El brindis feminista de Concha Espina a las viudas del champán
La célebre escritora volvió su mirada en 1954 a una de las más famosas artífices del espumoso de las Navidades
![La escritora Concha Espina](https://s3.abcstatics.com/media/archivo/2020/12/21/7934948-k36B--620x349@abc.jpg)
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Que algunas de las marcas de Champagne más famosas del mundo deban su nombre a la viuda de Cliquot o a la de Pommery no es fruto de la casualidad. La escritora cántabra Concha Espina brindó a la salud de estas insignes mujeres en este singular artículo que publicó ABC en 1954:
«Remotísimo es el privilegio ácido y sublime de las mujeres viudas, que antes del Cristianismo ya tenían más jerarquía, severa y tradicional, que las mismas vírgenes.
Desde Ana la profetisa, viuda de Naim, misionera y dechado de sus congéneres, siguieron éstas una línea de lamentable peregrinación, siempre despojadas de sí mismas, como siervas del padre, del marido, del hermano, de los herederos varones que uno y otros les imponían, según las leyes hebraicas.
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Pero al constituirse la Iglesia de Cristo Jesús, hubo para las viudas una dignidad apostólica, que llegó a concederlas el grado respetable de "diaconisas", especie de coadjutoras eclesiásticas, al servicio del Templo, con la exigencia de muchas virtudes y sacrificios, pero con inciensos y asperges de santa bendición. Y tal vez se inician así los cenobios mujeriles, refugio salvador de aquellos seres postergados.
Avatares de las centurias y de los progresos, arriba por los tajos innumerables de la civilización, han concedido a las viudas muchas posibilidades de independencia y de gloria, anchos caminos de esperanza y de luz.
Hoy, en todas las sociedades refinadas por la cultura, gozan ellas de planos gentiles para su actividad, lo mismo que todas las mujeres cuyo nacimiento y educación fuesen propicios a mejorar de fortuna, singularmente bajo el hechizo del Arte y de la Belleza. Un soplo lírico al aire de la sagrada poesía, impulsa, siglos adelante, a la convencional endeblez de nuestro fecundo feminismo, y las inteligentes y hermosas hallan felices ocasiones de gobierno y de mando en toda clase de escabeles, plataformas y solios, que han cultivado los españoles con excepcional magnitud en su egregia Isabel.
Diríase que la situación viudal imprime cierto carácter religioso y aun beatífico a las hembras superiores, desde las primordiales iniciaativas del matriarcado y de la ley.
Más concretamente es Francia la que nos interesa en este momento de curiosa investigación, que no remontaremos a lejanas edades evolutivas, sino a unos evos próximos y amigos, donde quisiéramos destacar a dos viudas insignes; aunque sólo para ocuparnos brevemente de la una y aludir a la otra, que ni en el tiempo ni el espacio nos concede más holgura para este bello y tentador asunto.
Son ellas las que nos invitan, levantando desde lejos su copa de licor en alegres brindis pascual, después que sus botellas respectivas han dado un gozoso estampido, tal que los joviales cohetes, anuncio de una gran romería, nada menos que sembrada en todas las tradiciones históricas.
Acabamos de reconocer a la viuda Cliquot, vendimiadora célebre desde su época, y a la Pommery, de fama preponderante en los mercados vinícolas de lujo...
Érase el siglo XVII cuando comenzara la vinificación de una espumosa bebida, universalmente solicitada por los más ambiciosos catadores. Y en 1715, cuando adquiría semejante industria su apogeo en los campos franceses, minas de oro por su extraordinaria fertilidad para el cultivo de la vid.
De tales fechas data el poderío del Champagne galo, ápice de todos los licores vertidos en el sonoro cristal de la ambición humana. Algo más próximo florecía nuestro "Codorníu", elaborado en el San Sadurní de Noya barcelonés.
Pero aquellas marcas de las viudas que menciono son las de mi capricho en estas Navidades españolas, singularmente la de madame Pommery. Esclarecida mujer que a su alcurnia, su talento y sus millones, añade una excelsa voluntad de trabajo y colaboración fabril, como tributo ofrecido a Dios en gracia a la magnificiencia de sus colosales viñedos, llanura sin horizontes en la hechicera Reims, una de las ciudades más ilustres del mundo.
Cerca de su espléndida Catedral, joya del gótico más feliz, iluminada por la celebérrima sonrisa de su ángel escultórico, allí se abre el feraz "campus" de la Galia, ungido por los más fragantes caldos de l tierra, hasta producir el efervescente Champagne, cuyas bodegas miden hoy dieciocho miles de metros de extensión y constituyen la riqueza sin par del admirable territorio francés.
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Millares de familias cultivan desde milenios estas "vignobles", acreditadas desde el principio de nuestra Era y más tarde erigidas con primorosos desvelos bajo las Órdenas religiosas, al reconocer ellas el uso del vino como fuente de progreso, de actividad y de salud.
Conventos y Abadías, en su esparcimiento latino, dieron sombra maternal a la venerable industria, que llegó a ser predilecto sabor de reyes y magnates, infanzones y prelados en todo el orbe de las aristocracias.
Garbo, chispa y aroma de las mesas felices, este néctar exquisito viene a remansar al través de episodios memorables, en las finas manos de la viuda Pommery, que al heredarlo con amor, lo retiene cuidadosa a la vigilante luz de una inteligencia sutil. Pesa y mide el preciado licor y con empírica sabiduría discurre métodos para endulzar o fortalecer el gusto de su líquido patrimonio.
Ella comprende que el Champagne almibarado y fragante es una bebida más bien indicada para las señoras y los postres; y consigue, por un milagro de su prócer voluntad, que sea también seco y extraseco, de modo que se desenfrene en una distinta marca de carrera vertiginosa.
Ya no sirven entonces los sótanos de la centenaria industria. Múltiples manipulaciones, que duran cuatro o cinco años para lograr el éxito, exigen unas cavas fabulosas: madama Pommery las inicia con pródigo gesto creador, arrogancias de mujer fuerte y mítico embeleso de musa inspiradora. Y los túneles formidables del Champagne Pommery y Greno hoy cumplen una longitud de dieciocho kilómetros, visitados anualmente por más de cien mil turistas.
En los finales del XIX descansaba la viuda Pommery de su abnegado quehacer en un perdurable reposo lleno de oraciones. Y a mediados del XX ya sus famosos viñedos superan, con los productos del año, los cincuenta millones de botellas, sometidas a la innumerable depuración de sus más prolijos menesteres.
Una escalera monumental conduce a las soterradas avenidas de opulenta ornamentación y varias temperaturas. Relieves científicos historian los hondones de la selecta mercancía, una Virgen Madre románica preside aquel recio latido, insomme desde su balbuceo legendario.
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Es la Madrina de centenares de jornaleros, bien retribuidos en su faena y buenos aprendices de la maravilla terrenal. Leguas españolas fueron una vez, que por nupcias de reyes se incorporaban otro día a la Corona de Francia para entronizar, antes y después, con ternura y gratitud, la vida y el recuerdo de la señora Pommery.
Un castizo francés, Pierre Mélan, nuestro vicecónsul en la soberanía de Reims, nos documenta con orgullosa fascinación, sobre aquel reino de las perseverancias femeninas, allí donde este mes festivo se rejuvenece con el permiso y la virtud del Champagne navideño.
Y no está de más que ande por Madrid esta viuda un tanto mutilada, propensa a enaltecer el origen bíblico de su estado social, mientras se empavesa en España el vino espumoso de las Navidades. Buenas horas, también, para celebrar la donairosa excepción de aquella mujer, dama, artista y obrera, en nuestra vecindad. La viuda Pommery, esencia, flor y vendimia de la genial Europa».