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ABC, desde el infierno francés: crónica de la ejecución más brutal con guillotina en 1939

El 17 de junio, apenas dos meses antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, un asesino en serie murió a manos de la justicia; Eugène Weidmann, artífice de ocho crímenes de sangre, dejó este mundo entre los gritos del público

Ejecución de Weidmann, en 1939
Ejecución de Weidmann, en 1939 - ABC
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El año 1937 fue convulso para toda Europa, mientras en España la Guerra Civil se cobraba miles de vidas y en Alemania el águila nazi empezaba a alzar el vuelo, Francia vivió una epidemia de asesinatos que sacudió su capital entre julio y noviembre. Los métodos eran siempre los mismos: ejecución por tiro en la nuca o estrangulamiento. Así cayeron desde una popular bailarina estadounidense, hasta un agente de bienes raíces. El culpable era un asesino en serie llamado Eugène Weidmann, así como algunos compinches casuales como Roger Million. Su reino del terror terminó en 1938, cuando fue capturado y llevado ante la justicia. Un año después, el 17 de junio, la pesada hoja de la guillotina cayó sobre su cuello en la que fue la última ejecución pública del país.

Muerte desde Versalles

En España, la noticia de la ejecución fue publicada el 2 de julio de 1939. Iba rubricada desde Versalles por Mariano Daranas, el que fuera uno de los grandes maestros de la crónica en ABC y que, a la postre, narró parte del conflicto europeo desde su corresponsalía en Francia. Aquella jornada, el reportero canario tituló de forma breve su escrito: «Pena de muerte en Versalles». Después, comenzó la narración del hecho con un estilo barroco.

«En la mañana del viernes al sábado, al filo de las cinco, las frondas centenarias de Versalles despertaron a un espectáculo donde lo fúnebre y lo lírico compusieron un contrato menos sugestivo que atroz. El verde jocundo de la arboleda, […] el bostezo de los cisnes en el lago […], sirvieron de telón de fondo al funcionamiento de una máquina automática: la guillotina».

El texto parece sacado de otra época; una mucho más antigua. Y no por la forma en la que estaba escrita la crónica, sino por la herramienta para acabar con el reo. Las continuas referencias a una 'herramienta' que se hizo famosa en la Revolución Francesa, allá por el siglo XVIII, contrastan con noticias presentes en la misma página. Algunas como el último discurso de Rudolf Hess, el lugarteniente de Adolf Hitler, la doble derrota de Roosevelt en el parlamento estadounidense o, en último término, el feliz enlace entre la princesa Irene y el duque de Spolleto. Todas ellas, informaciones que ponen de manifiesto que acabar con la vida de una persona a golpe de ‘Madame la Guillotineen en aquellos años era más que estremecedor.

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Weidmann, que había sido un imán para las mujeres de su tiempo gracias a sus suaves facciones y a su indiscutible elegancia, se presentó a su cita con la Parca agotado y con camisa blanca. Frente a él no estaba el verdugo habitual, que había dejado este mundo poco antes, sino un nervioso novato que, sin pretenderlo, dilató el comienzo del espectáculo. Al final, no quedó más remedio que retrasar la fiesta. Y eso fue más letal que la cuchilla, pues permitió que una extensa lista de medios de comunicación y curiosos se acercasen hasta la plaza para ver cómo caía la cabeza del criminal. «El alba sabatina despuntó en Versalles sobre una muchedumbre inaccesible a la fatiga y al sueño».

Ese mismo gentío se deshizo en gritos cuando Weidmann se dejó ver. «El populacho reclama justicia inexorable y expeditiva. Aquí y allá, anfiteatro, patio y plateas, se insolentan. El monstruo tarda demasiado. Cuando aparece, un clamor de odio y execración le azota el rostro ausente». Daranas dejó también sobre blanco que los alaridos de la multitud apagaron el cantar de los pájaros más madrugadores. Aunque no recogió ni los alaridos que daba el propio preso, ni que muchos de los presentes habían sacado botellas de alcohol a la calle para celebrar la ejecución. Esos datos fueron publicados por ABC en una noticia de 1951: «El reo lanzaba unos gritos estremecedores y hubo borracheras».

Ejecución en Francia. El verdugo Preparando la cuchilla para ejecutar A tres Terribles Asesinos en Valence+ info
Ejecución en Francia. El verdugo Preparando la cuchilla para ejecutar A tres Terribles Asesinos en Valence - ABC

Daranas dedicó poco espacio a la muerte. «Convicto y confeso de asesinatos y robos múltiples, el alemán Weidmann murió decapitado bajo la cuchilla de una sociedad cuyo más alto jerarca exoneró de la misma pena a su súbdito Million, cómplice de reo». Como elemento de color, el periodista añadió que, poco antes de que saliera de su celda, «un cuervo, negro y silencioso, se acercó en vuelo descendente y planeado, al lugar del patíbulo». Solo destacó un detalle algo escabroso acaecido después de que la hoja llevara a cabo su tarea. «Los pájaros […], ebrios de luz vegetal en la arboleda, saludan a la cabeza, que rebota y rueda entre los flecos de un surtidor sangriento».

El reportero dedicó también unas palabras a reseñar, con su estilo característico, la buena actitud del reo durante su larga estancia en prisión. «Desde el momento de su accidentada captura, hace dieciocho meses, después que, habiendo resistido a la policía, fue maniatado por esta, hasta el segundo final de su expiación, el asesino había observado en el calabozo y en el pretorio, en sus comparecencias ante el juez y en sus entrevistas con los abogados, la actitud de un ser dispuesto, e inclusive deseoso, de pagar su deuda con sus semejantes».

En este sentido, Daranas incidió también en que Weidmann había renacido en presidio a la «religión misericordiosa que sus padres, católicos practicantes, le habían enseñado a lo largo de una educación prematuramente interrumpida».

El verdugo

Poca información más se publicó sobre Weidmann durante los años siguientes. Lógico debido al desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Su caso solo volvió a aparecer en las páginas de ABC de forma extensa el 4 de octubre de 1951, cuando falleció el verdugo que le dio muerte. Aquel novato que, sin pretenderlo, generó un gigantesco revuelo alrededor de la ejecución. Así comenzaba el reportaje: «Anoche falleció aquí, en su pisito de la calle de la Convención, distrito de Grenelle, un anciano de setenta y cuatro años. Fue una muerte breve y sin dolor, producida por un ataque cardíaco. […] En el lenguaje formal se clasificaba como ‘executeur des hautes oeuvres’. […] Era Jules D., el verdugo oficial de la justicia francesa».

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En la noticia sobre la muerte de Jules, escogido para el trabajo por su tío (pues uno de los privilegios de los verdugos en este cargo era nombrar sucesor), el periodista de ABC José María Massip dedicó algunas líneas para referirse a la que fue una de sus primeras ejecuciones: la de Weidmann. «Era alemán, convicto de seis asesinatos de mujeres, una de ellas una bailarina americana, Joan de Koven. El acto tuvo lugar en Versalles; […] la prensa y el ‘cine’ armaron un gran revuelo informativo; una muchedumbres oscura y truculenta presenció la ejecución y hubo tumultos y borracheras de madrugada».

La noticia en cuestión también recogió que la ejecución de Weidmann provocó un cambio de paradigma en Francia. El alboroto que se generó alrededor de este personaje llevó a Albert Lebrun, presidente de la República, y a Édouard Daladier, jefe del Gobierno, a prohibir que las ejecuciones fueran públicas. «Aquella fue su última ejecución en público […]. Desde entonces, las ejecuciones se han llevado a cabo en los patios de las penitenciarías, y la misión de Monsieur D. se ejercía en una atmósfera fría, metódica y silenciosa, la atmósfera que él amaba para su trabajo y para su vida».

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