La fotografía real de una isla que nunca existió
En 1958 se publicó por primera vez una imagen de la legendaria San Borondón

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«La isla errante de San Borondón ha sido fotografiada por primera vez». Aquel titular de ABC del 10 de agosto de 1958 era increíble, pero cierto. ¿Cómo era posible que alguien hubiera fotografiado una isla que no existe? Y sin embargo, aquella imagen que tomó Manuel Rodríguez Quintero al atardecer de aquel día de verano desde la isla de la Palma no había sido manipulada.
En el archivo del periódico, en un sobre de papel de estraza marrón, se conserva la fotografía original, de 17 centímetros de ancho por 11 de alto, con el sello en la esquina inferior derecha de «M.R.QUINTERO. FOTÓGRAFO», al que se le conocía también como el Cernícalo.

María Victoria Hernández Pérez, cronista oficial de los Llanos de Aridane, en Canarias, cuenta en la web de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales
cómo Rodríguez Quintero (1897-1971) capturó aquella inaudita imagen: «Deambulaba, con su inseparable cámara fotográfica, por las Martelas de Arriba, cerca de Triana, en Los Llanos de Aridane» en un día «de horizonte y cielo limpio» cuando «una isla se dibujó mar afuera, apareció de repente».
No se trataba de El Hierro, porque estaría más al sur a la altura de Fuencaliente. «Era la isla encantada de San Borondón. No podía ser otra», continúa la cronista que da cuenta de que Rodríguez Quintero reparó en la importancia de aquella visión y disparó su cámara.
Hernández relata que el fotógrafo se debió dar cuenta de que difícilmente le iban a creer sus convecinos cuando mostrara la foto de la mítica isla conocida como la «encantada», la «errante» o la «encubierta».
Había sido dibujada y cartografiada. Su nombre aparecía en el Tratado de Évora firmado en 1519, por el que el rey de Portugal había cedido al de Castilla los derechos sobre San Borondón, «si se hallara» e incluso llegó a tener Capitán General. Francisco Fernández de Lugo, primer Adelantado de Canarias, logró de la Cámara de Castilla aquel mismo año de 1519 unas capitulaciones muy semejantes a las que nombraron Almirante a Cristóbal Colón antes de descubrir las Indias. Sin embargo, nadie había dado pruebas reales de su existencia, por más que muchos habían emprendido su búsqueda a lo largo de los siglos.
Consciente de ello, Rodríguez Quintero llamó a gritos a unos niños que se estaban bañando en una represa cercana y les hizo mirar hacia allí. La silueta de San Borondón se apreciaba con claridad. «Los niños se convirtieron junto al fotógrafo en testigos de aquella visión única de la antigua leyenda», escribió Hernández Pérez.
Para corroborar su testimonio, Rodríguez Quintero también fotografió a los chavales tras tomar dos instantáneas de la isla. «Correlativamente se conservan en el cliché que hoy guarda su familia, los también fotógrafos Lonque y Ángeles Rodríguez Castro», subraya la cronista de Los Llanos de Aridane. Otros vecinos de Tazacorte fueron testigos de aquella visión de San Borondón.
La fotografía fue entregada o remitida al reputado arqueólogo Luis Diego Cuscoy (1907-1987), que redactó el artículo que publicó ABC.

«San Borondón ha sido fotografiado. Al atardecer, quebrado de luces el poniente, en colisión el fiel alisio con vientos que, ya cálidos, ya fríos, mejor es no saber de dónde vienen, frente a un pueblecito del occidente de la Palma, San Borondón ha surgido con una silueta muy semejante a la que se trazó en el siglo XVI. Y ha surgido—tal es la fidelidad—frente a un caserío que lleva el nombre de San Borondón, entre Tazacorte y Los Llanos de Aridane. La geografía no inventa y la toponimia es memoria vigilante. Los habitantes de San Borondón, desde las ventanas tocadas dulcemente por la luz del atardecer, han podido contemplar cómo la islita errante dejaba que el crepúsculo se disolviese en el mar para sumirse ella de nuevo en el misterio», escribió Cuscoy antes de señalar que «el afortunado fotógrafo, verdadero testigo de excepción, ha dejado fiel constancia del hecho. Uno más que ha creído, hasta última hora, en la realidad de esa tierra fluctuante».
San Borondón es el nombre que recibió en Canarias un monje irlandés del siglo VI llamado San Brandán (Brendán o Brandano), cuyo legendario viaje por el océano en busca de la isla del Paraíso se convirtió en todo un superventas en la Edad Media. Las historias de su periplo, junto con los avistamientos ocasionales de lo que parecía una isla en Canarias cristalizaron en el mito geográfico de San Borondón.
Hoy se acachan estas visiones a una ilusión óptica producida por la reflexión de la luz en unas determinadas condiciones atmosféricas o al fenómeno conocido como “Fata morgana”, un espejismo debido a una inversión de temperatura.
Aunque en 1958, viendo la fotografía de Rodríguez Quintero, Cuscoy prefería recordar a todos los que creyeron en su existencia y partieron en busca de la isla de San Borondón, «como se fue San Brandano, con todos con la misma ansiedad por hallar el Paraíso».
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