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Victor Hugo, memoria de piedra

150 años después de su publicación, «Los miserables» sigue viva. La obra maestra de Victor Hugo, escritor, artista y genio, ha sido adaptada de nuevo al cine

Victor Hugo, memoria de piedra

césar antonio molina

Charles Hugo hizo numerosas fotos de su padre y de la familia en la isla de Jersey, entre ellas una en la que el escritor, tocado con sombrero y con levita, se apoya en unas figuras gigantescas e informes. Su cuerpo se desvanece ante la enorme mole, y solo se le ve por el contraste de la ropa negra con la blancura de la arena de la playa. Tanto en la residencia de Marine Terrace como en la de Hauteville House , Hugo tenía una vista casi a vuelo de pájaro sobre el mar , no solo para la contemplación sino también para utilizarla en su pintura. Desde Marine Terrace podía ver una fila de troncos incrustados en la arena, ahogados en la marea alta y renacidos en la baja.

Baudelaire dijo que Victor Hugo veía el misterio por doquier

El mar, las olas, el viento, el salitre y el sol los han convertido en restos casi humanos. Son esqueletos de condenados que fosforecen; no esqueletos completos, sino tibias, rótulas. Una presencia de espectros, fantasmal. Este abandono y esta soledad le recuerdan a él mismo . En William Shakespeare describe este rompeolas, este dique: «Era una fila de gruesos troncos de árboles adosados a un muro; plantados en la arena, resecos, descarnados, nudosos, con anquilosamientos y rótulas, parecían ser una hilera de tibias».

Hugo dibujó este grupo de restos empalados a partir del negativo de la foto realizada por Charles . La aguada muestra el ejército de las sombras. Los soldados esperan el embate de lo desconocido. Son cadáveres en pie roídos por la gangrena y por la lepra, mordidos por un leviatán que llega hasta la orilla. Quizá es su misma osamenta, o la de un cachalote o una ballena arrojados a la costa; capiteles arrancados y puestos ahí, a pie firme, para detener el tiempo. El dique de Jersey, que Hugo pintó y junto al que se fotografió, detenía todo un mundo repleto de mares muertos o atormentados, repletos de heridas y de cicatrices.

El ojo tenebroso de la poesía

El autor de La leyenda de los siglos había pintado hasta entonces castillos arruinados, abandonados conventos, paisajes desolados, inmensas montañas y naturalezas muertas. Ahora se enfrentaba a un nuevo misterio y lo nombraba: el mar. Baudelaire, uno de los primeros en destacar el valor de sus pinturas, dijo que Hugo veía el misterio por doquier. Y así el novelista lo descubre en esta primitiva «instalación». Lo fotografía, lo pinta, lo nombra y se lo adhiere a su propio espíritu . Hugo, ante estos troncos tatuados y erguidos, se ve a sí mismo como un Prometeo. Al romántico no le bastaba el ojo tenebroso de la poesía , y por ello utilizó la percepción más clara y precisa del pintor. Sin embargo, tanto en su poesía como en su pintura siempre mantuvo lo equívoco del misterio.

Para Victor Hugo vientos, olas, montañas y agua, todo vivía, estaba lleno de almas

Estas fotos y cuadros los he visto en la Maison de la place des Vosgues de París, pero no comprendí su modernidad hasta que, casualmente, hace pocos años, en los Campos Elíseos, visité una exposición de esculturas al aire libre titulada Les Champs de la Sculpture . La variedad y diversidad era muy grande pero, de repente, me llamó la atención una obra realizada con troncos en todo semejantes a los del dique de Jersey. Su autor era Raymond Hains . Se trataba de un audiovisual y una instalación con maderos arrancados del rompeolas de Saint-Malo, un puerto vecino de las islas anglonormandas.

En uno de los vídeos exhibidos se mostraba el proceso de selección, su levantamiento y su transporte. El dique de Saint-Malo, repleto de inscripciones, grafitos amorosos, nombres, lugares y fechas, había sobrevivido. No así el de Jersey, que no vi cuando lo visité . En este puerto de Bretaña nació Hains y, no sé si consciente o inconscientemente, actualizaba y homenajeaba al novelista que tuvo una visión premonitoria del arte del siglo XX.

Gaviotas, pulpos, tempestades

Hugo en esto se adelantó a Duchamp y al Statement on Intermedia del Dick Higgins de la década de los sesenta. Hugo, que era panteísta, creía que todo cuanto hay en el mundo es sujeto de vida y sufrimiento. Se acongojaba al ver aquellas maderas inmisericordemente batidas por el mar. En un poema a «Dios», Hugo le pregunta: «Pero tú dices: la piedra rota, el árbol talado / No sufren nada, el animal ignora, ¿y tú qué sabes? / ¿Conoces la hondura del suspiro y la sima / Del grito? Para ver el fondo del abismo, / ¿Eres acaso la cumbre? / ¿Y si existieran lágrimas que lloran hacia adentro? / El hombre es el ser sagrado que la tierra reverencia; / Pero el árbol es algo y el animal alguien ; / La piedra y su silencio, y la hierba y su aroma, / están vivos». Para el autor de Las contemplaciones , vientos, olas, llamas, árboles, rocas, montañas y agua, todo vivía, estaba lleno de almas: «Todo dice en el infinito algo a alguno, / Dios no hace sonar un murmullo sin poner en él el verbo». Todo tiene vida y se expresa en el lenguaje de Dios, a veces incomprensible a los hombres.

Victor Hugo acumulaba piedras en su mesa de trabajo

De Hugo me asombran todas estas olas, estas gaviotas, pulpos, tempestades, naufragios, derrelictos, playas, acantilados, rocas y faros que pintó o dibujó con esos cálamos hechos de plumas de oca, a veces con sus manos. Pintó uno de mis faros predilectos, el de Eddystone, de una arquitectura extravagante , y el de Casquets, el más próximo a Guernsey. Pintando los faros se representaba a sí mismo: amenazado por los abismos y arrojando luz. Los faros, como él, eran cabelleras de llamas encendidas en la oscuridad, en mitad de la noche. «Y cuando al fin la tumba ya los párpados cierra, / Ni un humilde guijarro vuestros nombres recuerda»).

Su peso en oro

Quizá por este motivo, Victor Hugo se dedicaba a recoger guijarros del mar, cantos rodados y redondeados por la resaca . Guijarros estriados sobre los que dibujaba figuras geométricas o también animales y plantas fantásticas. Los coloreaba, les añadía frases, unas citas o versos, y luego los firmaba. Acumulaba piedras en su mesa de trabajo. Mientras escribía, iba desahogándose, dándoles forma. Luego las utilizaba de tinteros o de pisapapeles y, finalmente, se las regalaba a los amigos para que las pusieran encima de sus mesas y le recordasen.

Hugo se adelantó a Duchamp y al «Statement on Intermedia» de Higgins

Los chinos, y de esto habló mucho Roger Caillois en L’écriture des pierres , buscaban igualmente las «piedras del sueño». Eran fragmentos de mármol o de ágata con colores y manchas a las que artistas especializados les acababan de dar las formas de los paisajes que les sugerían: palmerales, juncos, dunas, lagos entre nieblas, colinas bajo la lluvia, barcas de pescadores y muchos otros motivos . Luego las firmaban, sellando y autentificando estas obras de la naturaleza. Alejandro Dumas agradeció a Victor Hugo el envío de uno de estos «aerolitos», asegurándole que no lo cambiaría por su peso en oro.

Hugo, desafiando sus propios versos, buscaba de este modo la duración en el seno de la memoria mineral. La piedra es lo más duro, lo más resistente al olvido. Mucho más que el papel o que el lienzo que utilizaba profusamente. En esto también fue precursor, pues Mallarmé o Breton seguirían su ejemplo. El primero de ellos, en un guijarro recogido en la playa de Honfleur, escribió este dístico dedicado a Marie, su esposa: «Mejor si la mar no da de comer / a la perfecta buena mujer» . El padre del surrealismo, en L’Art Magique , califica al autor de Las contemplaciones como precursor del poema-objeto por la intervención plástica y literaria en esos materiales encontrados e interpretados. Casi un siglo después, Breton realizaba esta ceremonia y dejaba en Le Grand Triskéle su petroglifo.

La balsa de la Medusa

En Hauteville House, la residencia de Victor Hugo en Guernsey, contemplé muchos cantos rodados, conservados hoy en la Galería de Roble y en la habitación contigua al lookout conocida como «La balsa de la Medusa», que estaba reservada para alojar a los escritores sin fortuna. Son de diversos colores pero abundan los negros. Las piedras de Mallarmé y de Breton, que he visto expuestas en París, son de un color marrón claro, la del primero, mientras la del segundo es, todavía, de una limpia blancura virginal y de tamaño más grande. A través de una serie de puntos negros, Breton traza allí el vientre y el pubis de una mujer, rodeándolo todo de espirales . El alfa y el omega provienen de allí. Es el mayor enigma de la existencia: la luz y el ocaso, el laberinto.

Pintando los faros se representaba: amenazado por los abismos

Los guijarros iluminados y roturados tanto por Victor Brauner como por René Char pierden en esencia lo que ganan en humanización. Char los decora y escribe hasta la extenuación, mientras Brauner los convierte en objetos totémicos, dándoles un sentido ritual, casi mágico . Con algunas decenas de estas piedras edificó un golem en la montaña de Celliers, en Rousset. Huyendo de los nazis, Brauner se escondió en los Bajos Alpes. A la orilla de ríos caudalosos a causa del deshielo encontró algunas huellas en esas piedras que eran coágulos de llamas. Char, a veces, convierte los guijarros en escapularios. Los reduce con sus líneas, los achica usando colores más fuertes que los del mineral, les imprime la forma de un corazón y escribe en uno de sus muchos versos: «¡Qué locas, recorrer / tanta fatalidad / profunda!».

Al sur de Saint Peter Port, a muy pocos kilómetros, se encuentra la playa de Fermain Gay. Hugo pintó varias veces esta playa arenosa y resguardada. El autor de La leyenda de los siglos venía aquí a bañarse.

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