Las barbaridades ocultas de ‘el Carnicero de Albacete’, el sanguinario jefe de las Brigadas Internacionales
André Marty, hombre de confianza de la Unión Soviética en la Guerra Civil, se ganó el odio de los soldados republicanos por fusilar a más de quinientos de sus hombres

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Pocos personajes generaron más antipatías durante la Guerra Civil que André Marty. De hecho, es una de las pocas figuras que han unido a los historiadores de uno y otro bando por su brutalidad y su locura. Nacido en Francia en 1886, pronto se convirtió en uno de los hombres fuertes del Partido Comunista nacional y, poco después, en un alto cargo de la Internacional Comunista. Cuando resonaron campanas de guerra en España, este controvertido galo fue elegido como ‘organizador jefe’ de las Brigadas Internacionales y, acto seguido, enviado a la base de Albacete. Allí se convirtió en un demonio al que solo le faltaban cuernos y tridente.

Marty –al que Ernest Hemingway definió como un hombre «rechoncho, de grandes bigotes blancos y mofletes colgantes– llevó hasta el extremo la disciplina en las Brigadas Internacionales.
Obsesionado como estaba con las conspiraciones y los supuestos enemigos internos, actuó con extrema brutalidad contra los desertores, los débiles y cualquiera que considerara sospechoso. En pocas semanas creó una red de espías y comisarios encargados de investigar a sus propios hombres. Un soplo de estos ‘curas rojos’, como los llamaba, podía acabar con el encarcelamiento o un tiro en la nuca. «La vida de un hombre vale 75 céntimos, el precio de un cartucho», afirmó en una ocasión.
Este personaje se ganó a pulso el apodo de ‘el carnicero de Albacete’. Incluso admitió que había ejecutado a unos 500 brigadistas, el 5% de las bajas de estas unidades, aunque la cifra ha sido revisada y reducida en los últimos años. En todo caso, hasta los mismos republicanos cargaron contra él. En sus memorias, Santiago Carrillo desveló que «tenía fama de poseer un carácter endemoniado y de sufrir crisis de cólera monumentales», además de «ser muy caprichoso en sus reacciones». El general Kléber, por su parte, confirmó que «un día hacía una montaña de un grano de arena, y al siguiente, de una montaña, hacía un grano de arena».

Marty protagonizó muchos episodios de locura, aunque uno de los más extravagantes lo narró el voluntario Valter Roman en sus memorias. Un día, en Alcañiz, cundió el pánico entre los brigadistas al ver acercarse a una unidad sublevada. Los soldados estaban agotados después de varios días de combates y, ante la avalancha enemiga, empezaron a retirarse. «Vi a André Marty. Estaba en medio de la carretera, agitando una pistola en cada mano e insultando a voz en cuello. Estaba fuera de sí, completamente enfurecido», explicaba el soldado. Varios hombres se acercaron, temerosos de que empezase a disparar sobre sus propios hombres, y le convencieron de que se marchara. Así evitaron una matanza…

La pésima fama de André Marty fue transversal. Y su figura ha sido vilipendiada por unos y otros. En ‘Idealistas bajo las balas: corresponsales extranjeros en la guerra de España’, el historiador Paul Preston le define como mediocre, envidioso, servil y cruel. «Tenía las cualidades necesarias para garantizarse una posición privilegiada dentro de la jerarquía del mundo comunista», insiste el autor. Además, especifica que escondía en su seno una paranoia hacia los supuestos enemigos internos del partido equiparable tan solo a la del mismo Iósif Stalin. Por eso, solía arremeter a balazos contra sus propios brigadistas cuando consideraba que eran quintacolumnistas infiltrados.

Al otro lado del espectro, el historiador Hugh Thomas coincide con Preston en que André Marty era desconfiado en exceso, más incluso que Iósif Stalin. Además, el experto expone en su magna ‘La Guerra Civil’ una infinidad de casos en la que milicianos y oficiales fueron acusados de forma infundada por él. El más sangrante fue el del comandante Gastón Delasalle, al frente del batallón ‘La Marseillaise’. El carnicero de Albacete le culpó de espionaje: «Estudié el asunto a fondo. La seguridad militar me informó que se descubrió una red de enlaces que permitía a ese hombre contactar con el enemigo, red que pasaba por diferentes puntos de la retaguardia». Todo estaba en su imaginación.

El mismo Ernest Hemingway se deshizo en improperios contra él. Y sabía de lo que hablaba, pues cubrió la Guerra Civil desde el Hotel Florida –en la madrileña plaza de Callao– junto a otros tantos corresponsales y personajes famosos como Errol Flynn, John Dos Passos, Antoine de Saint-Exupéry (el autor de ‘El principito’) o George Orwell. El escritor se inspiró en el organizador de las Brigadas Internacionales para dar forma a uno de los personajes de su famosa obra, ‘Por quién doblan las campanas’: «Ese viejo mata más que la peste bubónica. Pero no mata fascistas, como hacemos nosotros. ¡Qué va! Ni en broma. Mata a trotskistas, desviacionistas… Toda clase de bichos raros».
A pesar de ello, André Marty estuvo ligado de una u otra forma a las Brigadas Internacionales hasta que, en octubre de 1938, la Segunda República despidió a sus integrantes en un vano intento por lograr que el bando franquista hiciese lo propio con alemanes e italianos. Durante todo ese tiempo, ‘el carnicero de Albacete’ esquivó todos los procesos iniciados contra él por su barbaridad. En ellos, la ayuda de la Unión Soviética, que le veía como uno de sus hombres de confianza en España, fue clave.

La última vez que ABC dejó constancia de este controvertido personaje en sus páginas fue el 14 de octubre de 1938, durante la ceremonia de despedida a las Brigadas Internacionales: «Finalmente, el organizador de las Brigadas Internacionales, André Marty, afirmó que los voluntarios no olvidan que el frente español se extiende más allá de las fronteras. Señaló los descalabros de los italianos en sueño español. Comparó la situación de Checoslovaquia con España y expresó su confianza de que el pueblo francés se convenza del peligro fascista y sacuda su modorra, obligando a los gobernantes a ser fieles a la democracia».