Caso DreyfusEl militar francés injustamente condenado por ser judío
El capitán Alfred Dreyfus fue rehabilitado doce años después de ser degradado por traidor y deportado a la isla del Diablo

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El general Florent Guillain, colocado en el centro del vasto patio de la Escuela Militar de Saint-Cyr, dio las voces de mando para que la tropa desfilara. A su orden evolucionaron los oficiales y los coraceros y artilleros, con las bandas de clarines al frente. La columna dio la vuelta con su paso pesado y rítmico y de pronto, se la vio aparecer de frente ante el general. «Y ante él también, ante el hombre del presidio, a quien en el día de la ignominia se había arrancado galones y bandas, desfiló el Ejército solemne y magnífico, volviendo los soldados ligeramente la cara para mirarle y los oficiales ¡honor supremo! rindiendo sus armas». Así contó un testigo presencial la solemne ceremonia de rehabilitación de Alfred Dreyfus que tuvo lugar el 12 de julio de 1906, en el mismo patio donde doce años antes había sido degradado este militar injustamente condenado como traidor por ser judío.
Allí mismo, donde le habían arrancado a tiras su uniforme y habían partido su espada, escupiéndole insultos y maldiciones, se escuchaban ahora las marchas de los tambores y cornetas en su honor, mientras las tropas desfilaban ante él. Dreyfus, al que se le había colocado en el pecho la cruz de la Legión de Honor, permanecía inmóvil, cuadrado militarmente, rígido como una estatua y con los ojos inexpresivos, muy abiertos y sin ver.
«De pronto, del grupo de espectadores que presenciaba la solemne escena, se destacó la figura de una mujer que corría hacia él... Era ella. Su compañera, su esposa. Sus manos se buscaron estrechándose hasta incrustarse carne con carne. Del pecho de Dreyfus subió rujiendo hasta la garganta un sollozo, anubláronse sus ojos de lágrimas e inclinándose rápido la besó».

El beso, que destacó ABC en sus páginas con una fotografía, era la recompensa a la mujer «que había sido su único sostén de todas las horas y de todos los días durante tantos años de agonía», el premio al esfuerzo de quien siempre le creyó, de la esposa que se consagró a rehabilitar a su marido «deshonrado, escarnecido y maldito por todos». Tras un indecible calvario, Dreyfus veía reconocida por fin su inocencia.
Nacido en Alsacia en 1859 en el seno de una familia judía, este capitán de Artillería que contaba con una intachable hoja de servicios había sido acusado de haber vendido importantes secretos militares a un agente alemán. Basándose en un «bordereau» o índice de documentos sin fecha ni firma, que fue encontrado hecho pedazos en un cesto de papeles de la embajada alemana, y en documentos que después se demostraron falsos, un Consejo de Guerra lo había declarado culpable de alta traición en 1895. Según recalcó en su día «Blanco y Negro», «la circunstancia de ser judío el acusado removió los odios antisemitas del pueblo francés, atizados por "La Libre Parole", órgano el más caracterizado y popular de los antisemitas».
Fue expulsado del Ejército y deportado a la isla del Diablo, en la Guyana francesa, un inhóspito lugar donde permanecer encadenado en un recinto vallado equivalía prácticamente a una pena de muerte, según contó ABC.
Al año de cumplir condena surgieron las primeras dudas en la opinión pública acerca de su culpabilidad. «Le Matin» publicó una copia del famoso «bordereau» o minuta, dudando de su autenticidad, pero la reacción de la la prensa antisemita no se hizo esperar. En respuesta, emprendió una intensa campaña antidreyfusista.

En 1897 apareció en escena el comandante Ferdinand Walsin Esternazy, cuya letra se correspondía con la del «bordereau» y cuya vida de lujo en París resultaba sospechosa. Los indicios de que Dreyfus era inocente aumentaron, y más aún tras la declaración del vicepresidente del Senado, Auguste Scheurer-Kestner, que defendió la inocencia del capitán.
Desde entonces Francia se dividió entre los que pedían una revisión del caso, en busca de la verdad y la justicia, y los que hicieron de la «cosa juzgada» una cuestión de honra para el país y el Ejército francés. Luis Royo Villanova contaba en aquel mismo año que el asunto Dreyfus traía «locos a los franceses» y que la agitación era grave pues removía «las dos pasiones bajas de la Francia moderna: el chauvinismo y el antisemitismo». No se atrevía a diagnosticar Royo Villanova si Dreyfus era inocente o no, pero ya intuía en este célebre caso el «delirio de grandezas» y «manía de persecuciones» que se vivía en el país vecino.
Al coronel Georges Picquart, que descubrió pruebas de que el verdadero traidor había sido Esterhazy, le apartaron enviándole a Túnez y aunque Esterhazy fue denunciado por el hermano de Dreyfus y juzgado por un Consejo de guerra, fue absuelto pese a las evidencias que había en su contra.

Fue entonces cuando el prestigioso escritor Emile Zola salió en defensa de Dreyfus con la célebre carta abierta de «Yo acuso», dirigida al presidente francés Félix Faure y publicada en la portada del diario «La Aurora» el 13 de enero de 1898. En su escrito, el novelista acusaba al Tribunal de no haber obrado con independencia y denunciaba a la cúpula del Ejército de haber utilizado un falso patriotismo y de haber exaltado el nacionalismo para demonizar a sus rivales políticos. «Erigiéndose en fiscal, Zola arremetía contra la campaña antisemita de la derecha liderada por Maurras y un grupo de generales empeñados en ocultar los hechos tras una montaña de falsedades», relataba Pedro García Cuartango.
«Es un crimen envenenar a los pequeños y los humildes, exasperar las pasiones y la intolerancia al aprovecharse de un odioso antisemitismo», decía Zola, que por este escrito llegó a ser condenado a prisión y multa por calumnia y tuvo que exiliarse.
El alegato de Zola causó un gran impacto. Francia se dividió en dos mitades. «Despertáronse tempestades de odios, moviéronse avalanchas de rencores; poco faltó para que estallase la guerra civil, nada para que se declarase el divorcio entre el país y el ejército», se leía en este periódico.

Otro oficial francés, el coronel Hubert-Joseph Henry, acabó declarando que él mismo había falsificado documentos que sirvieron para condenar a Dreyfus. Un día después de ser detenido, Henry se suicidó en prisión.

En el verano de 1899, Dreyfus regresó a Europa. Su caso se revisó en Rennes, pero de nuevo fue condenado. Esta vez fue una pena menor, de diez años de prisión, pero a nadie convenció este fallo. La revista «Blanco y Negro» recogió uno de los incidentes más dramáticos de este Consejo de Guerra, cuando Dreyfus interrumpió al general Mercier, ministro de la Guerra de Francia, cuando éste recapitulaba sus cargos contra él.
-«Si yo creyera que Dreyfus es inocente, lo diría», dijo el exministro de la Guerra. Y el acusado, sin poder contenerse se puso en pie y replicó: «Decidlo».
El asunto pasó al Tribunal Supremo, que anuló la sentencia declarando que había habido un error y que Dreyfus debía ser repuesto de todos los honores. En cumplimiento de esta sentencia, el excapitán fue rehabilitado en el mismo sitio donde tuvo lugar su degradación y ascendido al puesto de comandante.
ABC saludó «con emoción dulcísima esta rehabilitación solemne por la que Francia se rehabilita a sí misma de sus pasados errores, de sus extravíos y de su turbación, purgados ahora con la proclamación de la verdad y de la justicia». En un artículo publicado el 14 de julio de 1906, afirmaba que «el doloroso drama ha terminado y nosotros que, cuando la revisión del proceso en Rennes, arrastrados por el sentimiento de justicia que, orgullosamente lo proclamamos, compartíamos entonces con todos los intelectuales, con la Prensa del mundo entero (...) fuimos ardientes defensores del mártir de la isla del Diablo, produciendo acaso la extrañeza de algunos que no se explicaban cómo concedíamos tanta atención a un asunto que ocurría al otro lado de la frontera, nos sentimos hoy completamente dichosos».
Dreyfus combatió en la Primera Guerra Mundial, luchando contra las tropas alemanas a las que le acusaron de ayudar. El hombre que padeció un proceso, un encarcelamiento en París, una horrible condena, un confinamiento en el presidio de la Isla del Diablo, una revisión, un segundo encarcelamiento en Francia, otra revisión y por fin el fallo favorable, la vuelta al servicio activo y las trincheras, falleció en París el 12 de julio de 1935 a los 75 años.
El proceso Dreyfus, que inspiró multitud de libros, películas y obras de teatro, se convirtió en «símbolo del triunfo de la verdad y la justicia sobre todas las maquinaciones de los hombres». Como error judicial, decía Adelardo Fernández Arias en ABC, constituyó «el modelo más cruel de prevaricación cometida por Tribunales militares y civiles» porque «a conciencia se condenó a un hombre inocente para salvar a otro, culpable, con un engranaje doloroso en que se desgarraba el honor, la libertad y el prestigio de un ser humano para mantener incólume un prestigio falso de oropel».