¿El Greco, grabador?

En algunos pasajes nacientes de la vena creativa de El Greco, nos encontramos con que el joven artista bien pudo verse en la obligación de realizar actividades consideradas, en su tiempo, menores. Dicha dedicación pudo venirle dada por razones de subsistencia, convencido, tal vez, de que debía entregarse, incidentalmente, a actividades de las que obtener el peculio, mientras se concedía a sí mismo el tiempo suficiente para poder vivir de su arte principal, la pintura. Más allá de las razones que pudieran haberle inducido a tal praxis, lo cierto es que se sostiene la conjetura de que El Greco también puso su talento al servicio de la realización de grabados , y, conforme a su orgullo y conciencia de artista, parece que dejara traza y signo de creador en obras que eran, en su tiempo, resultas de la tarea más de artesanos que de artistas. Y, quizás, no del todo persuadido de que pudiera apreciarse la excelencia de su labor, dejó constancia escrita de sus discrepancias con respecto a algunas autoridades que, en la jerarquía de las artes plásticas, relegaron a un espacio secundario la condición de grabador. En decidida disensión con este parecer, El Greco cultivaría esta manifestación plástica, constituyendo con ello, una de las facetas menos conocidas de su personalidad. Es cierto que la investigación y crítica universitaria especializada no ha alcanzado una conclusión palmaria sobre este aspecto de la vida y la obra del pintor. Dos son las posturas que se defienden sobre el asunto. Nosotros las exponemos sucintamente con el deseo de seguir aproximándonos a una de las identidades más ricas y complejas de la historia del arte, El Greco.

De nuevo, Vasari
De El Greco sumido en la práctica del grabado tenemos vaguísima noticia por las anotaciones que él mismo hizo en su ejemplar de las Vidas de Vasari y por algún documento de cariz administrativo que ratifica su presencia en Venecia en la primera escala de su viaje en busca de asentamiento y fortuna, y que nos confirma su dedicación al grabado por razones puramente pragmáticas.
El grabado se consideraba como un arte de relevancia subsidiaria en tiempos del cretense y catalogado así por Vasari. El propio Vasari lo agrega a un espectro de manifestaciones pictóricas que evalúa como menores, muy lejos de los referentes fundamentales de los retratos y los motivos mitológicos o teologales. Esa jerarquía de modelos, técnicas y referencias no es compartida por el cretense, que se opone pugnaz al biógrafo italiano desde el momento mismo en que este sitúa a Jacopo Bassano en una posición de artista de segundo orden por su conocida tendencia a pintar «cosas pequeñas y animales de todas clases». El Greco no comparte ese desdeñoso juicio que relega a Bassano y lo subordina en la escala de los grandes maestros del Véneto . Ciertamente, la posteridad ha reconocido a este pintor como maestro manierista que mimetiza el detalle.
Otro tanto cabe decir de Pontormo, a quien Vasari saca de la nómina de los grandes maestros por su cultivo de obras de pequeño tamaño. Este juicio es también refutado por el joven Doménikos, que probablemente vio en el autor toscano un precursor de su propio estilo, y a quien la historia del arte, en contra de la valoración de Vasari, ha situado en lugar señero.
Podríamos ver en estas defensas un posicionamiento de El Greco a favor de la escuela veneciana y en contra de la marcada privanza de Vasari por los artistas romano-florentinos y, muy particularmente, por Miguel Ángel; podríamos, sin duda, aludir a su agudeza de juicio y a la observación rigurosa de lo que marca la diferencia y define el estilo de cada maestro; podríamos remitirnos a su primorosa intuición para captar el matiz y para discernir las técnicas pictóricas; pero es también verosímil y no excluyente con respecto a las razones aducidas que El Greco defiende las artes menores porque él mismo se viera en la necesidad de ejercitarlas: téngase en cuenta, como nos advierte Xavier de Salas en defensa de esta tesis, que «El Greco ingresó en la Academia de San Lucas de Roma como «pittor a carti», es decir, sobre papel, miniaturista (…)». Ciertamente, hoy sabemos de la existencia de un recibo fechado el 18 de septiembre de 1572 que atestigua el hecho de que el cretense abonaba cuotas como miembro de la Academia de San Lucas de Roma, entidad que aglutinaba a todos los profesionales del sector.
En suma, según afirmó Xavier de Salas en la conferencia que dictó en el Simposio: «El Greco de Toledo» (1982), El Greco grabó planchas. ¿Son suficientes los argumentos que ofrece de Salas para defender la condición de El Greco como grabador? Según el propio defensor de esta tesis, ese campo de actividad explicaría no sólo la presencia de El Greco en Roma, sino también el salvoconducto con que llegó a la ciudad eterna y su honda amistad con el autor de la misma: Giulio Clovio, grabador dálmata, quien como ya relatamos en estas mismas páginas, redactó una carta en Venecia con la finalidad de abrirle las puertas del palacio de los Farnesio.
La línea que traza de Salas se prolonga hasta la etapa toledana de El Greco, donde su actividad en el ámbito del grabado le llevaría a trabar vínculos contractuales con Diego de Astor, grabador flamenco, discípulo del cretense y miembro de su taller, de quien se dice que «grabó, en 1606, una pintura del Greco representando a San Francisco arrodillado con una calavera en las manos , una estampa donde el dibujo y el colorido del maestro son expresados con rara sinceridad.
Una postura contraria
Pese a la solidez de los argumentos expuestos arriba para sustentar la conjetura de la actividad de El Greco como grabador, es de rigor decir que algunos de esos mismos argumentos pueden ser empleados en defensa de la tesis opuesta. Según esta postura, El Greco jamás habría sido grabador; esa es el postulado de Fernando Marías, quien, en un texto dedicado a la colección de pinturas de El Greco que obró en posesión de don Agustín de Hierro, miembro del Consejo de Castilla durante el reinado de Felipe II, y poseedor de 48 cuadros del cretense de diverso tamaño, llama la atención sobre la existencia dos retratos muy pequeños: «Dos cabecitas en tabla de cinco (o cuatro) dedos de alto».
Las dimensiones de estos retratos nos sitúan ante la raíz misma de la veracidad o no de la condición de grabador de El Greco. Efectivamente, si tomamos de nuevo como referencia el recibo de abono de la cuota de pertenencia a la Academia de San Lucas, y lo cruzamos con estos dos pequeños retratos, inferiremos, con Fernando Marías, que el hecho de ser catalogado como miniaturista no convertía a El Greco en grabador, como su amigo Clovio, sino en retratista de obras de reducidas dimensiones.
Por otra parte, las anotaciones a las Vidas de Vasari en poder de El Greco presentan un contraste que resulta palmario: las glosas son profusas cuando se trata de pintores de diferentes escuelas y técnicas, pero no lo son en absoluto cuando Vasari relata biografías de miniaturistas.
No restaría, por tanto, más que la afinidad entre Clovio y el cretense, pero el hecho de que existiera entre ellos un vínculo afectivo, incluso una recíproca admiración, no revela, en modo alguno, que compartieran una actividad común más allá de ser ambos artistas plásticos.
Finalmente, hay que decir que el que Diego de Astor integrara el elenco de colaboradores de El Greco, y hasta que este desempeñara una tutela como maestro de aquel tampoco es un hecho que permita deducir que el cretense fuera, como el flamenco, grabador.
Ante la falta de evidencias que verifiquen la hipótesis de Salas, Marías deduce: «En este sentido, El Greco no fue nunca -que sepamos hasta la fecha- miniaturista, iluminador de libros, como lo fuera su amigo y maestro -pero quizá no su colega el croata Clovio, aunque utilizara en sus épocas cretense y veneciana la técnica de la pintura bizantina de la témpera a la yema de huevo. No deja de ser ilustrativo al respecto el desinterés de Dominico por las biografías de los miniaturistas recogidas por Giorgio Vasari en sus Vite. No obstante, la entrada del inventario de Hierro abriría una más fundada atribución al cretense de algunos de estos retratos ‘de naipe’ más que de dije o de joya».
Las palabras Fernando Marías son incontrovertibles; señalan la ausencia de certezas sobre la entrega de El Greco a la disciplina del grabado. Sin embargo, no podemos decir que sirvan de refutación a las premisas de Xavier de Salas. Digamos, por tanto, que, en el presente, carecemos de las pruebas con las que constatar que El Greco realizó grabados, pero contamos con indicios que permiten considerar como plausible esta posibilidad.


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