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La histórica hostilidad entre Marruecos y España que casi termina en guerra con Franco agonizando

Sumido en una crisis interna, el Rey de Marruecos autorizó entre los días 6 y 9 de noviembre de 1975 la invasión de civiles sobre el Sáhara español. Los militares españoles prometieron «no ceder ni un metro»

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Un soldado, junto a los bidones de agua necesarios para dar de beber a miles de personas en el desierto
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Nada hay nada más catastrófico que intentar adivinar el futuro. Uno vaticina un mundo de rayos láseres, coches voladores y patinetes que flotan en el aire, y lo que al final ocurre es que internet, las redes sociales y la biotecnología ponen patas arriba cualquier futuro imaginado. Leer las crónicas de ABC de los días en los que sucedió la Marcha Verde, donde decenas de miles de marroquíes cruzaron la frontera española e invadieron el Sáhara, es comprender que lo imprevisible acecha a cada esquina. La postura firme del Ejército, las llamadas a la calma de los diplomáticos españoles y las previsiones de los ‘expertos’ de que el hambre destrozaría a las filas marroquíes se convirtieron en papel mojado en cuanto la marcha echó a andar.

Soldados españoles junto a una de las unidades blindadas.+ info
Soldados españoles junto a una de las unidades blindadas.

El propio secretario general de la ONU, el austriaco Kurt Waldheim, confió hasta el último momento en que la marcha tuviera un carácter ‘simbólico’. No fue así. Sumido en una crisis interna y aprovechando que Franco agonizaba, el Rey de Marruecos autorizó entre los días 6 y 9 de noviembre de 1975 la invasión de civiles sobre el Sáhara español. Desde Madrid, se intentó presionar a nivel internacional para que Hassán II rectificara y parara el avance de 350.000 ciudadanos y 25.000 soldados sobre lo que era una provincia española en proceso de descolonización. Pero, al mismo tiempo, desde las Fuerzas Armadas se lanzó el mensaje de que la marcha «no avanzaría ni un metro de más» si ellas podían evitarlo.

Portada de ABC del cinco de noviembre de 1975.

Una «barbaridad» histórica

El general de división Gómez de Salazar, gobernador del Sáhara español, aseguró al enviado de ABC el 6 de noviembre y a otros periodistas que estaban preparándose «para todas las eventualidades». Entre la frontera militar y la «política» existían dos amplios campos de minas debidamente señalizados que tendrían que salvar la Marcha Verde y su avanzadilla de chimpancés antes de darse de bruces con las armas españolas.

Los oficiales al mando creían, antes de que comenzara el avance marroquí, que solo había dos escenarios posibles para finalizar la crisis: o bien los marroquíes se adentrarían una docena de kilómetros en la frontera geográfica, levantarían campamentos y darían por terminada la aventura, lo que permitiría a la diplomacia española encontrar un respiro para llevar adelante los acuerdos que considerara convenientes; o, por el contrario, los civiles avanzarían hasta las últimas consecuencias en lo que podría ser una «barbaridad» histórica.

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Si bien Hassán II insistió en lo «pacífico» de la marcha, también afirmó que entre la multitud de civiles que intentarían cruzar la frontera del Sáhara iba a ir personal armado. «Si te atacan otros que no sean españoles, sabe, querido pueblo, que tu valeroso Ejército sabrá comportarse en tu ayuda», dijo el Rey en su discurso. Gómez de Salazar aceptó el pulso lanzado: «El Ejército cumplirá con el deber de no permitir que la Marcha Verde cruce la frontera ni un solo metro».

Vista aérea de uno de los campamentos frente a la frontera española.+ info
Vista aérea de uno de los campamentos frente a la frontera española.

Finalmente, el Ejército no tuvo que abrir fuego y se pudo evitar un baño de sangre seguro. Tampoco los enfrentamientos entre elementos de las FARM (Fuerzas Armadas Reales Marroquíes) y las patrullas armadas del Frente Polisario alcanzaron la virulencia prevista. «El pueblo saharaui, movilizado detrás de su vanguardia, constituida por los polisarios, frustrará todas las violaciones de cualesquiera naturaleza, de su país. Si Marruecos ejecuta su belicosa iniciativa contra la existencia de otro país, la región será puesta a sangre y fuego», prometió sin consecuencias el portavoz del Comité para las Relaciones Exteriores del Frente Polisario.

La evacuación

Hassán II ordenó la retirada de su gente, que corría el peligro de morir de hambre o de sed en un movimiento que no contó con la debida preparación logística, pero solo después de obligar a España en las mesas diplomáticas a abandonar un territorio que Marruecos y Mauritania ocuparon de inmediato. Estados Unidos, Francia y otras potencias con influencia e intereses bendijeron la anexión marroquí, frente al enemigo común que representaba el Frente Polisario, respaldado por Argelia y la Unión Soviética.

Más allá de presentar una resistencia militar, la preocupación española en esos días pasó por evacuar a todos los civiles de El Aaiún, de donde muchos se resistían a marcharse. El enviado especial de ABC Manuel María Meseguer describió con dramatismo la situación vivida en esta localidad:

«Los pasajeros son transportados por una grúa y descargados sobre la cubierta del barco. No sé si por casualidad o porque se quiere acelerar la despedida, nadie quiere permanecer al aire libre y todos se bajan a sus camarotes a comenzar la difícil etapa del olvido y de la añoranza. Mientras la excitación todavía les abre la risa, comentan de buena gana sus últimas jornadas: la voraz marcha compradora de los saharauis de casa en casa pidiendo sillas —ellos que siempre se sentaron en el suelo—, preguntando por armarios con cajones —ellos que nunca guardaron nada, porque nada tuvieron que guardar—, comprando frigoríficos nuevos por seis mil pesetas —ellos que tuvieron la leche de camella como único sustento de vida».

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