sevilla - ABC

Siempre según lo escrito por Gárate para ABC, Hurtado recibió el encargo de manos de Felipe II cuando este era príncipe: «Don Diego desempeñaba las funciones de embajador en Roma y gobernador de la Toscana en Siena; es decir, reinando aún Carlos I y antes de 1552 en que ocurrió el desastre». Dato que biografías como la de González Palencia no incluían. El historiador Javier Porrinas ha corroborado este dato en sus muchas investigaciones. En ‘ El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra’, afirma que los instigadores del proyecto fueron los monjes de San Pedro de Cardeña, quienes «siempre habían considerado la santidad del personaje y habían hecho bandera de ello». Como les faltaba un respaldo oficial, contactaron con los reyes. «Hurtado fue el encargado de trasladar la propuesta junto con la de los 200 mártires de Cardeña», añade.

La propuesta no terminó de manera satisfactoria. Según el historiador español, por culpa de la desaparición de Hurtado. «Aclara el padre Berganza que, antes de darse algunos pasos en el negocio, ocurrió la pérdida de Siena, lo que obligó a Don Diego a salir de Roma y retirarse a España, no volviendo a saberse nada del proceso».

Al parecer, con la desaparición de este personaje se esfumaron también todos los documentos que había recopilado. «Se ha lamentado en exceso la pérdida del memorial, llegando a suponerse que contendría el original o una primera copia del ‘Cantar de Mio Cid’. Pero no serían documentos muy valiosos», escribía. En todo caso, el experto afirmaba también que, con total probabilidad, los documentos habrían ido a parar a la biblioteca de El Escorial.

Virtudes y santo

Y a partir de aquí, los argumentos para la canonización. En palabras de Gárate, «no era una elucubración absurda y beata la de Felipe II», sino que estaba basada en hechos palpables. En primer lugar, los apodos que había recibido por parte de las fuentes clásicas. Entre ellos, «suscitado por Dios», «venerable» o «gran siervo de Dios». «Por las crónicas de traslados se sabe que se entonaron salmos alusivos a los santos y que el abad hablaba de ‘santo cuerpo’», explicaba el autor.

El padre Prieto, otra de las fuentes clásicas, estaba convencido de que sus huesos eran reliquias y que «fue santo». «Los Reyes Católicos y Carlos I aludían a él con gran veneración. Felipe II admiró sus virtudes y lo reverenció como ‘venerable’ en su sepulcro. Cisneros besó arrodillado sus huesos, lo mismo que en 1921 hizo el cardenal Benlloch. Alfonso XIII atribuía virtudes milagrosas a la cruz de El Cid», afirmaba el militar en el artículo de ABC.

Burgos, los Restos del Cid: solemne momento en el que Fue Depositada en el armón de artillería la urna que Contiene los Restos del Cid+ info
Burgos, los Restos del Cid: solemne momento en el que Fue Depositada en el armón de artillería la urna que Contiene los Restos del Cid - ABC

En segundo lugar, Gárate esgrimía que –atendiendo a las fuentes– El Cid había recibido la visita de hasta cinco arcángeles que le informaron de su muerte. Y eso, sin contar con su arduo trabajo a nivel material. «Se atribuyen al Cid la fundación de una parroquia y una leprosería, con Cofradía propia, en su casa de Palencia y el manicomio del que Paredes de Nava conserva el recuerdo de una piedra, el más antiguo de España», añadía.

Pero hubo una cosa que criticó de forma extensa el autor en su artículo: las exageraciones de algunos cronistas a la hora de alabar las capacidades sobrenaturales del Cid:

«¡Tales invenciones consiguen el objeto contrario de lo que pretenden! Perjudican al santo los amerengados delirios de la beatería tanto como al héroe los chafarrinones de tosca patriotería. La protección del cielo no se prodiga en forma tan externa y repetida como dice esa constante presencia de seres celestiales en la tierra; es mucho más el oportuno suceso natural, geográfico o meteorológico, que aparición en de un santo a caballo, caso extraordinario, que perdería eficacia de repetirse en todas las batallas».

Lo que defendió el historiador fue que el buen Cid, fuera o no un santo, sí había sido el vivo ejemplo de espiritualidad militar. La lista que enunciaba era larga: invocaba la protección de Dios antes de cada combate; llevaba consigo la Cruz en las contiendas; atribuía al Señor todos sus éxitos sobre el campo de batalla; en cada plaza hacía misas de liberación; fundaba iglesias y se ocupaba a nivel espiritual de sus hombres. Para corroborar sus «virtudes cardinales», Gárate recordaba una frase escrita por Ben Bassam y Ben Alcama, dos cronistas musulmanes:

«Hacía tan gran justicia y derecho, que ninguno tenía la menor queja de él. Fue, por su habitual y clarividente energía, por la viril firmeza de su carácter y por su heroica bravura, un milagro de los grandes milagros del Señor».

Artículo solo para suscriptores
Ver los comentarios