El famoso crimen que se ordenó callar
Al primer titular sobre el brutal doble asesinato en el expreso de Andalucía le seguía una nota del Gobierno que retrasaba la publicación en la prensa de los detalles «para evitar la posibilidad de que las narraciones puedan servir de guía a la evasión de los criminales»
![Una multitud se agolpó ante el vagón correo donde encontraron a los fallecidos](https://s1.abcstatics.com/media/archivo/2020/05/06/7755216-k7LB--620x349@abc.jpg)
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Dos oficiales de Correos, Santos Lozano León, de 45 años, y Ángel Ors Pérez, de 30, cogieron el 11 de abril de 1924 el tren expreso de Andalucía que había partido desde Madrid a las ocho y veinte. Debían llegar juntos a Córdoba, donde se separarían para que Ors comenzara su servicio de entrega hasta Málaga. En el vagón-oficina en el que viajaban, con sus dos mostradores y sus divisiones de alambradas, llevaban toda correspondencia destinada a las ciudades andaluzas y la que posteriormente se remitiría al norte de África, así como despachos precintados del extranjero llegados vía Hendaya para ser entregados en Gibraltar y Tánger. Entre los envíos se encontraban las pagas de varias compañías coloniales a sus empleados.
La cuantía de lo que se conducía en el expreso de Andalucía aumentaba los viernes y sábados y aquel día era viernes. Cuando el convoy llegó a la estación de Córdoba el sábado a las seis de la mañana y se abrió el coche correo, encontraron a los dos ambulante asesinados y la correspondencia revuelta.
Los empleados de la estación de Córdoba ya habían sido alertados por telégrafo de que algo podía haberles sucedido a Lozano y a Ors, porque en las estaciones anteriores había sorprendido que el vagón tuviera las luces apagadas y nadie contestara a las insistentes llamadas. Tampoco obtuvieron respuesta en Córdoba los encargados de hacerse cargo de la correspondencia destinada a la ciudad. Así que se decidieron a forzar la puerta y confirmaron sus peores temores.
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Los infortunados funcionarios estaban muertos en medio de grandes charcos de sangre, atados con cuerdas y correas, y con evidentes señales de haber luchado contra sus agresores. La correspondencia estaba tirada por el suelo y la caja de valores, vacía. En la estación se formó un gran revuelo, como muestra la imagen que publicó Montilla en ABC el 15 de abril.
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Este periódico conocía los hechos desde el mismo día 12 e informó del brutal crimen al día siguiente, con la fotografía de una de las víctimas.
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Pero hasta el 15 de abril no pudo contar más detalles del suceso y explicaba la causa: «En la Presidencia facilitaron anoche la siguiente nota oficiosa: "Se retrasa la publicación en la Prensa de los detalles del doble asesinato y robo perpetrado en el coche correo del expreso de Andalucía, para evitar la posibilidad de que las narraciones puedan servir de guía a la evasión de los criminales, para cuya captura se han dado órdenes a todas las autoridades provinciales, pues el Gobierno se propone, caso de realizarse, excitar el celo de los Tribunales para la mayor diligencia y rigor en la tramitación de los procedimientos, pues la única salvaguarda social contra actos de esta índole está en la ejemplaridad y prontitud de las sanciones». Por entonces gobernaba en España la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que presumía de imponer la ley y el orden.
Cuando al fin el día 15 se dio luz verde a la publicación de la noticia y el periódico pudo informar del robo y doble crimen a mano armada, ya se conocían algunos detalles de la investigación. Los médicos que examinaron los cadáveres determinaron que habían muerto unas cinco horas antes de que el tren llegase a Córdoba. Lozano presentaba una rotura del cráneo. Al parecer no se dio cuenta de la intención de los asesinos hasta que fue demasiado tarde. Sufrió un violento golpe en la cabeza y después fue estrangulado. Su compañero Ors, sin embargo, debió entablar una violenta lucha con ellos porque tenía tres heridas de arma blanca y dos de fuego. Los dos fueron enterrados en Córdoba con gran pompa y sus funerales fueron multitudinarios.
![Paquete de ABC que llevaba el coche correo](https://s1.abcstatics.com/media/archivo/2020/05/06/4986226-k7LB-U40674061489ImG-510x689@abc.jpg)
Pronto se supo que alguno de los agresores conocía el servicio, puesto que habían seleccionado la correspondencia robada. No podían haber entrado en el vagón cuando estaba el tren en marcha, así que la Policía investigó en qué estación podían haberse subido al vagón del correo.
Las declaraciones del conductor de un taxi proporcionó la primera pista sólida. Miguel Pedrero contó que el viernes en que sucedieron los hechos estaba en la parada de coches de la estación de Atocha cuando un hombre había requerido sus servicios para que le llevara a Aranjuez y después para que continuara hasta Alcázar con otro individuo. Allí se bajó el desconocido viajero y al poco volvió con otros tres hombres a los que llevó hasta Madrid. Recordaba que se habían mostrado muy inquietos cuando tuvo que parar a echar gasolina en Herencia y que entre los billetes con los que le pagaron el viaje había varios agujereados, «tal como quedan por efecto del punto de cosido de los billetes que se envían por Correo como valores declarados».
La descripción de uno de los sujetos que realizaron aquel viaje coincidía con la de Antonio Teruel, un ex croupier que desde que había sido prohibido el juego se dedicaba a fabricar jaulas. La Policía supo que se había ausentado la noche del viernes 11 de su domicilio en la calle Toledo, muy cerca de una churrería donde habían sido vistos tres sospechosos a los que se les consideraba autores del crimen. Los serenos le habían visto regresar a primera hora de la mañana del sábado. Había entregado un dinero a su mujer, Carmen Atienza, que fue detenida, y se había ausentado de nuevo. El 22 de abril se conocía el suicidio de Teruel y al día siguiente saltaba a las páginas de los periódicos la detención del funcionario de Correos José Sánchez Navarrete, que confesó su participación en el crimen.
![El cadáver de Antonio Teruel](https://s2.abcstatics.com/media/archivo/2020/05/06/4986089-t6w--620x425[1]-k7LB--510x349@abc.jpg)
En los días siguientes caerían Honorio Sánchez Molina, propietario de una pensión en la calle de las Infantas, y Francisco de Dios Piqueras, un hombre de los bajos fondos. Ambos admitieron conocer a Navarrete y aunque en un principio negaron haber tenido que ver en el crimen, acabaron confesando.
Las pesquisas dieron también con parte del botín que Teruel había escondido en los barrotes de la cama. Billetes, monedas y joyas por valor, según se dijo en un principio de unos 21.000 duros.
Mientras, en París, un hombre se había presentado espontáneamente en la embajada de España, confesando su implicación en el suceso. Se trataba de José Donday. El conductor del taxi lo identificaría también como uno de los que viajaron en su coche.
![Una reconstrucción de los hechos del museo de cera de Madrid](https://s3.abcstatics.com/media/archivo/2020/05/06/7755246-k7LB--510x349@abc.jpg)
En un reportaje sobre los hechos publicado en el 50 aniversario de los hechos, en 1974, se contaba así cómo habían sucedido: «Navarrete conoció hace tiempo a Vicente Sánchez Molina, quien le presentó a su hermano Honorio, el cual salió fiador del primero ante un prestamista que le sacó de los apuros económicos por los que atravesaba. Como único medio de saldar esta deuda, Honorio aconsejó a Navarrete que desvalijase el correo, valiéndose de conocer a los ambulantes de servicio. Navarrete se negó en principio, pero contrajo nuevas deudas y llegó a aceptar la proposición de Honorio. Decidieron utilizar un vino con un narcótico para, viajando en el tren con sus propios billetes, ir a saludarlos al coche correo, invitarlos y así apoderarse del dinero. Para preparar este narcótico buscaron a un hombre que tenía fama de entendido en drogas (Donday). (...) Francisco Piqueras quería obtener de Honorio ayuda para conseguir un pasaporte falso, y éste le prometió su apoyo si colaboraba en el asalto del tren. Aceptó Piqueras y se comprometió a buscar a Teruel para que les ayudara».
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Sánchez Navarrete, Teruel y Piqueras se subieron al tren en la estación de Aranjuez y lograron entrar en el vagón correo, pero el somnífero debió de fallar porque el golpe acabó siendo una carnicería. Antes de llegar a Alcázar de San Juan, saltaron del tren y desde allí, regresaron en el automóvil de Pedrero a Madrid. En casa de Teruel se repartieron lo robado y Navarrete acudió a casa de Honorio Sánchez a entregarle su parte.
Navarrete y Piqueras fueron juzgados en Consejo de Guerra en la Cárcel Modelo el 7 de mayo junto a su cómplice Honorio Sánchez Molina, la hermana de éste, Antonia, su lavandera Encarnación Muñoz y Carmen Atienza, la esposa de Teruel. El caso se había seguido con vivo interés y había gran expectación. ABC recordaba otros casos famosos de la época, como el del capitán Sánchez, el atentado de Mateo Corral o el asesinato de Eduardo Dato, pero decía que «ninguno de estos sangrientos sucesos logró, sin embargo, conmover de tan intenso modo al público ni produjo ninguno de ellos expectación tan grande como la que se advertía en vísperas de este Consejo de guerra». En los casinos, en los cafés en los talleres, en las fábricas, en los paseos, no se hablaba de otra cosa. Navarrete, Piqueras y Honorio fueron condenados a la pena capital y ejecutados con garrote vil el 9 de mayo de 1924.